martes, 10 de diciembre de 2024

Peticion #4

La Herencia de la abuela
parte 2



Narra Natalie

En cuanto Gabriel salió por la puerta, cerré los ojos por un instante, tratando de reunir fuerzas. Todo estaba mal, demasiado mal. Sentía un nudo en el estómago que no podía deshacer, y el peso del dolor de mi hijo se sumaba al mío.



Me giré hacia la mujer que me había dado la vida, buscando respuestas, buscando algo que pudiera arreglar la situación, aunque fuera mínimamente.

—Madre… ¿por qué? ¿Por qué nos haces esto? —mi voz temblaba, cargada de tristeza y una ira reprimida que amenazaba con estallar.



Ella no me miró. Encendió un cigarrillo con las manos temblorosas y tosió con fuerza mientras lo llevaba a sus labios. Cada exhalación de humo parecía dibujar la silueta de su indiferencia, fría y cruel.

Quería gritarle, hacerle entender el daño que causaba, pero sus ojos se fijaron en algún punto del vacío, ignorándome como siempre lo había hecho.


Finalmente, suspiré, destrozada.

—Sabes qué… se acabó. Nos vamos.


Mi voz sonó más fuerte de lo que esperaba, como si esa declaración fuera la primera decisión firme que había tomado en años respecto a ella. Me dirigí al cuarto de visitas para recoger nuestras cosas, pero su voz me detuvo justo antes de dar la vuelta.


—Natalie…




Era un susurro, apenas audible, pero algo en su tono me hizo detenerme. Volteé lentamente, sintiendo un nudo apretarse en mi pecho. La encontré señalando hacia un rincón de la sala.


—¿Qué? —pregunté, mi voz rota.


Ella no respondió, solo señaló con más insistencia. Allí, en una pequeña mesa junto a una vela vieja y desgastada, vi algo que no había notado antes: un collar.


No cualquier collar. Mi corazón dio un vuelco. Mi collar.


—Ese collar… —murmuré, acercándome con pasos vacilantes. Lo reconocí de inmediato. Era el que ella me había regalado cuando cumplí seis años. Lo había amado tanto, pero había jurado que estaba perdido.


Mis ojos se llenaron de lágrimas, y me volví hacia ella, buscando respuestas.

—¿Por qué lo tienes?




Ella inhaló profundamente el cigarro antes de soltar el humo con lentitud. Su mirada parecía algo más suave, aunque no por mucho.

—Es tuyo —dijo con una voz ronca—. Tómalo.


Me quedé inmóvil por un momento, dudando. No podía entender por qué me lo ofrecía ahora, después de todo lo que había pasado. Pero era mío. Lo había sido siempre.

Con manos temblorosas, me acerqué y lo tomé. Era más ligero de lo que recordaba, pero aún guardaba ese brillo particular, como si no hubiera pasado un día desde que lo vi por última vez.


—Gracias, mamá… —murmuré entre sollozos. Por un instante, me sentí como una niña otra vez, anhelando el amor de una madre que siempre había estado fuera de mi alcance.


Me llevé el collar al cuello con cuidado, queriendo sentir su peso familiar, pero antes de que pudiera ajustarlo, ella río.

Una risa baja, seca y amarga.


—No… gracias a ti, Natalie.




Levanté la mirada, confundida. Su sonrisa torcida me heló el alma. Algo estaba mal. Muy mal.

Antes de que pudiera reaccionar, mi visión comenzó a girar. El mundo se volvió borroso, como si la realidad se deshiciera a mí alrededor. Intenté gritar, pero no podía. Mi cuerpo no respondía. Todo se volvió negro.



Abrí los ojos con dificultad, como si una pesada niebla se hubiera instalado detrás de mis párpados. Todo era extraño, como si no pudiera sentir mi propio cuerpo. Intenté moverme, pero mis extremidades eran lentas, torpes, como si no fueran mías.


El aire tenía un olor denso, una mezcla de tabaco rancio y velas quemadas. Me tomó un momento darme cuenta de que estaba sentada en el viejo sillón de mi madre.


—¿Qué estoy haciendo aquí?


Cuando intenté levantarme, un agudo dolor en mi pierna me hizo jadear. Miré hacia abajo y vi el yeso blanco que cubría mi pierna derecha. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, desbocado, mientras el terror crecía en mi pecho.


—¿Qué está pasando?


Moví mis manos lentamente, como si no fueran mías. Eran huesudas, frágiles, surcadas de arrugas profundas que no reconocía. La piel era pálida y translúcida, un mapa de venas azules que no debería pertenecerme.



Quería gritar, pero algo me detuvo: un movimiento frente a mí.


Mi cuerpo.


Allí estaba, de pie, mirándome fijamente. Mi rostro, mi cabello, mi juventud. Todo lo que yo era, ahora… no lo era.


Mis labios —sus labios— se curvaron en una sonrisa apenas perceptible. Una mirada fría, calculadora, como la de un tiburón observando a su presa. Era una expresión que nunca había visto en mi propio rostro, y me heló hasta los huesos.




—¿Qué hiciste? —susurré, mi voz apenas reconocible, rasposa y débil como un crujido.


Ella —yo— no respondió. Se limitó a observarme, casi con curiosidad, como si estuviera disfrutando de mi confusión, de mi horror.


La desesperación me golpeó de lleno.

—¡¿Qué hiciste?! —grité esta vez, con toda la fuerza que mi cuerpo robado pudo reunir. Mi voz era un eco débil del grito que quería lanzar, pero lo suficientemente fuerte como para llenar la sala.


Intenté incorporarme, pero la pierna enyesada me traicionó. Me tambaleé hacia adelante, cayendo de rodillas con un golpe seco. El dolor irradiaba desde mi pierna hasta mi pecho, pero no me importaba.


—¡Devuélveme mi cuerpo! ¡¿Qué hiciste?! —seguí gritando, con lágrimas de rabia y terror resbalando por mis mejillas ajenas.


Ella —mi madre, en mi cuerpo— dio un paso hacia mí. Lenta, deliberadamente. Su sonrisa no desapareció, pero sus ojos brillaban con una frialdad aterradora.


—Shhh… —susurró finalmente, inclinándose hacia mí como si estuviera consolando a un niño pequeño. Su voz era mi voz, pero su tono era helado, desprovisto de compasión.

—Cálmate, Natalie...




Mi mente se llenó de terror y confusión. Intenté apartarme de ella, pero mi cuerpo no respondía como debería. Estaba atrapada, prisionera en esta piel que no era mía, mientras mi madre me observaba desde mi propio rostro con una satisfacción espeluznante.


