Antes de comenzar, quiero disculparme esta será una petición en dos partes, no me gusta mucho la idea de hacerlas en dos partes, pero mantendré un formato de 10,000 palabras aprox. por petición, disculpen si la sienten tan corta, pero creo que eso le añade cierta tensión, quisiera y pudiera terminarla hoy, pero honestamente quiero dormir y una parte de mi ya ansia que lea esta historia, hoy quisiera probar algo nuevo, eh añadido un enlace, para ambientar un poco la historia, me dicen si les gusto este tipo de formato para implementarlo cuando sea posible. Sin mas que decir por favor disfruten de:
𝐒𝐚𝐝 𝐏𝐢𝐚𝐧𝐨 𝐟𝐨𝐫 𝐌𝐞𝐥𝐚𝐧𝐜𝐡𝐨𝐥𝐢𝐜 𝐀𝐥𝐨𝐧𝐞 𝐓𝐢𝐦𝐞 | 𝐑𝐞𝐥𝐚𝐱𝐢𝐧𝐠 𝐌𝐮𝐬𝐢𝐜 𝐭𝐨 𝐒𝐭𝐮𝐝𝐲, 𝐖𝐨𝐫𝐤, 𝐑𝐞𝐚𝐝, 𝐖𝐫𝐢𝐭𝐞 | 𝐃𝐚𝐫𝐤 𝐀𝐜𝐚𝐝𝐞𝐦𝐢𝐚
El Legado de la Abuela
Parte I
Conducía en silencio, intentando mantener el ambiente lo más tranquilo posible. El coche, un sedán sencillo pero fiable, era lo mejor que había podido comprar con mis ahorros. Mis manos se aferraban al volante, no tanto por la necesidad de controlarlo, sino para evitar pensar en lo que nos esperaba al final del camino.
Miré de reojo a Gabriel. Mi hijo. Mi adoración. Desde el momento en que lo tuve en mis brazos, juré que haría todo por él. Y lo he hecho, incluso si a veces siento que le fallo.
—Escucha, Gabriel —rompí el silencio, mi voz calmada pero firme—. Sé que no te gusta visitar a la abuela.
Él no apartó la mirada de la ventanilla, pero pude sentir cómo se tensaba ligeramente.
—Ella me odia, mamá. Sabe que a mí tampoco me agrada. Ella me dice cosas...
Su voz se quebró un poco, pero intentó ocultarlo.
—Lo sé, cariño. Lo sé —respondí, colocando una mano en su hombro con suavidad—. Pero ella es alcaldesa. Necesita nuestra ayuda. Conozco a tu abuela.
— ¡Ella no es mi abuela! —me interrumpió, alzando la voz con una mezcla de enojo y frustración.
Las palabras me golpearon con fuerza. No era la primera vez que las escuchaba, pero cada vez dolían más. Me mordí el labio, intentando no dejar que mi voz traicionara lo que sentía.
—Sé que... ella es difícil. Pero si esa mujer nos está pidiendo ayuda, es porque lo ha intentado todo, Gabriel. Hazlo por mí, cariño.
Me miró por un momento, sus ojos llenos de esa mezcla de rebeldía y amor que solo un hijo puede sentir. Finalmente, suspir y acercndose con un "Está bien" antes de colocarse los audífonos, aislándose del resto del mundo.
Suspiré profundamente, sintiendo cómo el aire me quemaba los pulmones. A mí tampoco me hacía gracia venir. Mamá vivía a casi cuatro horas de distancia, en un barrio para jubilados perdidos en medio de las montañas. Le había sugerido muchas veces considerar un asilo, pero era demasiado terca para siquiera pensarlo.
El coche se deslizaba por la carretera
rodeada de pinos, con la neblina haciéndose más espesa conforme ascendían. El
aire era frío, incluso dentro del vehículo, y la luz del sol apenas lograba
atravesar las nubes grises. Era casi la 1 de la tarde cuando llegaron al
pequeño pueblo escondido entre las montañas, un lugar tan apagado que parecía
haberse detenido en el tiempo.
Gabriel bajó del coche con los ojos
pegados a su teléfono, claramente decidido a ignorar todo a su alrededor.
