Antes de comenzar, quiero disculparme esta ser谩 una petici贸n en dos partes, no me gusta mucho la idea de hacerlas en dos partes, pero mantendr茅 un formato de 10,000 palabras aprox. por petici贸n, disculpen si la sienten tan corta, pero creo que eso le a帽ade cierta tensi贸n, quisiera y pudiera terminarla hoy, pero honestamente quiero dormir y una parte de mi ya ansia que lea esta historia, hoy quisiera probar algo nuevo, eh a帽adido un enlace, para ambientar un poco la historia, me dicen si les gusto este tipo de formato para implementarlo cuando sea posible. Sin mas que decir por favor disfruten de:
El Legado de la Abuela
Parte I
Conduc铆a en silencio, intentando mantener el ambiente lo m谩s tranquilo posible. El coche, un sed谩n sencillo pero fiable, era lo mejor que hab铆a podido comprar con mis ahorros. Mis manos se aferraban al volante, no tanto por la necesidad de controlarlo, sino para evitar pensar en lo que nos esperaba al final del camino.
Mir茅 de reojo a Gabriel. Mi hijo. Mi adoraci贸n. Desde el momento en que lo tuve en mis brazos, jur茅 que har铆a todo por 茅l. Y lo he hecho, incluso si a veces siento que le fallo.
—Escucha, Gabriel —romp铆 el silencio, mi voz calmada pero firme—. S茅 que no te gusta visitar a la abuela.
脡l no apart贸 la mirada de la ventanilla, pero pude sentir c贸mo se tensaba ligeramente.
—Ella me odia, mam谩. Sabe que a m铆 tampoco me agrada. Ella me dice cosas...
Su voz se quebr贸 un poco, pero intent贸 ocultarlo.
—Lo s茅, cari帽o. Lo s茅 —respond铆, colocando una mano en su hombro con suavidad—. Pero ella es alcaldesa. Necesita nuestra ayuda. Conozco a tu abuela.
— ¡Ella no es mi abuela! —me interrumpi贸, alzando la voz con una mezcla de enojo y frustraci贸n.
Las palabras me golpearon con fuerza. No era la primera vez que las escuchaba, pero cada vez dol铆an m谩s. Me mord铆 el labio, intentando no dejar que mi voz traicionara lo que sent铆a.
—S茅 que... ella es dif铆cil. Pero si esa mujer nos est谩 pidiendo ayuda, es porque lo ha intentado todo, Gabriel. Hazlo por m铆, cari帽o.
Me mir贸 por un momento, sus ojos llenos de esa mezcla de rebeld铆a y amor que solo un hijo puede sentir. Finalmente, suspir y acercndose con un "Est谩 bien" antes de colocarse los aud铆fonos, aisl谩ndose del resto del mundo.
Suspir茅 profundamente, sintiendo c贸mo el aire me quemaba los pulmones. A m铆 tampoco me hac铆a gracia venir. Mam谩 viv铆a a casi cuatro horas de distancia, en un barrio para jubilados perdidos en medio de las monta帽as. Le hab铆a sugerido muchas veces considerar un asilo, pero era demasiado terca para siquiera pensarlo.
El coche se deslizaba por la carretera
rodeada de pinos, con la neblina haci茅ndose m谩s espesa conforme ascend铆an. El
aire era fr铆o, incluso dentro del veh铆culo, y la luz del sol apenas lograba
atravesar las nubes grises. Era casi la 1 de la tarde cuando llegaron al
peque帽o pueblo escondido entre las monta帽as, un lugar tan apagado que parec铆a
haberse detenido en el tiempo.
Gabriel baj贸 del coche con los ojos
pegados a su tel茅fono, claramente decidido a ignorar todo a su alrededor.
Natalia, en cambio, intent贸 mantenerse positiva. Alz贸 la vista hacia la casa:
una estructura vieja y descuidada, con pintura descascarada y ventanas que
parec铆an ojos muertos.
Desde una de las ventanas del segundo
piso, una figura apareci贸 brevemente. La anciana, con su rostro r铆gido y sus
ojos llenos de una mezcla de desprecio y cansancio, observaba a su hija y
nieto. Su silueta era casi espectral, como un fantasma atrapado en esa casa.