Grité nuevamente, desesperada, pidiendo respuestas, pero en el fondo sabía que algo irreversible había ocurrido. Y no podía detenerlo.


Antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, la nueva yo se abalanzó sobre mí con una rapidez y fuerza que no esperaba. Me tomó de los brazos, sus manos firmes como pinzas de hierro, y me levantó con una facilidad que no debería ser posible. Mi débil cuerpo, viejo y frágil, no podía hacer nada.


—¡Déjame! ¡Por favor, no hagas esto! —grité, pero mi voz sonaba débil, rota, como un eco ahogado.


Ella no respondió. Su rostro, mi rostro, permanecía impasible, con una expresión fría y siniestra. Me arrastró por el pasillo con pasos rápidos. Intenté resistirme, pero era como tratar de detener una avalancha.

Cuando llegamos a la habitación, me lanzó sobre la cama como si fuera un saco de basura. Mi espalda chocó contra el colchón con un golpe seco, arrancándome un gemido de dolor. Me retorcí, tratando de incorporarme, pero mi cuerpo viejo no respondía.

De pronto, un sonido familiar atravesó el aire.


—¿¡Mamá!? —Era Gabriel.


Mi corazón dio un vuelco. ¡Él estaba aquí! Una chispa de esperanza iluminó la oscuridad que me rodeaba.


—¡Gab…! —Intenté gritar su nombre, pero ella me interrumpió.



Todo lo que vi fue a mi cuerpo original levantar su rodilla lo más que pudo y con un brutal pisotón, dirigido a mi pierna ya rota, sentí cómo el hueso cedía de nuevo. Un crujido seco y desgarrador resonó en la habitación. El dolor fue indescriptible, como si mi pierna estuviera siendo desgarrada desde dentro.

Mis gritos llenaron la casa, desesperados y desgarradores.

—¡Gabriel! ¡Ayúdame! ¡Por favor, ayúdame! ¡No la escuches! —Gritaba una y otra vez, mi voz transformada en alaridos que arañaban mi garganta.

La nueva Natalie se inclinó hacia mí, su rostro, mi rostro, sombrío y carente de compasión. Sus ojos me miraban con disgusto, como si yo fuera una carga insoportable.



—Adiós… Natalie. —Escupió la última palabra con una mezcla de burla y desprecio antes de salir de la habitación, dejándome tirada en la cama, retorciéndome de dolor.

Desde mi lugar, apenas pude escuchar lo que sucedía abajo. Su voz, segura y autoritaria, cortaba el aire.


—¡Gabriel! Sube al auto. Ahora!!!.

—¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué estás así? —La voz de Gabriel sonaba confundida, preocupado.

—No hay tiempo para explicaciones. ¡Haz lo que te digo!


Escuché los pasos apresurados, las puertas cerrándose, y luego el sonido del motor arrancando. Con un esfuerzo sobrehumano, me arrastré hasta la ventana. El dolor en mi pierna era insoportable, cada movimiento me arrancaba un gemido de agonía, pero tenía que verlo.

Me apoyé en el marco de la ventana, apenas logrando asomarme. Vi mi cuerpo… mi propio cuerpo, llevándose a mi hijo. Gabriel estaba sentado en el asiento del copiloto, mirando hacia adelante, ajeno a la realidad.

—¡No! ¡Por favor, no! ¡Gabriel! ¡No te vayas! ¡No me dejen aquí! —Mis gritos resonaron en la habitación, desesperados, desgarradores.




La nueva Natalie volteó la cabeza por un momento, sus ojos fríos encontraron los míos. Y sonrió. Fue una sonrisa pequeña, apenas perceptible, pero lo suficiente para helarme la sangre.

—¡Devuélvemelo! ¡Por favor, no me hagas esto! ¡Gabriel! ¡Soy yo! —grité con toda mi alma, pero el auto se alejó, desapareciendo entre la niebla de la carretera.

Me derrumbé junto a la ventana, sollozando incontrolablemente. El dolor físico era insoportable, pero el verdadero tormento era el vacío en mi pecho. Los había perdido. A mi hijo, a mi vida, a mi cuerpo. Todo.



La casa quedó en silencio, roto sólo por mis gemidos y respiraciones entrecortadas. Me arrastré de vuelta a la cama, incapaz de moverme más. Mis manos temblorosas se aferraron a las sábanas sucias mientras las lágrimas caían sin cesar por mi rostro.

Había confiado en ella. Había esperado, incluso después de todo, que pudiera amarme. Pero ahora, mientras el eco de mi llanto llenaba la habitación vacía, supe que estaba completamente sola.



Narra la Abuela


Cuando vi a mi hija y a ese mocoso bastardo entrar por la puerta, una punzada de desprecio recorrió mi cuerpo. El bastardo de Gabriel, parecía nervioso, como siempre. Pero lo peor de todo fue ver a mi hija. Ella, tan triste, tan rota. El destino me había otorgado un cuerpo que me había traicionado, y ella... ella era la culpable. Si no fuera por ella, yo seguiría siendo joven, fuerte. No me habrían dejado en este cuerpo viejo y arrugado.




Sus gritos, sus palabras de "mamá", fueron lo único que escuché cuando entraron. El niño la seguía, tan iluso. Pero yo sabía que pronto todo cambiaría. Sabía que tenía una oportunidad, y no la iba a desperdiciar.


Cuando mi hija comenzó a hablar de irse, me sentí incómoda, como si todo lo que había planeado se estuviera desmoronando. Quería que se quedara allí, en esa casa. Que no se fuera nunca. Y cuando vi la oportunidad, cuando su mente se nubló, cuando ella se dejó atrapar, lo supe. Este era el momento.


El collar… Todo estaba listo. Esa tonta había dejado todo tan desprotegido, tan vulnerable. Me acerqué con calma, sintiendo la tensión en el aire. Miré el collar que le quite hace tantos años, lo que me unía a ella. No podía evitar sonreír. Era el punto de partida para lo que debía venir.


“Te lo di cuando tenías seis años…” dije, con palabras cargadas de nostalgia. Me reí para mis adentros. Lo que no sabía es que ese collar no solo había sido un regalo, era mi oportunidad, de una segunda vida.


Vi a mi hija, destrozada, tomando el collar en sus manos. Se lo puso, sin saber lo que realmente estaba haciendo. Y yo, la que siempre había sido su madre, observaba con una sonrisa apenas perceptible. La había atrapado. Mi plan estaba en marcha.


