lunes, 2 de diciembre de 2024

Petición numero 4

 Antes de comenzar, quiero disculparme esta será una petición en dos partes, no me gusta mucho la idea de hacerlas en dos partes, pero mantendré un formato de 10,000 palabras aprox. por petición, disculpen si la sienten tan corta, pero creo que eso le añade cierta tensión, quisiera y pudiera terminarla hoy, pero honestamente quiero dormir y una parte de mi ya ansia que lea esta historia, hoy quisiera probar algo nuevo, eh añadido un enlace, para ambientar un poco la historia, me dicen si les gusto este tipo de formato para implementarlo cuando sea posible. Sin mas que decir por favor disfruten de:

𝐒𝐚𝐝 𝐏𝐢𝐚𝐧𝐨 𝐟𝐨𝐫 𝐌𝐞𝐥𝐚𝐧𝐜𝐡𝐨𝐥𝐢𝐜 𝐀𝐥𝐨𝐧𝐞 𝐓𝐢𝐦𝐞 | 𝐑𝐞𝐥𝐚𝐱𝐢𝐧𝐠 𝐌𝐮𝐬𝐢𝐜 𝐭𝐨 𝐒𝐭𝐮𝐝𝐲, 𝐖𝐨𝐫𝐤, 𝐑𝐞𝐚𝐝, 𝐖𝐫𝐢𝐭𝐞 | 𝐃𝐚𝐫𝐤 𝐀𝐜𝐚𝐝𝐞𝐦𝐢𝐚

 

El Legado de la Abuela
Parte I




Conducía en silencio, intentando mantener el ambiente lo más tranquilo posible. El coche, un sedán sencillo pero fiable, era lo mejor que había podido comprar con mis ahorros. Mis manos se aferraban al volante, no tanto por la necesidad de controlarlo, sino para evitar pensar en lo que nos esperaba al final del camino.

Miré de reojo a Gabriel. Mi hijo. Mi adoración. Desde el momento en que lo tuve en mis brazos, juré que haría todo por él. Y lo he hecho, incluso si a veces siento que le fallo.

 

—Escucha, Gabriel —rompí el silencio, mi voz calmada pero firme—. Sé que no te gusta visitar a la abuela.

 

Él no apartó la mirada de la ventanilla, pero pude sentir cómo se tensaba ligeramente.

 

—Ella me odia, mamá. Sabe que a mí tampoco me agrada. Ella me dice cosas...

 

Su voz se quebró un poco, pero intentó ocultarlo.

 


—Lo sé, cariño. Lo sé —respondí, colocando una mano en su hombro con suavidad—. Pero ella es alcaldesa. Necesita nuestra ayuda. Conozco a tu abuela.

 

— ¡Ella no es mi abuela! —me interrumpió, alzando la voz con una mezcla de enojo y frustración.

 

Las palabras me golpearon con fuerza. No era la primera vez que las escuchaba, pero cada vez dolían más. Me mordí el labio, intentando no dejar que mi voz traicionara lo que sentía.

 

—Sé que... ella es difícil. Pero si esa mujer nos está pidiendo ayuda, es porque lo ha intentado todo, Gabriel. Hazlo por mí, cariño.

 

Me miró por un momento, sus ojos llenos de esa mezcla de rebeldía y amor que solo un hijo puede sentir. Finalmente, suspir y acercndose con un "Está bien" antes de colocarse los audífonos, aislándose del resto del mundo.

 

Suspiré profundamente, sintiendo cómo el aire me quemaba los pulmones. A mí tampoco me hacía gracia venir. Mamá vivía a casi cuatro horas de distancia, en un barrio para jubilados perdidos en medio de las montañas. Le había sugerido muchas veces considerar un asilo, pero era demasiado terca para siquiera pensarlo.

El coche se deslizaba por la carretera rodeada de pinos, con la neblina haciéndose más espesa conforme ascendían. El aire era frío, incluso dentro del vehículo, y la luz del sol apenas lograba atravesar las nubes grises. Era casi la 1 de la tarde cuando llegaron al pequeño pueblo escondido entre las montañas, un lugar tan apagado que parecía haberse detenido en el tiempo.

