domingo, 1 de diciembre de 2024

Peticion #3

La Nueva Reina del Colegio



 Antonio había pasado años observando, soñando, deseando. Caminaba por las calles como un espectador atrapado en un espectáculo al que nunca lo invitaron, como un club exclusivo al que jamás podría entrar. Cada vez que veía a las colegialas pasar, algo en su pecho se retorcía. No era solo su belleza: eran sus risas despreocupadas, esa complicidad que parecía envolverlas en un mundo donde él jamás podría entrar. Sus faldas ondeaban con cada paso, y sus voces melodiosas discutían planes de fiestas, amores y exámenes.



 —Yo quiero eso. No quiero estar con ellas... quiero ser una de ellas. —

Su sentimiento iba más allá de querer una relación con una chica tan hermosa, su deseo era ser una de esas chicas hermosas, Ese día no era distinto a los demás. Antonio iba por la avenida principal, distraída como siempre, con la mirada fija en un grupo de chicas que caminaban delante de él. Sus pasos eran ligeros, casi danzantes, y sus mochilas se balanceaban al ritmo de su caminar, encontraba adorable el estilo tan único pero a la vez tan a la moda de las chicas, pequeños colgantes con peluches, pines, o simplemente los accesorios. Antonio apenas podía escuchar su propia respiración, hipnotizado por esa visión.


“¿Qué se sentirá caminar así?, ser mirada con esa mezcla de admiración y ternura” pensó, sin notar el rugido del motor que se acercaba rápidamente detrás de él.

Todo ocurrió en un instante. El golpe fue brutal, un estruendo metálico que apagó todos los demás sonidos. Su cuerpo voló como un muñeco de trapo, y la oscuridad lo envolvió antes de que pudiera siquiera procesar lo que había sucedido.


Cuando Antonio abrió los ojos, jadeó como si estuviera ahogándose. Sus manos temblorosas recorrieron su pecho, su abdomen, sus piernas. "Estoy... bien", murmuró, pero la confusión lo invadió rápidamente al notar su entorno.

—Estoy bien... ¿pero dónde demonios estoy?—

Estaba en un lugar desconocido, un espacio amplio con un aire denso y misterioso. Las luces tenues teñían todo de tonos rojizos, y el aroma a canela, tabaco y alcohol flotaba en el aire. Una barra larga y elegante se extendía frente a él, con botellas alineadas en repisas brillantes. Había mesas vacías, y en un rincón, un escenario pequeño con un micrófono y un piano cubierto de polvo. ¿Era un teatro? ¿Era un bar? ¿Ambos? No lo sabía.



— ¿Hola? —llamó, su voz temblorosa rompiendo el silencio. Pero nadie respondió.

"¿Dónde estoy?", pensó, Antonio caminó lentamente hacia la barra, sus pasos resonando en el suelo de madera. Se sentó en uno de los taburetes, tratando de ordenar sus pensamientos. "¿Qué está pasando? Estaba en la calle, luego el camión... ¿esto es el infierno?". El silencio del lugar lo inquietaba, y su cabeza se llenó de preguntas. Cuando se sentó en uno de los taburetes, una voz femenina lo sobresaltó.

—Ay, querido, ¡vaya accidente que tuviste! — dijo una voz femenina detrás de él, suave como el terciopelo.

—Qué entrada tan dramática has tenido.—

Antonio se giró bruscamente y casi cayó del asiento. Frente a él estaba una mujer de una belleza magnética. Su cabello dorado caía en suaves ondas, llevaba un traje ceñido que acentuaba cada curva de su figura. Sus ojos brillaban con una chispa traviesa, y su sonrisa tenía un toque seductor que lo desarmó. En su mano llevaba un bastón, que giraba lentamente entre sus dedos.



—Tranquilo, mi niño — dijo la mujer, con una voz aterciopelada.

 —No temas, no voy a hacerte daño.

Antonio intentó hablar, pero las palabras no salían de su boca. Su mirada estaba fija en la figura de la mujer, en la forma en que el bastón negro que sostenía rozaba el suelo con un movimiento casi hipnótico.

— ¿Q-quién... quién eres? —balbuceó Antonio, incapaz de apartar la mirada de ella.

— ¿Dónde estoy? —La mujer ladeó la cabeza y lo miró como si estuviera evaluándolo.

—Este no es el infierno, si eso te preocupa— respondió con una sonrisa burlona.

—y yo... Soy Jessica, corazón. Y este...— hizo un gesto amplio con el bastón 

—Este es mi club, el Club de Jessica. Y tú, querido, estás aquí porque tu pequeño accidente te dejó... bueno, hecho un desastre.