Natalia, en cambio, intentó mantenerse positiva. Alzó la vista hacia la casa:
una estructura vieja y descuidada, con pintura descascarada y ventanas que
parecían ojos muertos.
Desde una de las ventanas del segundo
piso, una figura apareció brevemente. La anciana, con su rostro rígido y sus
ojos llenos de una mezcla de desprecio y cansancio, observaba a su hija y
nieto. Su silueta era casi espectral, como un fantasma atrapado en esa casa.
Natalia levantó la mano, ofreciendo un
saludo torpe y una sonrisa que no llegó a sus ojos. La anciana hizo una mueca,
apenas perceptible, antes de soltar la cortina y desaparecer de nuevo, dejando
tras de sí la sensación de que nunca habían sido bienvenidos.
El chirrido de la puerta al abrirse
parecía amplificar el peso de la atmósfera dentro de la casa. Las paredes,
amarillentas por el tiempo y la humedad, estaban decoradas con viejas
fotografías en blanco y negro, relojes antiguos que ya no funcionaban y
crucifijos que parecían observarlos con juicio. Un silencio denso reinaba en
cada rincón, roto solo por los pasos cautelosos de Natalia y Gabriel al entrar.
Natalia sintió un nudo en el estómago.
Estar de vuelta en esa casa, después de tantos años, era como abrir una herida
que nunca había cicatrizado. Por un lado, era el lugar donde creció con su
hermano menor, donde pasó los primeros años de su vida. Pero por otro, era el
sitio que se convirtió en su prisión emocional cuando quedó embarazada y fue
obligada a marcharse, cargando con la culpa y el desprecio de su madre.
Narra Natalia
Caminé lentamente por la sala, mis
ojos recorriendo las paredes como si buscaran algo que nunca encontrarían: un
recuerdo feliz, una señal de que alguna vez este lugar fue un hogar. Una foto
enmarcada sobre la chimenea llamó mi atención. Era antigua, de cuando yo era
niña. En ella aparecía yo, con un vestido blanco, al lado de mamá. Su expresión
era dura, incluso entonces, pero aún era... mamá.
Quise hablar con Gabriel, suavizar un
poco la tensión que sentía en el ambiente, pero cuando lo miré, su postura era
rígida, su incomodidad palpable.
— ¿Por qué no me esperas en el cuarto
de visitas, cariño? —le dije, intentando sonar calmada.
Él bufó, frustrado, y se dirigió al
cuarto sin decir una palabra. La puerta se cerró de golpe, el ruido resonando
como un eco en mi pecho. Suspiré, cerrando los ojos por un momento antes de
empezar a subir las escaleras.
Los escalones de madera crujían bajo
sus pies, cada sonido llenando la casa como un lamento. Las paredes del pasillo
del segundo piso estaban llenas de fotos familiares: Natalia y su hermano
cuando eran niños, su madre más joven con una expresión que parecía un intento
de sonrisa. La melancolía la envolvió como una manta pesada. Había sido tan
diferente antes de que todo cambiara, antes de que su madre la condenara por un
error que ella jamás podría perdonarse del todo.
—Hola... Ma —dijo Natalia, su voz
insegura pero llena de esfuerzo.
— ¿Por qué trajiste a ese vago? —Gruño
la anciana, sin siquiera girar la cabeza.
Las palabras de su madre le
atravesaron el pecho como un cuchillo. Natalia respiró profundamente, luchando
contra las lágrimas que amenazaban con salir.
—Gabriel es tu nieto —respondió con
firmeza, manteniendo su voz tan estable como pudo.
La anciana gruñó, murmurando algo
ininteligible antes de callarse de nuevo. Natalia trató de encontrar algo en su
rostro buscando la fuerza para mantenerse allí, ella era su madre, pero no
había nada, solo frialdad y desprecio.
— ¿Por qué me llamaste, mamá?
—preguntó finalmente, con un nudo apretándole la garganta.
La anciana permaneció en silencio, su
mirada perdida en algún punto más allá de la ventana. Natalia siguió su línea
de visión, pero no encontró nada más que árboles y niebla.