Natalia levant贸 la mano, ofreciendo un
saludo torpe y una sonrisa que no lleg贸 a sus ojos. La anciana hizo una mueca,
apenas perceptible, antes de soltar la cortina y desaparecer de nuevo, dejando
tras de s铆 la sensaci贸n de que nunca hab铆an sido bienvenidos.
El chirrido de la puerta al abrirse
parec铆a amplificar el peso de la atm贸sfera dentro de la casa. Las paredes,
amarillentas por el tiempo y la humedad, estaban decoradas con viejas
fotograf铆as en blanco y negro, relojes antiguos que ya no funcionaban y
crucifijos que parec铆an observarlos con juicio. Un silencio denso reinaba en
cada rinc贸n, roto solo por los pasos cautelosos de Natalia y Gabriel al entrar.
Natalia sinti贸 un nudo en el est贸mago.
Estar de vuelta en esa casa, despu茅s de tantos a帽os, era como abrir una herida
que nunca hab铆a cicatrizado. Por un lado, era el lugar donde creci贸 con su
hermano menor, donde pas贸 los primeros a帽os de su vida. Pero por otro, era el
sitio que se convirti贸 en su prisi贸n emocional cuando qued贸 embarazada y fue
obligada a marcharse, cargando con la culpa y el desprecio de su madre.
Narra Natalia
Camin茅 lentamente por la sala, mis
ojos recorriendo las paredes como si buscaran algo que nunca encontrar铆an: un
recuerdo feliz, una se帽al de que alguna vez este lugar fue un hogar. Una foto
enmarcada sobre la chimenea llam贸 mi atenci贸n. Era antigua, de cuando yo era
ni帽a. En ella aparec铆a yo, con un vestido blanco, al lado de mam谩. Su expresi贸n
era dura, incluso entonces, pero a煤n era... mam谩.
Quise hablar con Gabriel, suavizar un
poco la tensi贸n que sent铆a en el ambiente, pero cuando lo mir茅, su postura era
r铆gida, su incomodidad palpable.
— ¿Por qu茅 no me esperas en el cuarto
de visitas, cari帽o? —le dije, intentando sonar calmada.
脡l buf贸, frustrado, y se dirigi贸 al
cuarto sin decir una palabra. La puerta se cerr贸 de golpe, el ruido resonando
como un eco en mi pecho. Suspir茅, cerrando los ojos por un momento antes de
empezar a subir las escaleras.
Los escalones de madera cruj铆an bajo
sus pies, cada sonido llenando la casa como un lamento. Las paredes del pasillo
del segundo piso estaban llenas de fotos familiares: Natalia y su hermano
cuando eran ni帽os, su madre m谩s joven con una expresi贸n que parec铆a un intento
de sonrisa. La melancol铆a la envolvi贸 como una manta pesada. Hab铆a sido tan
diferente antes de que todo cambiara, antes de que su madre la condenara por un
error que ella jam谩s podr铆a perdonarse del todo.
—Hola... Ma —dijo Natalia, su voz
insegura pero llena de esfuerzo.
— ¿Por qu茅 trajiste a ese vago? —Gru帽o
la anciana, sin siquiera girar la cabeza.
Las palabras de su madre le
atravesaron el pecho como un cuchillo. Natalia respir贸 profundamente, luchando
contra las l谩grimas que amenazaban con salir.
—Gabriel es tu nieto —respondi贸 con
firmeza, manteniendo su voz tan estable como pudo.
La anciana gru帽贸, murmurando algo
ininteligible antes de callarse de nuevo. Natalia trat贸 de encontrar algo en su
rostro buscando la fuerza para mantenerse all铆, ella era su madre, pero no
hab铆a nada, solo frialdad y desprecio.
— ¿Por qu茅 me llamaste, mam谩?
—pregunt贸 finalmente, con un nudo apret谩ndole la garganta.
La anciana permaneci贸 en silencio, su
mirada perdida en alg煤n punto m谩s all谩 de la ventana. Natalia sigui贸 su l铆nea
de visi贸n, pero no encontr贸 nada m谩s que 谩rboles y niebla.
Sus ojos se dirigieron al yeso en la
pierna de su madre.
— ¿Hace cu谩nto pas贸 eso? —insisti贸,
pero no obtuvo respuesta.
Natalia suspir贸, resignada, y pregunt贸
con voz cansada:
— ¿Ya comiste?
—No —fue todo lo que sali贸 de los
labios de la anciana.
Natalia se qued贸 un momento m谩s,
esperando algo, cualquier cosa. Pero el silencio volvi贸 a llenar la habitaci贸n.