De repente, todo dio un giro. Ella su alma... su alma salió lentamente de su cuerpo, como una bruma espectral, buscaba el lazo que unía a quienes portaban los collares, atrapándola en esa cascara vieja,  atrapada en mí viejo cuerpo. El cambio fue brutal. Mi cuerpo ahora era el suyo. Mis ojos vieron al mundo con la visión de una mujer joven, llena de poder.


Me sentí libre. Más viva que nunca. Mi hija ya no estaba ahí. Yo controlaba su vida, su cuerpo… su identidad. La mirada que antes estaba llena de amor y compasión, ahora era fría, vacía. Una máscara de indiferencia, de desapego.


 —¡¿QUE HICISTE?! — gritaba mi pobre pequeña desde mi viejo cuerpo, “que ilusa” es el trato justo por lo que me hizo, ahora debía devolverme todo lo que perdí por haberla criado.




Tomarla entre mis brazos fue sencillo, realmente estaba muriendo en esa vieja cascara, sentía mi cuerpo llenarse de una excitación que no había vivido en años, ver su pequeña cara de estúpida, mi vieja y fea cara, mirar con esos ojos cansados a donde la llevaba. No había razón para ser amable con esa vieja momia, pero verla así, indefensa, sin saber que ocurría, era un espectáculo que quería extender más, de no ser porque al bastardo se le ocurrió volver…


—Tsk… estúpido mocoso…


Entonces mi viejo cuerpo empezó a gritar como loca por ayuda


—Oh no Natalie, ya me tienes harta con tus gritos— Y levantando mis nuevas y fuertes piernas, le di un verdadero motivo para gritar, pude sentir, como el hueso era partido en dos, el resultado fue el esperado, ver a Natalie retorcerse de dolor y agonía me estaba poniendo tan húmeda, pero no había tiempo que perder.




Afuera, Gabriel seguía sin entender lo que sucedía. Él no sabía nada, ni lo entendería. Con una mirada autoritaria, lo llamé.


—¡Sube al auto, Gabriel! —Mi voz era firme, llena de autoridad. No me costó trabajo hacer que me obedeciera.


Él era solo un niño, vulnerable, pero yo... yo era más.


Al bajar las escaleras y ver el caos que había dejado atrás, pude escuchar los gritos de mi hija desde el cuarto. Esa era la señal. Todo había quedado en su lugar. El plan había funcionado a la perfección.


Cerré la puerta con tranquilidad, sabiendo que ya no había vuelta atrás. Vi a mi hija, atrapada, debilitada, gritando por su hijo. Mi sonrisa se amplió al escuchar sus gritos de desesperación.


Me dirigí hacia el auto, sin mirar atrás, sin sentir culpa. No era mi hija quien me estaba observando. No era ella quien veía mi sonrisa satisfecha. Era yo, en su cuerpo.


Subí al auto sin vacilar, y Gabriel, con sus ojos llenos de confusión, se subió a mi lado. La imagen de mi hija se desvaneció, quedó atrás, como una sombra irreconocible.


El coche arrancó, y mientras nos alejábamos, vi por la ventana la casa de mi hija. Ella estaba allí, atrapada en un cuerpo que ya no le pertenecía.


Nunca más volvería a ser quien fue. Ahora, todo me pertenecía. Su vida, su cuerpo, su futuro. Y, mientras avanzábamos por la carretera, sentí una risa interna, profunda y satisfecha.


Al fin había recuperado lo que me habían quitado.




Gabriel abrió los ojos lentamente, mirando al techo con una expresión adormilada. No tenía apuro, era sábado y no había clases. Podía tomarse su tiempo. Sin embargo, había algo extraño en el aire. La casa estaba sumida en un silencio inquietante, algo inusual para un hogar donde normalmente al menos se escuchaban los pasos o la voz de su madre.


Se levantó con pereza, pasando las manos por su rostro para despejarse. Salió de su cuarto con un bostezo y se dirigió al pasillo. No había señales de su madre en la cocina ni en la sala. Pensó que quizás había salido temprano para trabajar, tal vez el permiso que había pedido ya no era necesario.




Un ruido sordo llegó desde el cuarto del fondo, el que raramente usaban. Gabriel alzó una ceja, extrañado. Avanzó de manera indiferente, pensando que tal vez se trataba de algo que había caído. Pero justo cuando estaba a punto de llegar, un sonido diferente lo detuvo en seco.


Un suspiro. Largo, profundo, cargado de algo que no pudo identificar de inmediato. Gabriel sintió que su corazón daba un pequeño vuelco. No era un sonido cualquiera.




Avanzó más despacio, con pasos cautelosos. Al acercarse a la puerta entreabierta, apenas asomó el rostro, y lo que vio lo dejó petrificado.


Allí, en el centro del cuarto, estaba su madre... pero no como él la conocía. Su Madre estaba bañada en sudor, todo su cuerpo brillaba, Desnuda y de una manera que el nunca creyó conocerla. Su postura, sus gestos, todo parecía ajeno. Sus manos recorrían su cuerpo de una manera que Gabriel no podía procesar. Su madre parecía completamente absorbida en lo que hacía, como si estuviera explorando cada centímetro de sí misma con una mezcla de curiosidad y... algo más que él no podía ni quería nombrar.




Se quedó paralizado, su mente luchando por encontrar una explicación razonable. 

"¿Qué diablos es esto?", pensó, sintiendo cómo el calor subía a su rostro. El rubor lo invadió por completo.


Dio un paso atrás lentamente, asegurándose de no hacer ruido. Su corazón latía con fuerza mientras retrocedía por el pasillo. Llegó a su habitación y cerró la puerta con cuidado, apoyándose contra ella mientras trataba de calmar su respiración.


—¿Qué rayos fue eso? —susurró para sí mismo, todavía tratando de entender lo que había visto.


Por un momento, intentó justificarlo. Tal vez su madre tenía esas necesidades, como cualquier otra persona, pero... ¿por qué ahí? ¿Por qué de esa manera?


Gabriel se frotó el rostro con ambas manos, intentando borrar la imagen de su cabeza.


—Por Dios, al menos un poco de cuidado... —murmuró con frustración y vergüenza.


Trató de despejar su mente. Respiró profundamente, convencido de que lo mejor sería salir de la casa.


—Creo que voy a comprar algo para el desayuno... —se dijo, más para distraerse que por hambre.


Se alistó rápidamente, tomó su billetera y salió de la casa, deseando dejar atrás lo que acababa de presenciar. Sin embargo, mientras caminaba por la calle, no podía sacudirse una sensación extraña. Algo no estaba bien. No con su madre Y aunque no quería admitirlo, una inquietud creciente comenzó a arraigarse en su interior.