Gabriel bajó del coche con los ojos pegados a su teléfono, claramente decidido a ignorar todo a su alrededor. Natalia, en cambio, intentó mantenerse positiva. Alzó la vista hacia la casa: una estructura vieja y descuidada, con pintura descascarada y ventanas que parecían ojos muertos.

Desde una de las ventanas del segundo piso, una figura apareció brevemente. La anciana, con su rostro rígido y sus ojos llenos de una mezcla de desprecio y cansancio, observaba a su hija y nieto. Su silueta era casi espectral, como un fantasma atrapado en esa casa.

 


Natalia levantó la mano, ofreciendo un saludo torpe y una sonrisa que no llegó a sus ojos. La anciana hizo una mueca, apenas perceptible, antes de soltar la cortina y desaparecer de nuevo, dejando tras de sí la sensación de que nunca habían sido bienvenidos.

El chirrido de la puerta al abrirse parecía amplificar el peso de la atmósfera dentro de la casa. Las paredes, amarillentas por el tiempo y la humedad, estaban decoradas con viejas fotografías en blanco y negro, relojes antiguos que ya no funcionaban y crucifijos que parecían observarlos con juicio. Un silencio denso reinaba en cada rincón, roto solo por los pasos cautelosos de Natalia y Gabriel al entrar.

 

Natalia sintió un nudo en el estómago. Estar de vuelta en esa casa, después de tantos años, era como abrir una herida que nunca había cicatrizado. Por un lado, era el lugar donde creció con su hermano menor, donde pasó los primeros años de su vida. Pero por otro, era el sitio que se convirtió en su prisión emocional cuando quedó embarazada y fue obligada a marcharse, cargando con la culpa y el desprecio de su madre.

 

Narra  Natalia

Caminé lentamente por la sala, mis ojos recorriendo las paredes como si buscaran algo que nunca encontrarían: un recuerdo feliz, una señal de que alguna vez este lugar fue un hogar. Una foto enmarcada sobre la chimenea llamó mi atención. Era antigua, de cuando yo era niña. En ella aparecía yo, con un vestido blanco, al lado de mamá. Su expresión era dura, incluso entonces, pero aún era... mamá.

 


Quise hablar con Gabriel, suavizar un poco la tensión que sentía en el ambiente, pero cuando lo miré, su postura era rígida, su incomodidad palpable.

 

— ¿Por qué no me esperas en el cuarto de visitas, cariño? —le dije, intentando sonar calmada.

 

Él bufó, frustrado, y se dirigió al cuarto sin decir una palabra. La puerta se cerró de golpe, el ruido resonando como un eco en mi pecho. Suspiré, cerrando los ojos por un momento antes de empezar a subir las escaleras.

 

Los escalones de madera crujían bajo sus pies, cada sonido llenando la casa como un lamento. Las paredes del pasillo del segundo piso estaban llenas de fotos familiares: Natalia y su hermano cuando eran niños, su madre más joven con una expresión que parecía un intento de sonrisa. La melancolía la envolvió como una manta pesada. Había sido tan diferente antes de que todo cambiara, antes de que su madre la condenara por un error que ella jamás podría perdonarse del todo.

 


Llegó a la puerta de la habitación de su madre y golpeó suavemente antes de entrar. La figura de la anciana estaba sentada en una silla cerca de la ventana, con una pierna enyesada y apoyada en un taburete. No volteó a mirarla.

 

—Hola... Ma —dijo Natalia, su voz insegura pero llena de esfuerzo.

 

— ¿Por qué trajiste a ese vago? —Gruño la anciana, sin siquiera girar la cabeza.

 



Las palabras de su madre le atravesaron el pecho como un cuchillo. Natalia respiró profundamente, luchando contra las lágrimas que amenazaban con salir.

 

—Gabriel es tu nieto —respondió con firmeza, manteniendo su voz tan estable como pudo.

 


La anciana gruñó, murmurando algo ininteligible antes de callarse de nuevo. Natalia trató de encontrar algo en su rostro buscando la fuerza para mantenerse allí, ella era su madre, pero no había nada, solo frialdad y desprecio.