Finalmente, gir贸 sobre sus talones y sali贸 del cuarto. En todo el tiempo que
estuvieron juntas, la anciana nunca levant贸 la vista para mirarla.
La cocina era una tumba de olores
nauseabundos. Los platos, cubiertos de una fina capa de polvo y grasa, se
apilaban en el fregadero como un monumento al abandono. Natalia abri贸 el
refrigerador y retrocedi贸 al instante. Un hedor espeso la envolvi贸; la leche
cuajada y alimentos irreconocibles formaban un paisaje grotesco. El motor del
electrodom茅stico emit铆a un zumbido irregular, una se帽al de que probablemente
hac铆a tiempo que no funcionaba bien. Natalia se tap贸 la boca, sintiendo el
谩cido subirle a la garganta.
Respir贸 hondo, tratando de controlar el impulso de vomitar, y cerr贸 la puerta del refrigerador con un golpe seco.
"¿Cu谩nto tiempo lleva viviendo
as铆?" pens贸, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. Por un momento, se
pregunt贸 si no era mejor dejarla en ese estado. Pero, como siempre, su
conciencia le recordaba que era su madre, la mujer que, por m谩s cruel que
fuera, le hab铆a dado la vida.
En el cuarto de visitas, Gabriel
estaba acostado en la vieja cama, su atenci贸n completamente enfocada en la
pantalla de su tel茅fono. Natalia se asom贸, intentando no mostrar la incomodidad
que sent铆a.
—Voy a salir al minis煤per... ¿quieres
venir?
脡l no respondi贸, pero en un instante apag贸 la pantalla y se levant贸 de un salto. La madre y el hijo salieron juntos, caminando en silencio por las fr铆as calles del vecindario.
El lugar ten铆a una extra帽a
tranquilidad, casi opresiva. Las casas vecinas parec铆an bien cuidadas, con
jardines modestos y cortinas limpias que contrastaban fuertemente con el
deterioro de la vivienda de la anciana. Natalia no pudo evitar sentirse
observada por los pocos vecinos que pasaban cerca, como si su presencia, la de
ellos, rompiera la paz inc贸moda del lugar.
Al pasar por un peque帽o parque, sus
ojos se detuvieron en una escena que le removi贸 el coraz贸n: una madre abrazando
a su peque帽a, mientras la ni帽a re铆a con alegr铆a pura. Por un instante, Natalia
sinti贸 una punzada de alivio. Ella hab铆a logrado darle a Gabriel algo que nunca
tuvo: amor, cuidado, protecci贸n.
Se detuvo un momento, apoyando una
mano en el hombro de su hijo.
—Si quieres, puedes esperarme en el
parque —dijo, se帽alando el lugar—. Vuelve a casa a las ocho, ¿vale?
Gabriel mir贸 el parque, luego a su
madre, y neg贸 con la cabeza.
—No quiero que est茅s sola all铆
—respondi贸, su tono firme y protector.
Natalia sonri贸 ligeramente.
En el peque帽o minis煤per, Natalia
compr贸 lo esencial para preparar una sopa: verduras, caldo, algo de pan. Por
unos minutos, la tensi贸n entre ambos se alivi贸, compartiendo peque帽os
comentarios sobre lo que podr铆an preparar y las cosas que prefer铆an evitar del
refrigerador de la abuela.
El regreso a casa fue menos tenso, un
breve respiro entre madre e hijo. Pero al llegar, esa tranquilidad se
desvaneci贸 al instante.
La anciana estaba en la sala,
escuchando viejas melod铆as en un antiguo tocadiscos. Su expresi贸n era tan
indiferente como siempre. Natalia intent贸 ignorarla mientras Gabriel se dirig铆a
al cuarto de visitas. Apenas unos segundos despu茅s, un grito lleno de rabia
rompi贸 la calma.
— ¡MAAA! ¡VEN A VER ESTO!
Natalia corri贸, el coraz贸n lati茅ndole
con fuerza. Al entrar, la escena era devastadora: la mochila de Gabriel estaba
tirada en el suelo, sus pertenencias regadas y algunas rotas. Su maquillaje
estaba aplastado, su ropa cortada en pedazos.
Gabriel estaba rojo de la furia, sus
pu帽os apretados mientras se帽alaba el desastre. Natalia sinti贸 que la rabia y la
indignaci贸n la quemaban desde dentro. Con los ojos llenos de l谩grimas, se
dirigi贸 a la sala, enfrent谩ndose a su madre.