El primer amanecer en este nuevo cuerpo era un regalo de los dioses, o tal vez del mismísimo demonio. La luz del sol bañaba su piel joven, suave, y un estremecimiento de satisfacción recorrió cada rincón de su ser. Se sentó en el borde de la cama, deleitándose con la energía que ya no recordaba haber sentido, estirando  sus piernas, jóvenes, fuertes, y femeninas. Observándolas con fascinación.


"Esto es mío ahora."


El pensamiento la llenaba de un placer oscuro, un poder que la embriagaba. Su cabello caía en suaves mechones sobre sus hombros; lo acarició, dejando escapar una risa silenciosa, encantada con su textura. Se levantó, tambaleándose un poco al principio, mientras sus piernas, ahora jóvenes y firmes, respondían a sus movimientos.




Se detuvo frente al espejo del cuarto, contemplando cada detalle del cuerpo que había tomado. Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios, pero sus ojos permanecían fríos, analíticos, como un depredador observando su presa. Tocó su rostro, sus pómulos, los labios.


"Hermosa. Siempre supe que lo era, pero ahora puedo sentirlo de nuevo."


El mundo estaba al alcance de su mano otra vez. Con este cuerpo, no habría límites, no habría juicios. Podía empezar de nuevo, borrar su horrible pasado, construir una vida que mereciera. Pero entonces, un ruido desde afuera rompió su ensoñación.


—Gabriel…


Lo escuchó moverse por la casa, y algo se removió en su interior, una mezcla de irritación y curiosidad. "Ese mocoso..." Decidió ignorarlo por un momento, enfocándose en su propia transformación. La ropa de Natalie le resultaba extraña, ajustada, reveladora y juvenil, pero no importaba. Pronto haría suyas esas costumbres también.

Se recostó en la cama, explorando cada centímetro de su nueva existencia con detenimiento, redescubriendo sensaciones que su viejo cuerpo había olvidado hacía décadas. Se quitó su camisón, apretando y sintiendo la firmeza y sensibilidad que sus nuevos pechos le brindaban.




—Oh joder… tan sensibles…— Mordía su labio, ahogando los gemidos que salían débilmente de su garganta, su nuevo cuerpo era tan sensible, sabia por como se estaba mojando que su hijita no acostumbraba hacer estas cosas.






—Ay no Natalie… desperdiciabas tu cuerpo niña— Dijo deshaciéndose de su ropa interior, el aire frio de la mañana había puesto duros sus pezones, estaba tan sensibles que el mínimo rose basto para hacer que su nueva vagina se mojara, estaba escurriendo y se estaba excitando. Anoche no había tenido tiempo para jugar, el cambio la había dejado agotada, pero ahora


—Veamos qué sabes hacer niña—


Deslizando sus manos sobre su vientre, como una víbora que se arrastra por su presa, lentamente sus yemas trazaron un eje alrededor de su sensible vientre, cuando llegaron al pubis, ligeramente peludo, con gotas de sus jugos que brillaban con el sol mañanero, una sonrisa se dibujó en su rostro, no se había tocado aun, y ya podía sentir sus dedos y el calor de un orgasmo. 




—Tan sensible… tan rico a-ahh…— jadeando acariciaba su entrada húmeda y peluda de arriba abajo, el mero rose la estaba prendiendo.


—Más… quiero más— 



Me lo acariciaba suavemente sin prisa, con dos dedos frotando sobre mi nueva vagina que poco a poco iba sobresaliendo cada vez más, poco a poco fui aumentando la velocidad, hasta llegar a estar totalmente mojada necesitaba meterme algo, me chupe un dedo manteniéndolo un rato en mi boca para después llevarlo a mi Vagina, la vagina de Natalie, no se comparaba a mi vieja panocha, esta era joven sensible, llena de vida y jugosa. 

Estaba muy mojada, nada que ver con mi antiguo cuerpo, me lo metía y sacaba rítmicamente disfrute como una loca haciendo eso Me saque el dedo de mi Panocha y lo volví a lamer, esta vez con un rico gustito a vagina, tocándome los pezones que aún se me pusieron más duros, me abrí todo lo que pude para notar bien la sensación estaba realmente cachonda, movía mis dedos de arriba abajo para restregarlos por todo mi coño.

Tenía el coñito realmente empapado y unas ganas locas de experimentar un orgasmo, orgasmo que no había sentido en hace tanto tiempo. Comencé a metérmelo y sacarlo, moviéndolo rápidamente mientras movía mis caderas a ritmo de entrada y salida, gemía sin parar y no paraba de darme tanto placer con mis dedos, la sensación era tan placentera, hacia tanto que quería volver a sentir esto.





Me metí los dedos hasta en fondo y los deje allí, disfrutando de los micro espasmos, totalmente abierta, me tocaba con la mano libre las tetas, las apretaba y tiraba de mis pezones, mientras me mordía los labios de placer, mi hija tenía un cuerpo tan sensible y cachondo, si ella hubiera sido lista no estaría pasando por las carencias que vive hoy. 

Sin parar de tocarme las tetas, apreté con fuerza mi pezón que ya estaba durito, “Dios mío”… note como todo mi cuerpo se ponía tenso, notaba plenamente mis dedos metiditos en mi vagina y con una de mis manos apretándome las tetas, grandes y firmes, como las de una buena mujer, no esas basuras arrugadas y caídas y la otra mano frotándome el clítoris, no podía parar estaba muy muy cachonda, acelere el ritmo de mis manos y de mis caderas, gemía aún más, mi coño chorreaba y seguí así un instante más y me vino un orgasmo buenísimo e intenso que me hizo chillar de placer.



Poco a poco me recupere de la excitación, el sol mañanero se filtraba por las cortinas e iluminaba mi cuerpo sudoroso, una sonrisa se dibujó en mi rostro, este cuerpo aún era muy joven, hermoso y estaba lleno de vida, solo tenía que tomarla.

Pero entonces, sentí algo... una presencia.


"¿Qué es eso...?"


Levantó la vista justo a tiempo para notar una sombra fugaz en la puerta entreabierta. Era Gabriel.



Por un momento, su expresión cambió, un destello de incomodidad cruzó su rostro. Sin embargo, rápidamente se recompuso, como una serpiente que se enrosca para atacar si es necesario. Esperó a que se marchara, escuchando el suave cierre de una puerta al final del pasillo.


"No tiene ni idea."


Sonrió para sí misma, satisfecha de que el chico no sospechara nada, al menos por ahora.