 

— ¿Por qué me llamaste, mamá? —preguntó finalmente, con un nudo apretándole la garganta.

 

La anciana permaneció en silencio, su mirada perdida en algún punto más allá de la ventana. Natalia siguió su línea de visión, pero no encontró nada más que árboles y niebla.

 

Sus ojos se dirigieron al yeso en la pierna de su madre.

 

— ¿Hace cuánto pasó eso? —insistió, pero no obtuvo respuesta.

 

Natalia suspiró, resignada, y preguntó con voz cansada:

 

— ¿Ya comiste?

 

—No —fue todo lo que salió de los labios de la anciana.

 

Natalia se quedó un momento más, esperando algo, cualquier cosa. Pero el silencio volvió a llenar la habitación. Finalmente, giró sobre sus talones y salió del cuarto. En todo el tiempo que estuvieron juntas, la anciana nunca levantó la vista para mirarla.

La cocina era una tumba de olores nauseabundos. Los platos, cubiertos de una fina capa de polvo y grasa, se apilaban en el fregadero como un monumento al abandono. Natalia abrió el refrigerador y retrocedió al instante. Un hedor espeso la envolvió; la leche cuajada y alimentos irreconocibles formaban un paisaje grotesco. El motor del electrodoméstico emitía un zumbido irregular, una señal de que probablemente hacía tiempo que no funcionaba bien. Natalia se tapó la boca, sintiendo el ácido subirle a la garganta.

Respiró hondo, tratando de controlar el impulso de vomitar, y cerró la puerta del refrigerador con un golpe seco.


 

"¿Cuánto tiempo lleva viviendo así?" pensó, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. Por un momento, se preguntó si no era mejor dejarla en ese estado. Pero, como siempre, su conciencia le recordaba que era su madre, la mujer que, por más cruel que fuera, le había dado la vida.

 

En el cuarto de visitas, Gabriel estaba acostado en la vieja cama, su atención completamente enfocada en la pantalla de su teléfono. Natalia se asomó, intentando no mostrar la incomodidad que sentía.

 

—Voy a salir al minisúper... ¿quieres venir?

 

Él no respondió, pero en un instante apagó la pantalla y se levantó de un salto. La madre y el hijo salieron juntos, caminando en silencio por las frías calles del vecindario.

 

El lugar tenía una extraña tranquilidad, casi opresiva. Las casas vecinas parecían bien cuidadas, con jardines modestos y cortinas limpias que contrastaban fuertemente con el deterioro de la vivienda de la anciana. Natalia no pudo evitar sentirse observada por los pocos vecinos que pasaban cerca, como si su presencia, la de ellos, rompiera la paz incómoda del lugar.

 

Al pasar por un pequeño parque, sus ojos se detuvieron en una escena que le removió el corazón: una madre abrazando a su pequeña, mientras la niña reía con alegría pura. Por un instante, Natalia sintió una punzada de alivio. Ella había logrado darle a Gabriel algo que nunca tuvo: amor, cuidado, protección.

 

Se detuvo un momento, apoyando una mano en el hombro de su hijo.

 

—Si quieres, puedes esperarme en el parque —dijo, señalando el lugar—. Vuelve a casa a las ocho, ¿vale?

 

Gabriel miró el parque, luego a su madre, y negó con la cabeza.

 

—No quiero que estés sola allí —respondió, su tono firme y protector.

 

Natalia sonrió ligeramente.

 

En el pequeño minisúper, Natalia compró lo esencial para preparar una sopa: verduras, caldo, algo de pan. Por unos minutos, la tensión entre ambos se alivió, compartiendo pequeños comentarios sobre lo que podrían preparar y las cosas que preferían evitar del refrigerador de la abuela.

 



El regreso a casa fue menos tenso, un breve respiro entre madre e hijo. Pero al llegar, esa tranquilidad se desvaneció al instante.

 

La anciana estaba en la sala, escuchando viejas melodías en un antiguo tocadiscos. Su expresión era tan indiferente como siempre. Natalia intentó ignorarla mientras Gabriel se dirigía al cuarto de visitas. Apenas unos segundos después, un grito lleno de rabia rompió la calma.