— ¡¿Por qu茅 hiciste esto?! —grit贸, su
voz temblando de frustraci贸n.
La anciana, sin inmutarse, se limit贸 a
apartar la mirada.
— ¿C贸mo sabes que ese vago no escond铆a
drogas? —respondi贸 con desd茅n.
— ¡Es mi hijo! ¡脡l no har铆a esas
cosas!
La anciana ri贸 entre dientes, un sonido
seco y cruel. Finalmente, levant贸 la mirada y sus ojos se encontraron con los
de Natalia por primera vez en a帽os.
—Y t煤 —dijo con veneno en su voz—. No
traigas tus cosas de prostituta a mi casa.
Natalia se qued贸 sin aliento, el
insulto golpe谩ndola con fuerza. Gabriel dio un paso al frente, con las manos
cerradas en pu帽os, dispuesto a hacer algo que ambos sab铆an que lamentar铆a.
— ¡HEY! Gabriel... ya, basta —dijo
Natalia, poni茅ndose entre ambos.
— ¡Pero mam谩!
—Por favor... ve al parque. Solo ve.
Vuelve en una hora.
Gabriel buf贸, lleno de impotencia, y
sali贸 de la casa azotando la puerta. La fuerza del golpe reson贸 por toda la
casa, dejando a Natalia sola en la sala, enfrent谩ndose a la mirada fr铆a y
despectiva de su madre.
Narra Gabriel
Sal铆 de la casa con el coraz贸n apretado
y la sangre hirviendo. Mis manos temblaban de pura rabia mientras avanzaba por
las calles desiertas. El aire fr铆o de la tarde no ayudaba a calmarme; si acaso,
lo 煤nico que hac铆a era amplificar la sensaci贸n de injusticia que siempre me
golpeaba al venir aqu铆.
—No era justo. Nunca lo hab铆a sido.
Quer铆a llorar, pero no iba a hacerlo.
No aqu铆, no ahora. Aunque sent铆a el nudo en la garganta, no iba a darle el
gusto, ni siquiera en mi mente, a esa vieja bruja.
Mis pasos me llevaron al parque sin
darme cuenta. Me dej茅 caer en una banca, mirando a lo lejos a los ni帽os
jugando, sus risas llenando el aire. Por un segundo quise ser uno de ellos,
despreocupado, sin recuerdos oscuros que cargar. Pero el peso del pasado estaba
ah铆, como siempre, record谩ndome lo que hab铆a vivido en esa casa.
—Esa casa…
Record茅 el cuarto del fondo, el que
siempre estaba a oscuras. De ni帽o, me encerraba ah铆 cada vez que hac铆a algo que
no le gustaba. No importaba si era algo tonto, como re铆rme demasiado fuerte o
dejar un juguete fuera de lugar. Cerraba la puerta y apagaba la luz. Pod铆a
sentir el p谩nico subir por mi pecho, como si los muros me fueran a tragar.
Y luego estaba la comida. M谩s de una
vez encontr茅 alfileres en los guisos que ella preparaba. Dec铆a que era mi
culpa, que no me portaba bien, que ten铆a que aprender. Aprender, ¿qu茅? A
soportar su maldad, supongo.
Tambi茅n recuerdo c贸mo trataba a mam谩.
Cada palabra era un veneno, cada mirada una daga. La llamaba cosas que me
hac铆an arder de rabia, incluso cuando era demasiado peque帽o para entender lo
que significaban. La hac铆a llorar, y yo no pod铆a hacer nada. No pod铆a
protegerla.
Apret茅 los pu帽os, las u帽as clav谩ndose
en mis palmas mientras los recuerdos segu铆an regresando. Quer铆a golpear algo,
gritarle al cielo, hacer que todo ese dolor desapareciera. Pero en lugar de eso,
me levant茅 y empec茅 a caminar.
Camin茅 por horas, sin rumbo,
perdi茅ndome en mis pensamientos. El sol comenz贸 a ocultarse, pintando el cielo
de tonos naranjas y p煤rpuras, y el aire se volvi贸 m谩s fr铆o. Me met铆 las manos
en los bolsillos y apret茅 el paso.