Sus ojos se dirigieron al yeso en la
pierna de su madre.
— ¿Hace cuánto pasó eso? —insistió,
pero no obtuvo respuesta.
Natalia suspiró, resignada, y preguntó
con voz cansada:
— ¿Ya comiste?
—No —fue todo lo que salió de los
labios de la anciana.
Natalia se quedó un momento más,
esperando algo, cualquier cosa. Pero el silencio volvió a llenar la habitación.
Finalmente, giró sobre sus talones y salió del cuarto. En todo el tiempo que
estuvieron juntas, la anciana nunca levantó la vista para mirarla.
La cocina era una tumba de olores
nauseabundos. Los platos, cubiertos de una fina capa de polvo y grasa, se
apilaban en el fregadero como un monumento al abandono. Natalia abrió el
refrigerador y retrocedió al instante. Un hedor espeso la envolvió; la leche
cuajada y alimentos irreconocibles formaban un paisaje grotesco. El motor del
electrodoméstico emitía un zumbido irregular, una señal de que probablemente
hacía tiempo que no funcionaba bien. Natalia se tapó la boca, sintiendo el
ácido subirle a la garganta.
Respiró hondo, tratando de controlar el impulso de vomitar, y cerró la puerta del refrigerador con un golpe seco.
"¿Cuánto tiempo lleva viviendo
así?" pensó, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. Por un momento, se
preguntó si no era mejor dejarla en ese estado. Pero, como siempre, su
conciencia le recordaba que era su madre, la mujer que, por más cruel que
fuera, le había dado la vida.
En el cuarto de visitas, Gabriel
estaba acostado en la vieja cama, su atención completamente enfocada en la
pantalla de su teléfono. Natalia se asomó, intentando no mostrar la incomodidad
que sentía.
—Voy a salir al minisúper... ¿quieres
venir?
Él no respondió, pero en un instante apagó la pantalla y se levantó de un salto. La madre y el hijo salieron juntos, caminando en silencio por las frías calles del vecindario.
El lugar tenía una extraña
tranquilidad, casi opresiva. Las casas vecinas parecían bien cuidadas, con
jardines modestos y cortinas limpias que contrastaban fuertemente con el
deterioro de la vivienda de la anciana. Natalia no pudo evitar sentirse
observada por los pocos vecinos que pasaban cerca, como si su presencia, la de
ellos, rompiera la paz incómoda del lugar.
Al pasar por un pequeño parque, sus
ojos se detuvieron en una escena que le removió el corazón: una madre abrazando
a su pequeña, mientras la niña reía con alegría pura. Por un instante, Natalia
sintió una punzada de alivio. Ella había logrado darle a Gabriel algo que nunca
tuvo: amor, cuidado, protección.
Se detuvo un momento, apoyando una
mano en el hombro de su hijo.
—Si quieres, puedes esperarme en el
parque —dijo, señalando el lugar—. Vuelve a casa a las ocho, ¿vale?
Gabriel miró el parque, luego a su
madre, y negó con la cabeza.
—No quiero que estés sola allí
—respondió, su tono firme y protector.
Natalia sonrió ligeramente.
En el pequeño minisúper, Natalia
compró lo esencial para preparar una sopa: verduras, caldo, algo de pan. Por
unos minutos, la tensión entre ambos se alivió, compartiendo pequeños
comentarios sobre lo que podrían preparar y las cosas que preferían evitar del
refrigerador de la abuela.
El regreso a casa fue menos tenso, un
breve respiro entre madre e hijo. Pero al llegar, esa tranquilidad se
desvaneció al instante.
La anciana estaba en la sala,
escuchando viejas melodías en un antiguo tocadiscos. Su expresión era tan
indiferente como siempre. Natalia intentó ignorarla mientras Gabriel se dirigía
al cuarto de visitas. Apenas unos segundos después, un grito lleno de rabia
rompió la calma.
— ¡MAAA! ¡VEN A VER ESTO!
Natalia corrió, el corazón latiéndole
con fuerza. Al entrar, la escena era devastadora: la mochila de Gabriel estaba
tirada en el suelo, sus pertenencias regadas y algunas rotas. Su maquillaje
estaba aplastado, su ropa cortada en pedazos.