 

— ¡MAAA! ¡VEN A VER ESTO!

 

Natalia corrió, el corazón latiéndole con fuerza. Al entrar, la escena era devastadora: la mochila de Gabriel estaba tirada en el suelo, sus pertenencias regadas y algunas rotas. Su maquillaje estaba aplastado, su ropa cortada en pedazos.

 

Gabriel estaba rojo de la furia, sus puños apretados mientras señalaba el desastre. Natalia sintió que la rabia y la indignación la quemaban desde dentro. Con los ojos llenos de lágrimas, se dirigió a la sala, enfrentándose a su madre.

 


— ¡¿Por qué hiciste esto?! —gritó, su voz temblando de frustración.

 

La anciana, sin inmutarse, se limitó a apartar la mirada.

 

— ¿Cómo sabes que ese vago no escondía drogas? —respondió con desdén.

 


— ¡Es mi hijo! ¡Él no haría esas cosas!

 

La anciana rió entre dientes, un sonido seco y cruel. Finalmente, levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Natalia por primera vez en años.

 

—Y tú —dijo con veneno en su voz—. No traigas tus cosas de prostituta a mi casa.

 

Natalia se quedó sin aliento, el insulto golpeándola con fuerza. Gabriel dio un paso al frente, con las manos cerradas en puños, dispuesto a hacer algo que ambos sabían que lamentaría.

 




— ¡HEY! Gabriel... ya, basta —dijo Natalia, poniéndose entre ambos.

 

— ¡Pero mamá!

 

—Por favor... ve al parque. Solo ve. Vuelve en una hora.

 

Gabriel bufó, lleno de impotencia, y salió de la casa azotando la puerta. La fuerza del golpe resonó por toda la casa, dejando a Natalia sola en la sala, enfrentándose a la mirada fría y despectiva de su madre.

 

Narra Gabriel

Salí de la casa con el corazón apretado y la sangre hirviendo. Mis manos temblaban de pura rabia mientras avanzaba por las calles desiertas. El aire frío de la tarde no ayudaba a calmarme; si acaso, lo único que hacía era amplificar la sensación de injusticia que siempre me golpeaba al venir aquí.

 

—No era justo. Nunca lo había sido.

 

Quería llorar, pero no iba a hacerlo. No aquí, no ahora. Aunque sentía el nudo en la garganta, no iba a darle el gusto, ni siquiera en mi mente, a esa vieja bruja.

 

Mis pasos me llevaron al parque sin darme cuenta. Me dejé caer en una banca, mirando a lo lejos a los niños jugando, sus risas llenando el aire. Por un segundo quise ser uno de ellos, despreocupado, sin recuerdos oscuros que cargar. Pero el peso del pasado estaba ahí, como siempre, recordándome lo que había vivido en esa casa.

 

—Esa casa…

 

Recordé el cuarto del fondo, el que siempre estaba a oscuras. De niño, me encerraba ahí cada vez que hacía algo que no le gustaba. No importaba si era algo tonto, como reírme demasiado fuerte o dejar un juguete fuera de lugar. Cerraba la puerta y apagaba la luz. Podía sentir el pánico subir por mi pecho, como si los muros me fueran a tragar.

 

Y luego estaba la comida. Más de una vez encontré alfileres en los guisos que ella preparaba. Decía que era mi culpa, que no me portaba bien, que tenía que aprender. Aprender, ¿qué? A soportar su maldad, supongo.

 

También recuerdo cómo trataba a mamá. Cada palabra era un veneno, cada mirada una daga. La llamaba cosas que me hacían arder de rabia, incluso cuando era demasiado pequeño para entender lo que significaban. La hacía llorar, y yo no podía hacer nada. No podía protegerla.

 

Apreté los puños, las uñas clavándose en mis palmas mientras los recuerdos seguían regresando. Quería golpear algo, gritarle al cielo, hacer que todo ese dolor desapareciera. Pero en lugar de eso, me levanté y empecé a caminar.

 

Caminé por horas, sin rumbo, perdiéndome en mis pensamientos. El sol comenzó a ocultarse, pintando el cielo de tonos naranjas y púrpuras, y el aire se volvió más frío. Me metí las manos en los bolsillos y apreté el paso.