Se levantó de la cama con calma, caminando hacia el espejo una vez más, sus nuevas piernas se movían con elegancia y gracia ajenas a los modos tímidas y tiernos de la joven madre. "Natalie era débil… ¡PATETICA!” pensó acariciando el contorno de su nuevo cuerpo, estaba completamente sudada y brillaba como una diosa… 


—Pero es tiempo de cambiar eso…—



Finalmente, bajó las escaleras, con un aire de seguridad impropio de la Joven madre. Gabriel no estaba en casa, así que decidió empezar su día con algo de música. Era un día nuevo, una vida nueva.


La abuela dentro del cuerpo de Natalie. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que el mundo le pertenecía otra vez. 

"Y nadie me lo va a quitar."


Gabriel entró a la casa con una pequeña bolsa en la mano. Los huevos y el tocino que había comprado eran modestos, pero suficientes para un desayuno decente. Al cruzar el umbral, notó a su madre sentada en el sillón, con el control remoto en la mano. Su postura era rígida, y parecía frustrada mientras presionaba botones al azar en el control del televisor.


—¿jmmm...? —murmuró para sí, cerrando la puerta detrás de él.


Cuando se acercó, su madre no le prestó atención. El televisor mostraba un menú pero parecía que no lograba reproducir nada. Sin detenerse demasiado, Gabriel se inclinó hacia ella, le quitó el control remoto de las manos con un movimiento fluido y presionó el botón correcto. La interfaz respondió al instante, y dejó el control nuevamente sobre la mesa antes de dirigirse hacia la cocina.


Mientras lo hacía, sintió su mirada.



Se detuvo y giró la cabeza. Los ojos de su madre lo seguían con una intensidad casi aterradora. Su expresión era de pura indignación, una mezcla de furia contenida y algo más oscuro que Gabriel no supo identificar. Apretaba los dientes con tanta fuerza que se podía notar la tensión en su mandíbula.


—¿Todo bien? —preguntó, algo desconcertado.


Su madre pareció relajar un poco los hombros, aunque su mirada no perdió ese filo cortante. Soltó un largo suspiro, como si intentara contener una explosión.


—¿Cómo busco una canción en esto? —preguntó con voz seca, sosteniendo el control remoto con los dedos ligeramente temblorosos.


Gabriel la miró fijamente por unos segundos. Había algo extraño en su tono, algo que no coincidía con la mujer que conocía. Finalmente, decidió ignorarlo.


—Solo presionas el botón del micrófono y dices el nombre de la canción. —Se acercó de nuevo y señaló el botón en cuestión.


Ella asintió sin decir nada, mirando el control remoto como si fuera un objeto alienígena. Gabriel sintió una ligera incomodidad, pero la dejó en paz y fue a la cocina para empezar a cocinar.


Mientras encendía la estufa, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba fuera de lugar. La forma en que lo miró… como si no lo reconociera. "Quizás está cansada," pensó para tranquilizarse, aunque no podía evitar sentir un nudo en el estómago.


La melodía clásica resonaba suavemente en la sala, llenando el aire con una nostalgia inquietante. Gabriel reconoció la canción al instante; era la misma que había escuchado muchas veces en casa de su abuela, en ese viejo y polvoriento tocadiscos. Ahora, salía del televisor como un eco del pasado.


Mientras él cocinaba el tocino, su madre apareció en el marco de la puerta de la cocina, caminando con una cadencia inusual, sus caderas balanceándose de forma provocativa. Era un movimiento tan fuera de lugar que Gabriel no pudo evitar mirarla con extrañeza.


—Hey... esa canción —dijo el mientras preparaba el desayuno

— ¿te trae recuerdos? ¿O algo más? — mientras removía los huevos en el sartén.




—Muchos —respondió en tono cortante, manteniendo los ojos en la comida.


Ella respiró profundamente, aspirando el aroma del tocino, y se sentó en la barra como si estuviera inspeccionándolo.


—¿Qué harás hoy?


—Eh... pues, tarea. Luego pensaba salir con Chris y—


No lo dejó terminar.


—No irás con ningún vago. Tienes deberes de hombre en esta casa.


Gabriel levantó las manos con exasperación, mostrando las palmas.


—Ok, ok, tranquila... está bien. ¿Qué necesitas?


Su madre sonrió de manera tensa y fría, como si su obediencia fuera exactamente lo que esperaba. Le enumeró una lista de tareas domésticas: limpiar la sala, organizar la despensa, sacar la basura y hasta limpiar el garaje. Aunque ninguna era particularmente difícil, el conjunto parecía diseñado para mantenerlo ocupado todo el día.


—¿Ma... neta para hoy? —protestó Gabriel, entrecerrando los ojos con incredulidad.


—NO VAS A SALIR SI NO LO HACES, —respondió con un tono tan autoritario que a Gabriel se le erizó la piel—. Ya es tiempo de que te enseñe modales.




—Hey, okay, okay —respondió él, molesto—, pero... mañana podría hacer—


—HOY TIENE QUE QUEDAR TODO, —interrumpió ella, su voz cortando como un látigo.


Gabriel se quejó en voz baja mientras servía el desayuno. Puso el plato frente a su madre, quien ni siquiera le agradeció, y tomó el suyo con desgano antes de dirigirse a su habitación.


—¿Y a ti qué mosco te picó? —murmuró enojado mientras subía las escaleras, llevándose el plato para comer en paz.


Cuando estuvo sola, la "madre" de Gabriel miró el plato con desdén antes de empujar el tocino con el tenedor. Sus ojos como los de una víbora venenosa se paseaban por la sencilla cocina, estos brillaron como un cazador que ve a una presa, habiendo localizando una botella de vino, tomo una copa de entre los trastes, la sirvió y bebió un sorbo con tranquilidad mientras pasaba los dedos por sus nuevas curvas.


—Modales, querido... —susurró para sí misma, sonriendo con satisfacción mientras la melodía clásica continuaba sonando de fondo.


Después del amargo desayuno, Gabriel decidió comenzar con la lista de tareas por lo más sencillo. Caminaba hacia el armario de limpieza, buscando las herramientas necesarias, cuando escuchó el sonido inconfundible de unos tacones resonando por el pasillo.


Se giró, y ahí estaba ella. Su madre. Pero no era la mujer cansada y práctica que él conocía. No, esta versión de su madre era otra cosa completamente. Vestía un traje ajustado que realzaba cada curva, un conjunto que para Gabriel era demasiado revelador, demasiado... provocativo. Su cabello estaba perfectamente arreglado, y sus labios, pintados de un rojo vibrante, formaban una línea clara entre la mujer que había sido su madre hace unos días y la versión prácticamente porno que veía ahora.