Gabriel estaba rojo de la furia, sus
puños apretados mientras señalaba el desastre. Natalia sintió que la rabia y la
indignación la quemaban desde dentro. Con los ojos llenos de lágrimas, se
dirigió a la sala, enfrentándose a su madre.
— ¡¿Por qué hiciste esto?! —gritó, su
voz temblando de frustración.
La anciana, sin inmutarse, se limitó a
apartar la mirada.
— ¿Cómo sabes que ese vago no escondía
drogas? —respondió con desdén.
— ¡Es mi hijo! ¡Él no haría esas
cosas!
La anciana rió entre dientes, un sonido
seco y cruel. Finalmente, levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los
de Natalia por primera vez en años.
—Y tú —dijo con veneno en su voz—. No
traigas tus cosas de prostituta a mi casa.
Natalia se quedó sin aliento, el
insulto golpeándola con fuerza. Gabriel dio un paso al frente, con las manos
cerradas en puños, dispuesto a hacer algo que ambos sabían que lamentaría.
— ¡HEY! Gabriel... ya, basta —dijo
Natalia, poniéndose entre ambos.
— ¡Pero mamá!
—Por favor... ve al parque. Solo ve.
Vuelve en una hora.
Gabriel bufó, lleno de impotencia, y
salió de la casa azotando la puerta. La fuerza del golpe resonó por toda la
casa, dejando a Natalia sola en la sala, enfrentándose a la mirada fría y
despectiva de su madre.
Narra Gabriel
Salí de la casa con el corazón apretado
y la sangre hirviendo. Mis manos temblaban de pura rabia mientras avanzaba por
las calles desiertas. El aire frío de la tarde no ayudaba a calmarme; si acaso,
lo único que hacía era amplificar la sensación de injusticia que siempre me
golpeaba al venir aquí.
—No era justo. Nunca lo había sido.
Quería llorar, pero no iba a hacerlo.
No aquí, no ahora. Aunque sentía el nudo en la garganta, no iba a darle el
gusto, ni siquiera en mi mente, a esa vieja bruja.
Mis pasos me llevaron al parque sin
darme cuenta. Me dejé caer en una banca, mirando a lo lejos a los niños
jugando, sus risas llenando el aire. Por un segundo quise ser uno de ellos,
despreocupado, sin recuerdos oscuros que cargar. Pero el peso del pasado estaba
ahí, como siempre, recordándome lo que había vivido en esa casa.
—Esa casa…
Recordé el cuarto del fondo, el que
siempre estaba a oscuras. De niño, me encerraba ahí cada vez que hacía algo que
no le gustaba. No importaba si era algo tonto, como reírme demasiado fuerte o
dejar un juguete fuera de lugar. Cerraba la puerta y apagaba la luz. Podía
sentir el pánico subir por mi pecho, como si los muros me fueran a tragar.
Y luego estaba la comida. Más de una
vez encontré alfileres en los guisos que ella preparaba. Decía que era mi
culpa, que no me portaba bien, que tenía que aprender. Aprender, ¿qué? A
soportar su maldad, supongo.
También recuerdo cómo trataba a mamá.
Cada palabra era un veneno, cada mirada una daga. La llamaba cosas que me
hacían arder de rabia, incluso cuando era demasiado pequeño para entender lo
que significaban. La hacía llorar, y yo no podía hacer nada. No podía
protegerla.
Apreté los puños, las uñas clavándose
en mis palmas mientras los recuerdos seguían regresando. Quería golpear algo,
gritarle al cielo, hacer que todo ese dolor desapareciera. Pero en lugar de eso,
me levanté y empecé a caminar.
Caminé por horas, sin rumbo,
perdiéndome en mis pensamientos. El sol comenzó a ocultarse, pintando el cielo
de tonos naranjas y púrpuras, y el aire se volvió más frío. Me metí las manos
en los bolsillos y apreté el paso.
Sabía que tenía que volver. Mamá
estaba ahí, sola con esa bruja. Y aunque cada parte de mí quería seguir
caminando, alejarme de esa casa para siempre, sabía que no podía dejarla sola.