 

Sabía que tenía que volver. Mamá estaba ahí, sola con esa bruja. Y aunque cada parte de mí quería seguir caminando, alejarme de esa casa para siempre, sabía que no podía dejarla sola.

 


El parque quedó atrás mientras me dirigía de nuevo hacia la casa. Mi pecho estaba pesado, lleno de todo lo que no podía decir, de todo lo que quería cambiar pero no podía.

 

Cuando llegué, la casa estaba bañada en sombras. Respiré hondo y abrí la puerta. Era hora de enfrentar lo que venía. Otra vez.

Gabriel empujó la puerta de la casa, que se cerró tras él con un chirrido lúgubre. Al instante, un aire pesado y frío lo envolvió, como si toda la casa contuviera su propia atmósfera opresiva. Apenas había dado un paso cuando vio a su madre bajando las escaleras a toda prisa.

 

— ¡Mamá! —dijo, su voz entre sorprendida y alarmada al ver la expresión en su rostro.

 


Natalia bajaba con las mochilas y las pertenencias apretadas contra su pecho, como si estuviera huyendo de algo. Su mirada, helada y oscura, no se parecía en nada a la mujer cálida que él conocía.

 

— ¡Sube al auto! —ordenó con voz firme, sin mirarlo.

 

Gabriel parpadeó, confundido.

— ¿Qué pasó? ¿Qué está pasando?

 

— ¡Gabriel, sube al auto! —repitió, esta vez más tajante.

 

En el fondo de la casa, un grito desgarrador rompió el silencio:

— ¡Vuelvan! ¡No me hagan esto!

Era la voz de su abuela, pero sonaba rota, desesperada, como si estuviera suplicando desde lo más profundo de su ser.

Gabriel tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza. Por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo, un miedo que no lograba explicar. Dio un paso hacia su madre, pero la mujer ya se dirigía hacia la puerta, cargando las mochilas con una prisa casi febril.

— ¡Por favor! —los gritos continuaban, cada vez más frenéticos—. ¡Gabriel, ayúdame! ¡No me hagas esto, por favor! ¡Devuélvemelo!

Gabriel obedeció en silencio, su corazón martilleando en su pecho como si quisiera escapar de su propio cuerpo. Subió al auto y cerró la puerta de golpe, con las manos temblorosas mientras escuchaba los lamentos desgarradores que provenían de la casa.

 

La voz de su abuela resonaba como un eco espectral, atravesando el aire frío de la noche:

—¡Gabrieeel! ¡No me hagas esto! ¡Devuélvemelo! ¡Gabriel, por favor! ¡Ayúdameeeee!

Él retrocedió un poco, como si el eco de esas palabras lo empujara. Nunca había escuchado a su abuela así.

Era un sonido que no debería haberle provocado miedo, pero lo hizo. Un escalofrío recorrió su espalda, como si algo más estuviera escondido detrás de esas palabras, algo que no podía entender del todo.

Cuando estaban a punto de salir de la casa, Gabriel volteó hacia la ventana y la vio. Allí estaba su abuela, asomada detrás de las cortinas. Sus ojos, húmedos y enrojecidos, lo miraban fijamente, suplicantes. Las lágrimas corrían por su rostro como ríos silenciosos.

 

—¡Gabrieeeel! —gritó una última vez, su voz quebrándose como cristal.

 

Por un segundo, el joven pensó que debía hacer algo, cualquier cosa. Pero entonces, Natalia lo tomó del brazo y prácticamente lo arrastró fuera de la casa.

 

Desde adentro de la casa, los lamentos continuaban, ahora amortiguados por los muros:

— ¡Por favor! ¡No me hagas esto! ¡No me dejes! ¡Gabriel, ayúdame! ¡Gabriel!

Natalia subió al auto a toda prisa, con las mochilas tiradas en el asiento trasero, sus manos firmes pero temblorosas en el volante. Sin decir una palabra.