Antonio la miró, desconcertado, mientras ella daba un paso más cerca. Su perfume llenó el aire, una mezcla de especias y flores oscuras que lo mareó.

—Pero vamos a lo importante —continuó Jessica, con una sonrisa que era a la vez reconfortante y peligrosa.

—Estás muerto, mi cielo. —

Jessica giró ligeramente su bastón hacia un espejo detrás de la barra. Antonio, confundido, siguió su gesto y miró el reflejo. Lo que vio lo hizo gritar de horror: su cuerpo estaba destrozado, su rostro irreconocible, desfigurado por el impacto del camión.



—¡Esto no puede ser real! —gritó, retrocediendo.

—Oh, pero lo es —respondió Jessica, acercándose con pasos elegantes

—Estás muerto, Antonio. Pero no te preocupes, estoy aquí para ofrecerte algo... especial— Jessica se acercó, colocándole una mano en el hombro.

Antonio la miró con lágrimas en los ojos, su mente incapaz de procesar lo que estaba escuchando.

—¿Qué quieres de mí?

Sus ojos se encontraron con los de Jessica y su sonrisa se volvió más amplia.

—De ti, nada... solo vengo a cumplir un deseo, a cambio de un pequeño favor. ¿Qué me dices, querido?

Antonio tragó saliva, sintiendo cómo su corazón —si es que aún lo tenía— latía desbocado.

— ¿Qué clase de deseo?

Jessica chasqueó los dedos, y el ambiente del lugar cambió instantáneamente. Una música suave comenzó a sonar, y las luces se hicieron más cálidas.



—Puedes volver, Antonio. Puedo devolverte a la vida. Pero no como antes. Esta es tu oportunidad de elegir... quién quieres ser.

Las palabras de Jessica lo golpearon como un rayo. Una imagen apareció en su mente: colegialas, risueñas, con sus faldas que bailaban al compás de sus pasos. Antonio cerró los ojos con fuerza, incapaz de admitirlo en voz alta.



—¿Y cuál es el precio?— Antonio tragó saliva.

Jessica rio suavemente.

—Oh, nada demasiado complicado. Solo trabajarás para mí, ayudándome con ciertos... trabajos, ¡Serás parte del Club de Jessica!

Antonio dudó. Su corazón latía con fuerza, y sus pensamientos eran un torbellino.

— ¿Y si no acepto?

Jessica inclinó la cabeza entrecerrando sus ojos, su sonrisa más amplia que nunca.

—Entonces vuelves al juicio final— Dijo encogiéndose de hombros como si eso no tuviera importancia.

—Pero querido, creo que tú ya sabes lo que quieres. Solo necesitas el valor para admitirlo.

Jessica extendió su mano, con una mirada que combinaba compasión y maldad

—Vamos, querido. No tienes mucho tiempo. ¿Aceptas mi oferta?

—¿Eres el diablo? — Antonio la miraba temblando


—Oh no no cariño, yo no soy ni un ángel, ni un demonio, yo Soy Jessica Body Swap.

Antonio la miró, temblando. Cerró los ojos y, con un suspiro, tomó la mano de Jessica.

—Bienvenido al club —dijo Jessica, con una amplia sonrisa de oreja a oreja y una chispa peligrosa en sus ojos. En ese instante, el suelo bajo sus pies desapareció, y cayó al vacío.



El mundo se desvaneció bajo sus pies. Antonio sintió que caía, que el vacío lo consumía Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba recostado su cuerpo se sentía pesado, ligeramente, pero… no tenía dolor, estaba en su cama, estaba bien, solo que algo andaba mal, la luz del sol se filtraba a través de unas persianas rosas. Antonio parpadeó, desorientado, y notó que estaba en una cama desconocida. Las sábanas eran suaves y olían a flores, y su cuerpo... su cuerpo no se sentía como antes.



Se incorporó lentamente, sintiendo el roce de las cobijas contra una piel más tersa, más sensible. Cuando un mechón de cabello rubio cayó frente a sus ojos, su respiración se aceleró, sus ojos recorrieron una y otra vez analizando e inspeccionando el extraño lugar en el que estaba, un cuarto fresco y de aromas dulces lo recibía, decorado con peluches y posters de cantantes masculinos.



Saltó de la cama y corrió hacia un espejo en la esquina de la habitación. Lo que vio lo dejó sin aliento: una chica hermosa, de unos 20 años, lo miraba con una expresión de puro pánico. Sus manos pequeñas y delicadas temblaban mientras se tocaba el rostro, el cuello, los pechos que se alzaban y caían con cada respiración agitada.