El parque quedó atrás mientras me
dirigía de nuevo hacia la casa. Mi pecho estaba pesado, lleno de todo lo que no
podía decir, de todo lo que quería cambiar pero no podía.
Cuando llegué, la casa estaba bañada
en sombras. Respiré hondo y abrí la puerta. Era hora de enfrentar lo que venía.
Otra vez.
Gabriel empujó la puerta de la casa,
que se cerró tras él con un chirrido lúgubre. Al instante, un aire pesado y
frío lo envolvió, como si toda la casa contuviera su propia atmósfera opresiva.
Apenas había dado un paso cuando vio a su madre bajando las escaleras a toda
prisa.
— ¡Mamá! —dijo, su voz entre
sorprendida y alarmada al ver la expresión en su rostro.
Natalia bajaba con las mochilas y las
pertenencias apretadas contra su pecho, como si estuviera huyendo de algo. Su
mirada, helada y oscura, no se parecía en nada a la mujer cálida que él
conocía.
— ¡Sube al auto! —ordenó con voz
firme, sin mirarlo.
Gabriel parpadeó, confundido.
— ¿Qué pasó? ¿Qué está pasando?
— ¡Gabriel, sube al auto! —repitió,
esta vez más tajante.
En el fondo de la casa, un grito
desgarrador rompió el silencio:
— ¡Vuelvan! ¡No me hagan esto!
Era la voz de su abuela, pero sonaba
rota, desesperada, como si estuviera suplicando desde lo más profundo de su
ser.
Gabriel tragó saliva, su corazón
latiendo con fuerza. Por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo, un miedo
que no lograba explicar. Dio un paso hacia su madre, pero la mujer ya se
dirigía hacia la puerta, cargando las mochilas con una prisa casi febril.
— ¡Por favor! —los gritos continuaban,
cada vez más frenéticos—. ¡Gabriel, ayúdame! ¡No me hagas esto, por favor!
¡Devuélvemelo!
Gabriel obedeció en silencio, su
corazón martilleando en su pecho como si quisiera escapar de su propio cuerpo.
Subió al auto y cerró la puerta de golpe, con las manos temblorosas mientras
escuchaba los lamentos desgarradores que provenían de la casa.
La voz de su abuela resonaba como un
eco espectral, atravesando el aire frío de la noche:
—¡Gabrieeel! ¡No me hagas esto!
¡Devuélvemelo! ¡Gabriel, por favor! ¡Ayúdameeeee!
Él retrocedió un poco, como si el eco
de esas palabras lo empujara. Nunca había escuchado a su abuela así.
Era un sonido que no debería haberle
provocado miedo, pero lo hizo. Un escalofrío recorrió su espalda, como si algo
más estuviera escondido detrás de esas palabras, algo que no podía entender del
todo.
Cuando estaban a punto de salir de la
casa, Gabriel volteó hacia la ventana y la vio. Allí estaba su abuela, asomada
detrás de las cortinas. Sus ojos, húmedos y enrojecidos, lo miraban fijamente,
suplicantes. Las lágrimas corrían por su rostro como ríos silenciosos.
—¡Gabrieeeel! —gritó una última vez,
su voz quebrándose como cristal.
Por un segundo, el joven pensó que
debía hacer algo, cualquier cosa. Pero entonces, Natalia lo tomó del brazo y
prácticamente lo arrastró fuera de la casa.
Desde adentro de la casa, los lamentos
continuaban, ahora amortiguados por los muros:
— ¡Por favor! ¡No me hagas esto! ¡No
me dejes! ¡Gabriel, ayúdame! ¡Gabriel!
Natalia subió al auto a toda prisa,
con las mochilas tiradas en el asiento trasero, sus manos firmes pero
temblorosas en el volante. Sin decir una palabra.
El motor rugió, arrancó el auto y pisó
el acelerador. Natalia condujo
alejándose de la casa sin mirar atrás. Su rostro seguía frío, su expresión dura
como una máscara de acero. Gabriel intentó procesar lo que había pasado, pero
su mente era un torbellino.