El motor rugió, arrancó el auto y pisó el acelerador.  Natalia condujo alejándose de la casa sin mirar atrás. Su rostro seguía frío, su expresión dura como una máscara de acero. Gabriel intentó procesar lo que había pasado, pero su mente era un torbellino.

La casa se quedó atrás rápidamente, su figura desmoronada perdiéndose entre la neblina de la carretera.

Se atrevió a mirar de reojo a su madre. Natalia mantenía la vista fija en la carretera, sus manos aferradas al volante con tanta fuerza que los nudillos se le veían blancos. La casa se desvanecía en la distancia, pero los gritos seguían resonando en su cabeza, como un eco imposible de ignorar.

El silencio dentro del vehículo era sofocante. Gabriel no podía dejar de mirar a su madre, pero esta no le devolvía la mirada. Su rostro estaba rígido, sus labios apretados en una línea fina, y sus ojos oscuros reflejaban algo que él no podía reconocer: ira, miedo, o tal vez ambas cosas al mismo tiempo.

 


Finalmente, no pudo contenerse más:

—¿Mamá… qué pasó?

 

—Cállate, Gabriel —respondió Natalia, su voz baja pero afilada, como una orden inquebrantable.

 

Eso lo hizo callar de inmediato. Nunca había visto a su madre así. Natalia era su refugio, su lugar seguro. Pero ahora… parecía alguien más. Su forma de conducir, sus gestos tensos, el sudor que perlaba su frente a pesar del frío. Todo en ella gritaba que algo estaba terriblemente mal.

 

Miró por la ventana, tratando de no pensar en los gritos de su abuela, en la forma en que su voz había sonado rota, desesperada, casi no humana. ¿Qué había pasado allá arriba?

 

El viaje se extendió por horas. La carretera estaba desierta, bañada por la luz débil de la luna. Gabriel intentó distraerse mirando las sombras de los árboles que se alargaban como dedos espectrales, pero su mente seguía regresando a los gritos, al rostro helado de su madre, a las preguntas que no se atrevía a hacer.


 

Cada tanto miraba a Natalia de reojo, esperando algún indicio, alguna palabra que rompiera el silencio opresivo. Pero ella seguía conduciendo, con los ojos clavados en la carretera y las manos aferradas al volante como si su vida dependiera de ello.

 

Finalmente, después de lo que parecieron horas, Gabriel susurró, casi temiendo su propia voz:

—¿Estás bien, mamá?

 

Natalia no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó aún más, y por un momento, Gabriel pensó que no iba a decir nada. Pero entonces, sin apartar la vista de la carretera, respondió en voz baja, casi como si hablara consigo misma:

—Estamos bien. Es lo único que importa.

 

Eso no lo tranquilizó. Si acaso, lo dejó aún más inquieto.

 

Gabriel sintió cómo el sueño lo arrastraba con fuerza mientras el auto avanzaba por las oscuras carreteras. Sus párpados pesaban como si estuvieran cargados de plomo, y pronto no pudo resistir más. Cerró los ojos, dejando que el cansancio lo venciera.

 

Cuando despertó, lo primero que notó fue la quietud. Todo estaba en silencio, salvo por el débil sonido del motor que acababa de apagarse. Parpadeó varias veces, confundido, y miró a su alrededor. Estaba estacionado frente a su casa.

 

—Hogar. Hogar dulce hogar.

 

Gabriel salió del auto, sintiendo el frío de la madrugada en su piel. Miró a su madre, quien aún estaba en el asiento del conductor. Natalia permaneció allí un momento, inmóvil, antes de soltar un suspiro largo y pesado. Gabriel estaba tomando el equipaje del asiento trasero cuando. Finalmente su madre salió del coche.

 

Finalmente, abrió la puerta y salió. Su andar era lento y torpe, con un juego de llaves en la mano.

 

—Mamá… —Gabriel comenzó, pero se detuvo al ver su expresión.

 

Natalia estaba agotada, sus ojos opacos y su semblante endurecido por el cansancio. Parecía apenas consciente de su entorno mientras buscaba la llave correcta en el manojo, sus dedos temblorosos intentando encajarla en la cerradura.

 

Gabriel se acercó un paso.

—¿Estás bien?