—Hey, hey... Ma, ¿tienes prisa? ¿A dónde vas? Son las diez, ¿qué tanto puedes tener que hacer? —preguntó, su tono entre curioso y molesto.



Ella le lanzó una mirada fría y condescendiente mientras ajustaba su bolso sobre el hombro.


—Tengo que arreglar unos asuntos en el asilo para esa Anciana, Ahora quítate, que me estorbas.


Gabriel frunció el ceño, apretando los labios con frustración. Su madre caminó a toda prisa hacia la puerta, sus tacones resonando con autoridad. Cada paso exudaba confianza y una arrogancia que le resultaba completamente desconocida.


Mientras la veía salir, Gabriel se quedó inmóvil un momento. Su enojo burbujeaba justo bajo la superficie. Nada justificaba ese trato, esa frialdad. Pero algo más lo incomodaba, algo que no podía ignorar. Había algo extraño en cómo se veía, en cómo se movía. Su propia madre lucía como una completa desconocida, una versión idealizada de una mujer que parecía más salida de una fantasía que de la realidad.


Sacudió la cabeza, reprimiendo cualquier otro pensamiento. "Qué diablos pasa contigo, Gabriel," se dijo.



Sin embargo, mientras el enojo crecía en su pecho, una pequeña chispa de alivio también lo acompañaba. Si realmente estaba yendo al asilo, quizás planeaba solucionar de una vez por todas el tema de esa vieja bruja. Y si era así, tal vez no tendrían que volver a preocuparse por ella nunca más.

Ese pensamiento, aunque oscuro, le trajo algo de consuelo. Suspiró, tomando el trapeador y el balde. Al menos así, con ella fuera de la casa, podría trabajar en silencio y sin sentir su mirada helada clavada en su espalda.


Narra la Abuela.



El sol se alzaba, y con él, mi nuevo cuerpo, siempre un paso adelante, siempre calculadora. Me miré en el espejo mientras me preparaba, no había tiempo que perder. La oportunidad que tanto había esperado, la posibilidad de tener la vida que siempre desee, de recuperar lo que me fue arrebatado, estaba al alcance de mis manos.



Me tomé mi tiempo para ponerme el vestido, algo que hacía tiempo no usaba, y que sin duda resaltaría mi figura, dejando claro a todos que aún tenía poder, que aún podía atraer. Gabriel me miraba, su curiosidad era palpable, y aunque me incomodaba un poco su mirada, no podía evitar disfrutar del poder que sentía al tenerlo cautivo con solo mi presencia. No me importa si se sentía incómodo, no era su opinión lo que necesitaba en ese momento.



—¿Tienes prisa? —me preguntó él, sus ojos enrojecidos de la mañana aún cargados de fatiga. Su tono se mezclaba con molestia y confusión, como si la imagen de su madre ahora fuera un rompecabezas imposible de encajar.


Yo no le respondí, simplemente me di la vuelta y salí. Él no entendía. No podía entender. Era un pequeño precio que tenía que pagar, no solo él, sino todos, por mis decisiones. Por lo que había tenido que hacer. No me importaba cómo se sintiera. La decisión ya estaba tomada.




El asilo era la excusa, la fachada para poder salir. Mi prioridad era otra. Recoger todo lo que me quedaba de esta vida que me habían robado y que había vuelto a tomar con fuerza. Tenía que mover todo mi dinero, todos esos años viviendo una vida precaria, no importaba el dolor ni lo que dejara atrás. Ahora mi hija estaría llevando esa carga por mí, el dolor físico, el sufrimiento emocional, todo era un precio necesario por lo que me esperaba.


Mientras me alejaba, pude sentir cómo me invadía una sensación de alivio, pero también de algo más. Algo que me estremecía. La última parte del plan ya estaba en marcha, y no había vuelta atrás. ¿Qué haría mi hija en mi viejo cuerpo? ¿Qué haría ella con sus días contados? ¿Qué estará haciendo ahora? Atrapada en esa vieja momia que solía ser.




La mañana comenzaba como una nebulosa para la abuela, en el cuerpo robado de su hija, pero pronto, la familiaridad del caos comenzó a disiparse. El poder de estar en este nuevo cuerpo, joven, vibrante y lleno de vida, la envolvió rápidamente. Ya no estaba la débil anciana que había sido durante tanto tiempo. Ahora tenía el control, la fuerza, la atracción que había estado esperando durante años.


Se vistió con ropa que resaltaba su nueva figura, algo ajustado pero cómodo, lo suficientemente atrevido para atraer miradas sin ser vulgar. El banco estaba en su punto álgido, y con un paso seguro, entró. La mirada de los hombres la seguía, sus ojos recorriendo cada parte de su cuerpo. Ya no era la mujer que esperaba en la sombra el beso de la muerte; ahora era una figura que evocaba deseo, que dominaba la atmósfera con una facilidad casi natural.

Con el rostro joven de su hija, se dirigió hacia el banco donde había transferido el dinero semanas antes, cuando aún habitaba en su cuerpo deteriorado.


Ahora, con los pasos firmes y decididos de quien ha recuperado todo lo que ha perdido, entró en la sucursal bancaria, sintiendo cómo su antiguo cuerpo de anciana quedaba cada vez más distante, casi irreconocible para ella. La mujer de ochenta y pocos años que había sido ya no existía en su mente, reemplazada por una joven con hambre de poder, de vida.


Se acercó al mostrador con una sonrisa fría. Nadie sospechaba que era la misma mujer que había dejado atrás una familia rota, una historia de maldad y engaños. Con el rostro de Natalie, la gente le sonrió de vuelta, sin saber que, bajo esa máscara de maternidad y dulzura, estaba la misma anciana manipuladora, más viva y cruel que nunca.


Empleado del banco

— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?



La abuela en el cuerpo de Natalie, con una dulzura forzada 

—Hola, vengo a retirar un pequeño… ah, no, un gran monto de mi cuenta personal.


—Claro, señora, ¿podría proporcionar su identificación? —


La abuela sacó la identificación de Natalie, una copia perfecta de la que había usado durante años, pero en ese momento se dio cuenta de que, al igual que el dinero en la cuenta secreta, nada de lo que había hecho en su vida anterior realmente importaba. Lo único que importaba ahora era el control total.


—Aquí tiene. — Con una sonrisa adorable, casi seductora


El empleado verificó la información y comenzó a hacer los trámites necesarios. Mientras tanto, la abuela observaba la pantalla del ordenador, viendo cómo las cifras se deslizaban hacia su cuenta personal, su herencia asegurada, el final de su largo juego de manipulación. Se sentía invencible.