La casa se quedó atrás rápidamente, su
figura desmoronada perdiéndose entre la neblina de la carretera.
Se atrevió a mirar de reojo a su
madre. Natalia mantenía la vista fija en la carretera, sus manos aferradas al
volante con tanta fuerza que los nudillos se le veían blancos. La casa se
desvanecía en la distancia, pero los gritos seguían resonando en su cabeza,
como un eco imposible de ignorar.
El silencio dentro del vehículo era
sofocante. Gabriel no podía dejar de mirar a su madre, pero esta no le devolvía
la mirada. Su rostro estaba rígido, sus labios apretados en una línea fina, y
sus ojos oscuros reflejaban algo que él no podía reconocer: ira, miedo, o tal
vez ambas cosas al mismo tiempo.
Finalmente, no pudo contenerse más:
—¿Mamá… qué pasó?
—Cállate, Gabriel —respondió Natalia,
su voz baja pero afilada, como una orden inquebrantable.
Eso lo hizo callar de inmediato. Nunca
había visto a su madre así. Natalia era su refugio, su lugar seguro. Pero
ahora… parecía alguien más. Su forma de conducir, sus gestos tensos, el sudor
que perlaba su frente a pesar del frío. Todo en ella gritaba que algo estaba
terriblemente mal.
Miró por la ventana, tratando de no
pensar en los gritos de su abuela, en la forma en que su voz había sonado rota,
desesperada, casi no humana. ¿Qué había pasado allá arriba?
El viaje se extendió por horas. La carretera estaba desierta, bañada por la luz débil de la luna. Gabriel intentó distraerse mirando las sombras de los árboles que se alargaban como dedos espectrales, pero su mente seguía regresando a los gritos, al rostro helado de su madre, a las preguntas que no se atrevía a hacer.
Cada tanto miraba a Natalia de reojo,
esperando algún indicio, alguna palabra que rompiera el silencio opresivo. Pero
ella seguía conduciendo, con los ojos clavados en la carretera y las manos
aferradas al volante como si su vida dependiera de ello.
Finalmente, después de lo que
parecieron horas, Gabriel susurró, casi temiendo su propia voz:
—¿Estás bien, mamá?
Natalia no respondió de inmediato. Su
mandíbula se tensó aún más, y por un momento, Gabriel pensó que no iba a decir
nada. Pero entonces, sin apartar la vista de la carretera, respondió en voz
baja, casi como si hablara consigo misma:
—Estamos bien. Es lo único que
importa.
Eso no lo tranquilizó. Si acaso, lo
dejó aún más inquieto.
Gabriel sintió cómo el sueño lo
arrastraba con fuerza mientras el auto avanzaba por las oscuras carreteras. Sus
párpados pesaban como si estuvieran cargados de plomo, y pronto no pudo resistir
más. Cerró los ojos, dejando que el cansancio lo venciera.
Cuando despertó, lo primero que notó
fue la quietud. Todo estaba en silencio, salvo por el débil sonido del motor
que acababa de apagarse. Parpadeó varias veces, confundido, y miró a su alrededor.
Estaba estacionado frente a su casa.
—Hogar. Hogar dulce hogar.
Gabriel salió del auto, sintiendo el
frío de la madrugada en su piel. Miró a su madre, quien aún estaba en el
asiento del conductor. Natalia permaneció allí un momento, inmóvil, antes de
soltar un suspiro largo y pesado. Gabriel estaba tomando el equipaje del asiento
trasero cuando. Finalmente su madre salió del coche.
Finalmente, abrió la puerta y salió.
Su andar era lento y torpe, con un juego de llaves en la mano.
—Mamá… —Gabriel comenzó, pero se
detuvo al ver su expresión.
Natalia estaba agotada, sus ojos
opacos y su semblante endurecido por el cansancio. Parecía apenas consciente de
su entorno mientras buscaba la llave correcta en el manojo, sus dedos
temblorosos intentando encajarla en la cerradura.
Gabriel se acercó un paso.
—¿Estás bien?
Ella no levantó la mirada. Solo
murmuró:
—Estoy cansada… ve a dormir.
Él asintió, aunque seguía preocupado.