En el borde del espejo, una foto mostraba a la misma chica, vestida con un uniforme escolar. Junto a ella, una Jessica más joven sonreía, al igual que ella llevaba un uniforme escolar a juego, y Una nota pegada al cristal decía:

"Disfruta de tu nuevo cuerpo. Bienvenida al Club de Jessica."

Antonio no podía creer lo que había pasado. Frente a él, el espejo le devolvía el reflejo de una chica hermosa, tan perfecta que parecía irreal. Era como si mirara a un ángel, y ese ángel... era él. Una mezcla de miedo, sorpresa y fascinación lo invadió mientras daba un paso hacia el espejo, casi como si se acercara a una visión etérea. Sus ojos recorrían de arriba a abajo su nueva figura, cada detalle más desconcertante que el anterior.



Llevó sus manos temblorosas a sus mejillas, sintiendo el tacto de una piel suave y tersa que no reconocía. Sus labios entreabiertos dejaron escapar un susurro casi inaudible.



—Estoy hermosa...

La voz que escuchó no era la suya. Era una melodía dulce, ligera y femenina que lo desarmó por completo. Sus ojos se abrieron de golpe, llenos de una mezcla de incredulidad y emoción. Un nudo se formó en su garganta mientras sus manos ahora temblaban sobre sus labios. Quería llorar, pero no sabía si de felicidad, confusión o miedo.

Su mirada bajó, deteniéndose en las curvas que ahora formaban su cuerpo. La delicada figura que veía en el espejo le devolvía la mirada con una expresión de asombro y nerviosismo. Tragó saliva, sintiendo el peso de su nueva realidad. No había forma de negar lo que estaba viendo. Él era una mujer, y no cualquier mujer, sino una joven de belleza impactante.

De repente, un ruido interrumpió sus pensamientos. La puerta de la habitación se abrió de golpe, haciéndolo saltar y dar un pequeño grito agudo que lo sorprendió tanto como a la persona que entraba.


—¡Leslie, qué haces! ¡Se te va a hacer tarde, niña! —dijo una voz femenina, cálida y familiar.


Antonio volteó hacia la puerta, encontrándose con una mujer que irradiaba una presencia maternal. Su cabello estaba recogido en un moño sencillo, y llevaba una expresión de ligera impaciencia. Él abrió la boca, pero ningún sonido salió. Se sentía atrapado, como si fuera un intruso en un lugar al que no pertenecía.

—Ay, niña, ya deberías estar cambiada. ¡Apúrate, mi amor! Y no olvides ayudarme con tu hermano antes de irte —dijo la mujer mientras caminaba por la habitación con la naturalidad de quien conoce cada rincón.

Antonio permaneció congelado, incapaz de procesar la situación. Su mente trataba de encontrar sentido a lo que estaba pasando. "¿Mi hermano? ¿Quién es ella? .

—Ira, métete a bañar. Ahorita te dejo tu uniforme —agregó la mujer mientras sacaba algunas cosas del armario y se dirigía hacia la puerta.

Antes de que pudiera responder, Antonio sintió cómo unas manos firmes pero cariñosas lo empujaban suavemente hacia el baño. La puerta se cerró detrás de él, dejándolo completamente solo en un lugar que tampoco reconocía.

Respiró hondo, apoyándose contra la puerta. Su mente era un torbellino. " Leslie," repitió en voz baja, probando el nombre. Sonrió débilmente. Era tan hermoso, tan perfecto... y ahora, al parecer, era suyo.



 Mientras el vapor comenzaba a llenar el baño, una mezcla de asombro, vergüenza y un extraño tipo de excitación lo consumía. "Esto es real," pensó mientras observaba el reflejo de su nuevo cuerpo empañarse lentamente en el espejo. Su mirada se quedó fija en los detalles: los hombros delicados, la curva suave de la cintura, las largas piernas femeninas. Todo esto era suyo. Él era Leslie ahora.





Respiró hondo, intentando calmarse. Se repitió que no estaba haciendo nada malo. Era su cuerpo. Su nuevo cuerpo. Pero aun así, sus manos temblaban mientras deslizaba la tela del pijama que llevaba. Primero la parte superior cayó suavemente al suelo, revelando una piel tan suave como la seda. Bajó la prenda inferior con cuidado, cada centímetro que descubría parecía traer consigo un latido más fuerte en su pecho.


El sonido del agua caliente al chocar contra las baldosas lo trajo de vuelta. Descalzo, tocó la temperatura con la punta de los dedos, sintiendo cómo el calor acariciaba su nueva piel.
"Solo es un baño," murmuró para sí mismo mientras entraba lentamente.