“Todo está marchando como lo planeé”


Al recibir el efectivo, la abuela en el cuerpo de Natalie se dirigió hacia la salida del banco, con la misma gracia y arrogancia con la que alguna vez caminó en su juventud. Era una reina, ahora dueña de todo lo que alguna vez consideró suyo: la vida de su hija, el dinero y, finalmente una nueva oportunidad de empezar de nuevo.




Con el dinero en sus manos, salió del banco, y la imagen de Natalie se desvaneció, mientras la abuela comenzaba a preparar su siguiente paso. 

—Nadie puede detenerme ahora.



Más tarde en una elegante cantina en el centro de la ciudad. La tenue luz iluminaba el lugar, aunque era temprano para empezar una fiesta de caos y placer, habían unas cuantas personas reunidas en ese lugar, el aroma a tabaco y cerveza inundaban cada rincón, el murmullo de los hombres en sus propios asuntos acompañado de risas y el sonidos de una mesa de billar cargaban la atmosfera con una escena típica de una cantina moderna.



Se sentó en una mesa al fondo, pidiendo una copa de vino tinto, y poco después, uno de los hombres se acercó. No era el tipo de hombre que normalmente habría buscado, pero en ese momento, le pareció perfecto. Aquel joven, con una sonrisa algo ingenua y una mirada descarada, la cautivó de inmediato. El juego de seducción comenzó, las palabras suaves y juguetonas llenaban el espacio entre ellos, mientras ella se encargaba de mantener su encanto, su elegancia inquebrantable, el poder sobre él palpable con cada movimiento.


“Pobre tonto, vamos a divertirnos con él un poco”


Pasaron las horas entre risas, historias, y copas de vino, mientras las carcajadas y las bromas se mezclaban con la música de fondo. La abuela disfrutaba de cada momento, de cada mirada, de cada gesto. Estaba volviendo a ser la mujer que había sido en su juventud, esa que había tenido los hombres a sus pies, la que sabía cómo manipular, cómo obtener lo que deseaba sin esfuerzo alguno. El tiempo parecía moverse más rápido, pero ella no pensaba en el futuro, solo en el presente, en lo que le brindaba su nueva oportunidad.




Narra la abuela

Avanzaba la noche y mi excitación crecía a medida de que era ignorada por este hombre que me tenía la vagina totalmente húmeda, tan húmeda que ya sentía mi tanga totalmente mojada,

Entramos a su departamento y él me dice “bueno perra que esperas que no me dejas ver esas tetas que le vamos a dar un buen uso” y yo solo me empecé a quitar la ropa sin decir una sola palabra, "mas le vale a este muchachito cuidar su boca", cuando solo quede en tanga el me pega a la pared y el me empieza a besar con gran intensidad y con sus manos una en mis tetas las pellizcaba y les daba pequeñas cachetadas y su otra mano ya me estaba metiendo los dedos con gran habilidad y en menos de 3 minutos tuve mi primer orgasmo en muchos años.





—A-ahhhh Dios Mío….—tenia mis ojos en blanco este hombre era increíble sabía dónde y en qué puntos tocar, no recuerdo cuando el contacto con otro hombre fue así de intenso, así de delicioso.  


El me metió sus dedos con mis jugos en mi boca y me dijo "saborea" y yo le chupe los dedos sin decir una sola palabra, me tomo del cabello y me halo hasta que estuve de rodillas y me dice “ya sabes que tienes que hacer”, aprete mis nudillos, mas le vale no hacerme enojar.


Por un momento, esa palabra… me trajo tantos recuerdos, el hombre que me obligo a hacer esto, el hombre que me hizo robarle el cuerpo a mi hija, por el… por el paso todo, él es el culpable, pero, mi cuerpo no respondió, estaba tan mojada y caliente, que no me di cuenta cuando yo le empiezo a desabrochar el cinturón y el pantalón. Volví a la realidad cuando pude notar su bulto súper marcado, para cuando le bajó sus bóxer su verga salto, una delicioso pedazo de carne bastante grande unos 22 cm y muy gruesa. Empiezo a metérmela en la boca antes de que siquiera pensara algo. Aunque de lo gruesa casi no me cabía y el tomo mi cabeza y me empezó a follar la boca y decía.




“te la vas a tragar toda puta”


Estuvimos así unos 10 minutos, el me levanta con una gran habilidad en sus brazos y me dice “te la voy a meter” yo sentía algo de miedo de pensar en su gran verga, ya hacia tantos años que no probaba algo así, gemía como una verdadera prostituta que buscaba sentir un pito grande y grueso, estaba cachonda y aterrada, no sería ni de la mitad del tamaño de mi difunto esposo y cuándo él pone su verga en la entrada de mi vagina me deja caer toda sobre él y siento como el interior de mi hija es molido, siento mis nueva paredes abriéndole paso a ese trozo de carne caliente y palpitante, hasta el fondo de mi vagina joven y estrecha. De lo más profundo de este cuerpo robado sale el gemido más fuerte que pudo emitir la voz de mi hija.



—Hijo de puta me vas a partir en dos—


 sus palabras fueron “así hay que metérsela a las putas perras y hasta ahora estoy comenzando”.

Me seguía dando con todas sus fuerzas y yo solo sé que no parara así son todos los hombres, pero en este momento, solo quería ser partida en dos y empecé a tener otro orgasmo.

El cuerpo de mi hija era tan sensible, la caricia de otro hombre me derretía de una forma que no recordaba, era tan intenso, tan profundo, su verga martillaba mi coño de una manera deliciosa, pero este cretino estaba siendo muy rudo, en el momento  en que casi la saca toda su verga me la metió de golpe lo cual me hizo venir de manera muy intensa, sentía como me temblaba todo el cuerpo.


—verás como lo hace un hombre de verdad—y acto seguido me la saco de la vagina  poniéndomela en la entrada del culo, lo empieza a meter y me dice “o te relajas o te va a doler aún más pinche perra”. 


—OYE…. ¿¡QUE CREES QUE HACES?!



Una cosa era por la vagina, Pero esta basura antinatural, aunque fuera un cuerpo robado tenia límites y este imbécil los había cruzado, iba a empezar una nueva vida… y la iba a empezar a mi manera…



—Cállate puta y dame ese culito—


No recuerdo en que momento me vestí y salí del cuarto de ese idiota, esa noche estaba muy ebria para recordar todo, el eco de mis tacones por las solitarias y frías calles resonaban en mi mente  manteniéndome en el presente, temblaba ligeramente, sentía el calor de nuestros jugos mesclados escurrir por mis muslos.