Sab铆a que ten铆a que volver. Mam谩
estaba ah铆, sola con esa bruja. Y aunque cada parte de m铆 quer铆a seguir
caminando, alejarme de esa casa para siempre, sab铆a que no pod铆a dejarla sola.
El parque qued贸 atr谩s mientras me
dirig铆a de nuevo hacia la casa. Mi pecho estaba pesado, lleno de todo lo que no
pod铆a decir, de todo lo que quer铆a cambiar pero no pod铆a.
Cuando llegu茅, la casa estaba ba帽ada
en sombras. Respir茅 hondo y abr铆 la puerta. Era hora de enfrentar lo que ven铆a.
Otra vez.
Gabriel empuj贸 la puerta de la casa,
que se cerr贸 tras 茅l con un chirrido l煤gubre. Al instante, un aire pesado y
fr铆o lo envolvi贸, como si toda la casa contuviera su propia atm贸sfera opresiva.
Apenas hab铆a dado un paso cuando vio a su madre bajando las escaleras a toda
prisa.
— ¡Mam谩! —dijo, su voz entre
sorprendida y alarmada al ver la expresi贸n en su rostro.
Natalia bajaba con las mochilas y las
pertenencias apretadas contra su pecho, como si estuviera huyendo de algo. Su
mirada, helada y oscura, no se parec铆a en nada a la mujer c谩lida que 茅l
conoc铆a.
— ¡Sube al auto! —orden贸 con voz
firme, sin mirarlo.
Gabriel parpade贸, confundido.
— ¿Qu茅 pas贸? ¿Qu茅 est谩 pasando?
— ¡Gabriel, sube al auto! —repiti贸,
esta vez m谩s tajante.
En el fondo de la casa, un grito
desgarrador rompi贸 el silencio:
— ¡Vuelvan! ¡No me hagan esto!
Era la voz de su abuela, pero sonaba
rota, desesperada, como si estuviera suplicando desde lo m谩s profundo de su
ser.
Gabriel trag贸 saliva, su coraz贸n
latiendo con fuerza. Por primera vez en mucho tiempo, sinti贸 miedo, un miedo
que no lograba explicar. Dio un paso hacia su madre, pero la mujer ya se
dirig铆a hacia la puerta, cargando las mochilas con una prisa casi febril.
— ¡Por favor! —los gritos continuaban,
cada vez m谩s fren茅ticos—. ¡Gabriel, ay煤dame! ¡No me hagas esto, por favor!
¡Devu茅lvemelo!
Gabriel obedeci贸 en silencio, su
coraz贸n martilleando en su pecho como si quisiera escapar de su propio cuerpo.
Subi贸 al auto y cerr贸 la puerta de golpe, con las manos temblorosas mientras
escuchaba los lamentos desgarradores que proven铆an de la casa.
La voz de su abuela resonaba como un
eco espectral, atravesando el aire fr铆o de la noche:
—¡Gabrieeel! ¡No me hagas esto!
¡Devu茅lvemelo! ¡Gabriel, por favor! ¡Ay煤dameeeee!
脡l retrocedi贸 un poco, como si el eco
de esas palabras lo empujara. Nunca hab铆a escuchado a su abuela as铆.
Era un sonido que no deber铆a haberle
provocado miedo, pero lo hizo. Un escalofr铆o recorri贸 su espalda, como si algo
m谩s estuviera escondido detr谩s de esas palabras, algo que no pod铆a entender del
todo.
Cuando estaban a punto de salir de la
casa, Gabriel volte贸 hacia la ventana y la vio. All铆 estaba su abuela, asomada
detr谩s de las cortinas. Sus ojos, h煤medos y enrojecidos, lo miraban fijamente,
suplicantes. Las l谩grimas corr铆an por su rostro como r铆os silenciosos.
—¡Gabrieeeel! —grit贸 una 煤ltima vez,
su voz quebr谩ndose como cristal.
Por un segundo, el joven pens贸 que
deb铆a hacer algo, cualquier cosa. Pero entonces, Natalia lo tom贸 del brazo y
pr谩cticamente lo arrastr贸 fuera de la casa.
Desde adentro de la casa, los lamentos
continuaban, ahora amortiguados por los muros:
— ¡Por favor! ¡No me hagas esto! ¡No
me dejes! ¡Gabriel, ay煤dame! ¡Gabriel!
Natalia subi贸 al auto a toda prisa,
con las mochilas tiradas en el asiento trasero, sus manos firmes pero
temblorosas en el volante. Sin decir una palabra.