Quería insistir, preguntar qué había pasado realmente en esa casa maldita, pero
algo en la forma en que su madre lo evitaba le hizo quedarse callado.
Finalmente, Natalia logró abrir la
puerta. Entró sin decir nada más, sus pasos arrastrándose por el suelo. Gabriel
la observó mientras subía las escaleras rápidamente y se encerraba en su
habitación con un golpe seco de la puerta.
Él se quedó de pie en el pasillo,
sintiendo una mezcla de alivio y desconcierto. Todo había sido tan extraño, tan
intenso, pero al menos estaban en casa. Suspiró, tratando de sacudirse la
incomodidad.
—Al menos esta pesadilla se acabó
—murmuró para sí mismo, y luego caminó hacia su habitación.
Una vez allí, cerró la puerta detrás
de él y se dejó caer sobre la cama. El cansancio volvía a apoderarse de su
cuerpo, pero esta vez no era por el viaje ni por el miedo; era una sensación
reconfortante, como si el hogar lo envolviera en un abrazo invisible.
Gabriel cerró los ojos, dejando que el
sueño lo reclamara de nuevo. Sin embargo, en el silencio de la casa, algo
parecía estar fuera de lugar. El aire era diferente, cargado de algo que no
podía identificar. Pero estaba demasiado exhausto para analizarlo.
“Mañana” pensó “mañana lo resolveré.”
Y con eso, se entregó al sueño
profundo, mientras el reloj marcaba las primeras horas de la madrugada.
Que historia mas fascinante e inquietante y oscura, de terror, creo que se por donde va a ir esta historia, tengo miedo, temo por el pobre de Gabriel, el personaje me párese muy encantador, noble y tierno, espero no le pase nada malo y no sufra mucho y pueda resolver el problema. Muy buena historia espero ansioso el siguiente capitulo, no me canso de decirlo eres genial escribiendo historias Jessica
ResponderBorrarmuy buena historia, con tintes de horror, párese como un capitulo de una serie de terror como lo que la gente cuenta, escalofríos o los cuentos de la cripta
ResponderBorrarExcitante historia para antes de ir a dormir, me gusto la relación entre la madre amorosa que cuida de su su hijo en contraste con la relación enfermiza de odio y renco de ella con su madre, me da impotencia de como la malvada abuela trata a su nieto y a su hija. El niño es muy tierno me conmovió como quiere y protege a su madre, ya se intuye lo que paso entre la madre y la abuela, no puedo ni imaginarme lo que le espera al pobre niño al cuidado de su nueva madre, ya con los comentarios fríos y llenos de odio que recibió de regreso casa se ve que vivirá una pesadilla jajaja. Gran historia espero no me quite el sueño jejeje
ResponderBorrarPosdata: me gusto la música que pusiste, leí la historia con audífonos puestos escuchando la música le dio un buen toque, buen trabajo
Borrarsolo imagina lo que esta sufriendo Natalia atrapada sin poder hacer nada en el cuerpo herido de su madre, sabiendo el peligro en el que esta su hijo, pensando en lo que su malvada madre puede hacerle a su hijo usando su cuerpo, no solo daño físico, sino mental y emocional, imaginate a Gabriel sufriendo eso viendo que es su propia madre quien lo hace sufrir, espero tengas dulces sueños y no averte perturbado con mi comentario jajajaja
BorrarWow, es increíble. Un nivel de escritura espectacular que transmite muchísimo todas las emociones por las que pasan los personajes. Y el detalle de la música me encantó
ResponderBorrarSúper creppy esta historia me fascino, la atmósfera de horror, los personajes bien definidos y las imágenes que usaste para representarlos están increíbles
ResponderBorrarmuy buena historia me encanto aunque es demasiado terrorífica por el contexto de la trama, me quede enganchada espero la siguiente parte saludos
ResponderBorrarIncreíble historia, me deja impactado y recordándome a la película de "la abuela"
ResponderBorrarInteresante
ResponderBorrarJessica te extrañamos cariño ❤️
ResponderBorrarEspero te encuentres bien y no te allá pasado nada malo, esperando tu regreso
ResponderBorrar