Solo supe, que en el instante en que ese… ese degenerado violador, quiso hacer las cosas a su antojo, algo dentro de mí no lo pudo permitir más, justamente por eso había escapado de ese viejo cuerpo, dejar atrás esa vida de sumisión y complacencia a los hombres… ahora era otra persona… una nueva mujer y no dejaría que ningún hombre, me obligara hacer nada… aun si eso implicara, mancharme las manos.



Unos minutos antes, lo que había empezado como el amanecer de una nueva vida, fue un recordatorio para la abuela de su rol, el placer de recuperar lo que creía perdido fue mucho más fuerte. Había recuperado el control, y por una noche, su cuerpo y su alma eran los de una mujer joven, llena de vida, que hacía lo que quería sin consecuencias.




La abuela, aún eufórica por la experiencia de la noche, entró a la casa con pasos vacilantes, el tacón en la mano, sus nervios y paranoia estaban a tope, aun procesaba lo vivido, eran demasiadas emociones para un día, su inestabilidad mental no correspondía con el estado físico en el que se encontraba. El ambiente de la casa era tranquilo, pero al instante vio a Gabriel, con su rostro tenso y furioso, parado en la entrada del pasillo.


Ella lo miró con indiferencia, un ligero toque de burla curvó sus labios. Ya no le importaba nada más que el control de su cuerpo y de las situaciones. Había disfrutado de la libertad, de la juventud, y de un poder que creía perdido. Ahora, en ese cuerpo joven y vibrante, nada la detenía.



—¿Qué haces despierto? —preguntó con una sonrisa apenas perceptible, mientras entraba sin prisa, casi desinteresada—. Ve a dormir.


Gabriel la observó con ojos llenos de ira y confusión, claramente molesto por la actitud de su madre. Se adelantó hacia ella, sin importarle lo que pudiera decir.


—¿Dónde estuviste? —dijo, exigiendo una respuesta. Su tono era firme, aunque su voz traicionaba una mezcla de inquietud y rabia.



La abuela lo miró con una fría indiferencia, sus ojos desbordando una calma calculada mientras, en su interior, disfrutaba del desconcierto y frustración que causaba. No podía ser tan obvia, pero la verdad era que ya no lo temía. Había ganado el control, y este chico, su nieto, no podría hacerle nada.



—¿Dónde estuve? —repitió en voz baja, casi como si la pregunta le pareciera absurda—. Eso no te incumbe, Gabriel. Yo soy la que manda aquí— dijo caminando a la cocina, el aroma ligero a alcohol y perfume inundaban el lugar, sin dudas alguien se había divertido.

Sin prestarle mucha atención a quien se supone era su nieto o hijo, limpio sus manos frenéticamente en el fregadero maldiciendo en voz baja mientras miraba la sangre irse por la cañería.  



La arrogancia en su tono era palpable. Aunque su cuerpo estaba exhausto, la sensación de poder aún la mantenía de pie, erguida, mirándolo de manera desafiante.


—Ahora ve a dormir —completó secando sus manos, en su rostro una sonrisa ladeada, que apenas alcanzaba a esconder la sensación de satisfacción que sentía al tenerlo en ese estado de frustración y confusión.



Gabriel, al escucharla, no podía creer lo que estaba viendo. La mujer frente a él no era la madre a la que había conocido, sino una versión casi irreconocible, arrogante y cruel. La respiración le pesaba, pero decidió no continuar con la discusión. Volvió a su habitación, dejando que la tensión quedara flotando en el aire, mientras la abuela, como una bailarina, balanceo sus caderas buscando un poco más de alcohol para aliviar su tensión. 





Hola buenas noches

Antes que nada  una disculpa por mi ausencia, estuve en una complicada situación, tuve que decidir entre salvar la escuela o ser feliz, efectivamente la vida no quiere que sea feliz, y aunque ando un poco molesta y frustrada por que, por mas que me esforcé el resultado no fue el que esperaba. Pero... la vida es así, no dejen las cosas para ultima hora, estas semanas la escuela me dejaron agotada emocional y físicamente, no soy mucho de quejarme, pero ustedes mis amores merecen y necesitaban saber esto, ya casi tomo mis vacaciones así que espero poder traer para ustedes las historias mas eróticas y oscuras para sus perversas fantasías, así como de continuar el resto de peticiones y continuar con las demás historias, les agradezco el apoyo y la comprensión.

Sobre la historia, se que había prometido mantener un cierto formato, pero honestamente, me relaje y disfrute mucho escribiendo esta historia, la cual ya esta terminada, solo necesita unos pequeños ajustes y se irán publicando en los próximos días, la verdad me empique mucho con esta trama y quiero hacer algo nuevo y oscuro, espero que la disfruten tanto como yo.

Sin mas que decir, yo fui Jessica y les deseo una hermosa noche <3 .



7 comentarios:

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  2. Fue una historia muy buena, me gusta como narras las cosas con detalle y acompañadas de imágenes, eres una gran escritora y espero que te vaya bien en la escuela

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  3. Wow, de verdad eres increíble escribiendo Jessica. Me encantó, describes a la perfección la satisfacción que siente la anciana en su nuevo cuerpo joven. Y me encanta que no dudes en darle un toque mas oscuro y demostrar que no se arrepiente de haber tomado ese cuerpo. Muchas gracias querida ❤️

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  4. El detalle de transferir su dinero también, absolutamente increíble. Se puede ver el control que tiene la anciana sobre su nuevo cuerpo. Algo mas que podría hacer para demostrar aun mas control es cambiar su nombre formalmente a su nombre original. Gracias por compartir tu arte con nosotros 😊😊😊

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  5. Cariño has vuelto, que bueno que estas bien Jessica, espero que te vaya bien en la escuela y disfrutes de tus vacacciones, se te aprecia hermosa saludos beiby

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  6. Muy oscura y perversa pero me gusto aunque me siento mal por Gabriel, solo de ponerme en sus zapatos me aterra, es muy tierno fue mi personaje favorito, debieras hacer un pequeño epilogo como sugerencia si quieres, para saber que pasaría con la verdadera Natali, como la abuela se apodera totalmente de la vida de su hija por ejemplo en el trabajo y para darle un final menos duro para Gabriel por ejemplo aunque la abuela sea dura tenga que aparentar ser Natalia para que Gabriel no sospeche teniendo que fingir ser buena con el por momentos especificos, solo es sugerencia Jessy es que me gusto mucho esta historia y me imagino que susederia despues jejeje

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Peticion #4

La Herencia de la abuela parte 2