El motor rugi贸, arranc贸 el auto y pis贸
el acelerador. Natalia condujo
alej谩ndose de la casa sin mirar atr谩s. Su rostro segu铆a fr铆o, su expresi贸n dura
como una m谩scara de acero. Gabriel intent贸 procesar lo que hab铆a pasado, pero
su mente era un torbellino.
La casa se qued贸 atr谩s r谩pidamente, su
figura desmoronada perdi茅ndose entre la neblina de la carretera.
Se atrevi贸 a mirar de reojo a su
madre. Natalia manten铆a la vista fija en la carretera, sus manos aferradas al
volante con tanta fuerza que los nudillos se le ve铆an blancos. La casa se
desvanec铆a en la distancia, pero los gritos segu铆an resonando en su cabeza,
como un eco imposible de ignorar.
El silencio dentro del veh铆culo era
sofocante. Gabriel no pod铆a dejar de mirar a su madre, pero esta no le devolv铆a
la mirada. Su rostro estaba r铆gido, sus labios apretados en una l铆nea fina, y
sus ojos oscuros reflejaban algo que 茅l no pod铆a reconocer: ira, miedo, o tal
vez ambas cosas al mismo tiempo.
Finalmente, no pudo contenerse m谩s:
—¿Mam谩… qu茅 pas贸?
—C谩llate, Gabriel —respondi贸 Natalia,
su voz baja pero afilada, como una orden inquebrantable.
Eso lo hizo callar de inmediato. Nunca
hab铆a visto a su madre as铆. Natalia era su refugio, su lugar seguro. Pero
ahora… parec铆a alguien m谩s. Su forma de conducir, sus gestos tensos, el sudor
que perlaba su frente a pesar del fr铆o. Todo en ella gritaba que algo estaba
terriblemente mal.
Mir贸 por la ventana, tratando de no
pensar en los gritos de su abuela, en la forma en que su voz hab铆a sonado rota,
desesperada, casi no humana. ¿Qu茅 hab铆a pasado all谩 arriba?
El viaje se extendi贸 por horas. La carretera estaba desierta, ba帽ada por la luz d茅bil de la luna. Gabriel intent贸 distraerse mirando las sombras de los 谩rboles que se alargaban como dedos espectrales, pero su mente segu铆a regresando a los gritos, al rostro helado de su madre, a las preguntas que no se atrev铆a a hacer.
Cada tanto miraba a Natalia de reojo,
esperando alg煤n indicio, alguna palabra que rompiera el silencio opresivo. Pero
ella segu铆a conduciendo, con los ojos clavados en la carretera y las manos
aferradas al volante como si su vida dependiera de ello.
Finalmente, despu茅s de lo que
parecieron horas, Gabriel susurr贸, casi temiendo su propia voz:
—¿Est谩s bien, mam谩?
Natalia no respondi贸 de inmediato. Su
mand铆bula se tens贸 a煤n m谩s, y por un momento, Gabriel pens贸 que no iba a decir
nada. Pero entonces, sin apartar la vista de la carretera, respondi贸 en voz
baja, casi como si hablara consigo misma:
—Estamos bien. Es lo 煤nico que
importa.
Eso no lo tranquiliz贸. Si acaso, lo
dej贸 a煤n m谩s inquieto.
Gabriel sinti贸 c贸mo el sue帽o lo
arrastraba con fuerza mientras el auto avanzaba por las oscuras carreteras. Sus
p谩rpados pesaban como si estuvieran cargados de plomo, y pronto no pudo resistir
m谩s. Cerr贸 los ojos, dejando que el cansancio lo venciera.
Cuando despert贸, lo primero que not贸
fue la quietud. Todo estaba en silencio, salvo por el d茅bil sonido del motor
que acababa de apagarse. Parpade贸 varias veces, confundido, y mir贸 a su alrededor.
Estaba estacionado frente a su casa.
—Hogar. Hogar dulce hogar.
Gabriel sali贸 del auto, sintiendo el
fr铆o de la madrugada en su piel. Mir贸 a su madre, quien a煤n estaba en el
asiento del conductor. Natalia permaneci贸 all铆 un momento, inm贸vil, antes de
soltar un suspiro largo y pesado. Gabriel estaba tomando el equipaje del asiento
trasero cuando. Finalmente su madre sali贸 del coche.
Finalmente, abri贸 la puerta y sali贸.