 

Ella no levantó la mirada. Solo murmuró:

—Estoy cansada… ve a dormir.

 

Él asintió, aunque seguía preocupado. Quería insistir, preguntar qué había pasado realmente en esa casa maldita, pero algo en la forma en que su madre lo evitaba le hizo quedarse callado.

 

Finalmente, Natalia logró abrir la puerta. Entró sin decir nada más, sus pasos arrastrándose por el suelo. Gabriel la observó mientras subía las escaleras rápidamente y se encerraba en su habitación con un golpe seco de la puerta.

 

Él se quedó de pie en el pasillo, sintiendo una mezcla de alivio y desconcierto. Todo había sido tan extraño, tan intenso, pero al menos estaban en casa. Suspiró, tratando de sacudirse la incomodidad.

 

—Al menos esta pesadilla se acabó —murmuró para sí mismo, y luego caminó hacia su habitación.

 

Una vez allí, cerró la puerta detrás de él y se dejó caer sobre la cama. El cansancio volvía a apoderarse de su cuerpo, pero esta vez no era por el viaje ni por el miedo; era una sensación reconfortante, como si el hogar lo envolviera en un abrazo invisible.

 

Gabriel cerró los ojos, dejando que el sueño lo reclamara de nuevo. Sin embargo, en el silencio de la casa, algo parecía estar fuera de lugar. El aire era diferente, cargado de algo que no podía identificar. Pero estaba demasiado exhausto para analizarlo.

 

“Mañana” pensó “mañana lo resolveré.”

 

Y con eso, se entregó al sueño profundo, mientras el reloj marcaba las primeras horas de la madrugada.

12 comentarios:

  1. Que historia mas fascinante e inquietante y oscura, de terror, creo que se por donde va a ir esta historia, tengo miedo, temo por el pobre de Gabriel, el personaje me párese muy encantador, noble y tierno, espero no le pase nada malo y no sufra mucho y pueda resolver el problema. Muy buena historia espero ansioso el siguiente capitulo, no me canso de decirlo eres genial escribiendo historias Jessica

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  2. muy buena historia, con tintes de horror, párese como un capitulo de una serie de terror como lo que la gente cuenta, escalofríos o los cuentos de la cripta

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  3. Excitante historia para antes de ir a dormir, me gusto la relación entre la madre amorosa que cuida de su su hijo en contraste con la relación enfermiza de odio y renco de ella con su madre, me da impotencia de como la malvada abuela trata a su nieto y a su hija. El niño es muy tierno me conmovió como quiere y protege a su madre, ya se intuye lo que paso entre la madre y la abuela, no puedo ni imaginarme lo que le espera al pobre niño al cuidado de su nueva madre, ya con los comentarios fríos y llenos de odio que recibió de regreso casa se ve que vivirá una pesadilla jajaja. Gran historia espero no me quite el sueño jejeje

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    1. Posdata: me gusto la música que pusiste, leí la historia con audífonos puestos escuchando la música le dio un buen toque, buen trabajo

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    2. solo imagina lo que esta sufriendo Natalia atrapada sin poder hacer nada en el cuerpo herido de su madre, sabiendo el peligro en el que esta su hijo, pensando en lo que su malvada madre puede hacerle a su hijo usando su cuerpo, no solo daño físico, sino mental y emocional, imaginate a Gabriel sufriendo eso viendo que es su propia madre quien lo hace sufrir, espero tengas dulces sueños y no averte perturbado con mi comentario jajajaja

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  4. Wow, es increíble. Un nivel de escritura espectacular que transmite muchísimo todas las emociones por las que pasan los personajes. Y el detalle de la música me encantó

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  5. Súper creppy esta historia me fascino, la atmósfera de horror, los personajes bien definidos y las imágenes que usaste para representarlos están increíbles

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  6. muy buena historia me encanto aunque es demasiado terrorífica por el contexto de la trama, me quede enganchada espero la siguiente parte saludos

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  7. Increíble historia, me deja impactado y recordándome a la película de "la abuela"

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  8. Jessica te extrañamos cariño ❤️

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  9. Espero te encuentres bien y no te allá pasado nada malo, esperando tu regreso

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