Su andar era lento y torpe, con un juego de llaves en la mano.
—Mam谩… —Gabriel comenz贸, pero se
detuvo al ver su expresi贸n.
Natalia estaba agotada, sus ojos
opacos y su semblante endurecido por el cansancio. Parec铆a apenas consciente de
su entorno mientras buscaba la llave correcta en el manojo, sus dedos
temblorosos intentando encajarla en la cerradura.
Gabriel se acerc贸 un paso.
—¿Est谩s bien?
Ella no levant贸 la mirada. Solo
murmur贸:
—Estoy cansada… ve a dormir.
脡l asinti贸, aunque segu铆a preocupado.
Quer铆a insistir, preguntar qu茅 hab铆a pasado realmente en esa casa maldita, pero
algo en la forma en que su madre lo evitaba le hizo quedarse callado.
Finalmente, Natalia logr贸 abrir la
puerta. Entr贸 sin decir nada m谩s, sus pasos arrastr谩ndose por el suelo. Gabriel
la observ贸 mientras sub铆a las escaleras r谩pidamente y se encerraba en su
habitaci贸n con un golpe seco de la puerta.
脡l se qued贸 de pie en el pasillo,
sintiendo una mezcla de alivio y desconcierto. Todo hab铆a sido tan extra帽o, tan
intenso, pero al menos estaban en casa. Suspir贸, tratando de sacudirse la
incomodidad.
—Al menos esta pesadilla se acab贸
—murmur贸 para s铆 mismo, y luego camin贸 hacia su habitaci贸n.
Una vez all铆, cerr贸 la puerta detr谩s
de 茅l y se dej贸 caer sobre la cama. El cansancio volv铆a a apoderarse de su
cuerpo, pero esta vez no era por el viaje ni por el miedo; era una sensaci贸n
reconfortante, como si el hogar lo envolviera en un abrazo invisible.
Gabriel cerr贸 los ojos, dejando que el
sue帽o lo reclamara de nuevo. Sin embargo, en el silencio de la casa, algo
parec铆a estar fuera de lugar. El aire era diferente, cargado de algo que no
pod铆a identificar. Pero estaba demasiado exhausto para analizarlo.
“Ma帽ana” pens贸 “ma帽ana lo resolver茅.”
Y con eso, se entreg贸 al sue帽o
profundo, mientras el reloj marcaba las primeras horas de la madrugada.
Que historia mas fascinante e inquietante y oscura, de terror, creo que se por donde va a ir esta historia, tengo miedo, temo por el pobre de Gabriel, el personaje me p谩rese muy encantador, noble y tierno, espero no le pase nada malo y no sufra mucho y pueda resolver el problema. Muy buena historia espero ansioso el siguiente capitulo, no me canso de decirlo eres genial escribiendo historias Jessica
ResponderBorrarmuy buena historia, con tintes de horror, p谩rese como un capitulo de una serie de terror como lo que la gente cuenta, escalofr铆os o los cuentos de la cripta
ResponderBorrarExcitante historia para antes de ir a dormir, me gusto la relaci贸n entre la madre amorosa que cuida de su su hijo en contraste con la relaci贸n enfermiza de odio y renco de ella con su madre, me da impotencia de como la malvada abuela trata a su nieto y a su hija. El ni帽o es muy tierno me conmovi贸 como quiere y protege a su madre, ya se intuye lo que paso entre la madre y la abuela, no puedo ni imaginarme lo que le espera al pobre ni帽o al cuidado de su nueva madre, ya con los comentarios fr铆os y llenos de odio que recibi贸 de regreso casa se ve que vivir谩 una pesadilla jajaja. Gran historia espero no me quite el sue帽o jejeje
ResponderBorrarPosdata: me gusto la m煤sica que pusiste, le铆 la historia con aud铆fonos puestos escuchando la m煤sica le dio un buen toque, buen trabajo
Borrarsolo imagina lo que esta sufriendo Natalia atrapada sin poder hacer nada en el cuerpo herido de su madre, sabiendo el peligro en el que esta su hijo, pensando en lo que su malvada madre puede hacerle a su hijo usando su cuerpo, no solo da帽o f铆sico, sino mental y emocional, imaginate a Gabriel sufriendo eso viendo que es su propia madre quien lo hace sufrir, espero tengas dulces sue帽os y no averte perturbado con mi comentario jajajaja
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