El agua caliente golpeó su cuerpo, y la sensación fue abrumadora. Cada gota parecía amplificar su sensibilidad, como si su piel estuviera despertando por primera vez. Cerró los ojos mientras el agua corría por su cabello, pegándolo contra su espalda, y luego bajaba serpenteando por su cuello hasta el resto de su figura... todo era nuevo, indescriptible.

Antonio llevó las manos a su rostro, dejando que el agua tibia cubriera sus mejillas. "Estoy hermosa," pensó de nuevo, esta vez con un extraño orgullo mezclado con incredulidad. Su voz resonaba en su mente, ese tono angelical que había oído minutos atrás. La delicadeza de sus dedos al acariciar sus pechos era algo completamente ajeno a lo que había sentido antes.



Se permitió explorar con cuidado, llevándose las manos al cuello, luego a los hombros, y bajando por los brazos. El agua se deslizaba por ellos como si quisiera resaltar cada curva, cada detalle. Cerró los ojos, concentrándose solo en las sensaciones. Era cálido, reconfortante, pero también desconocido. El peso del agua acumulándose en su cabello, el cosquilleo al deslizarse por la parte baja de su espalda, todo lo hacía sentir vivo de una manera completamente nueva.

"Esto no es un sueño" pensó mientras su respiración se volvía más pausada, más profunda. El agua caía como un bálsamo, llevándose consigo los restos del miedo y la confusión inicial. Era como si su cuerpo le estuviera diciendo que se rindiera a lo que sentía, que dejara de luchar.

Por un momento, apoyó las manos contra la pared de la ducha, dejando que el agua cubriera todo su cuerpo. Los vapores envolvían el pequeño espacio como una nube protectora. Abrió los ojos y miró hacia abajo, sus pechos, de tamaño adecuado, con pezones que ya estaban duros y sensibles, viendo cómo las gotas resbalaban por su piel, dejando pequeños rastros antes de desaparecer en el suelo. "Así es como se siente," pensó, maravillado. Era una mezcla de paz y emoción pura.

Un escalofrío recorrió su columna cuando el agua caliente golpeó su espalda, como si su cuerpo quisiera recordarle que todo esto era nuevo, que estaba descubriendo algo más allá de lo físico. Antonio se permitió una sonrisa tímida, sus mejillas sonrojadas bajo el calor. Se abrazó a sí mismo por un momento, sintiendo esa fragilidad y delicadeza, algo que jamás había imaginado.

Cuando finalmente cerró la llave, el baño quedó en completo silencio, salvo por el goteo del agua. Se quedó quieto, dejando que el vapor se disipara poco a poco. Con una toalla, comenzó a secarse, acariciando su piel húmeda con una suavidad que nunca había practicado antes. Se miró en el espejo una vez más, ahora completamente desnuda, y por primera vez, sonrió.


"Soy Leslie," dijo en voz baja, probando cómo sonaba el nombre en sus labios. La emoción volvió a recorrerla. Había algo hermoso en todo esto, algo que no podía explicar pero que la hacía sentir viva.

Cuando Antonio salió del baño, el vapor todavía lo envolvía como un recordatorio de la experiencia tan extraña e íntima que acababa de vivir. Su mirada se posó en la cama, donde el uniforme escolar estaba perfectamente doblado, esperando por él. Pero lo que más llamó su atención fue la ropa interior que descansaba junto al uniforme: unas panties rosadas y un sujetador que parecían tan femeninos y delicados que lo intimidaron de inmediato.



Una mezcla de euforia y pánico lo invadió. Se sentó en el borde de la cama, contemplando las prendas mientras su mente intentaba encontrar la forma de abordar la situación. "Esto no puede ser tan complicado, ¿verdad?" se dijo a sí mismo, intentando reunir valor.

—Okay... aquí vamos.

Primero tomó las pantis. Las deslizó lentamente por sus piernas, sintiendo el tacto de la tela suave y elástica contra su piel. La sensación era completamente nueva, tan ligera y ajustada que lo dejó sin aliento por un momento. Al subirlas hasta su cintura, notó cómo se acomodaban perfectamente en su cuerpo, abrazando su trasero suave y redondo de una manera que jamás había experimentado.


Luego vino el sujetador. "Esto es más complicado de lo que parece," pensó mientras examinaba las correas y los broches. Tras varios intentos torpes, logró colocarlo alrededor de su torso, sintiendo cómo las copas envolvían su pecho. El ajuste firme y cómodo lo desconcertó, especialmente cuando se dio cuenta de cómo moldeaba su figura. Cada movimiento hacía que las correas acariciaran su piel, recordándole lo ajeno que era este cuerpo y lo natural que parecía todo al mismo tiempo.



Finalmente, se puso la blusa blanca del uniforme, cuyos botones pequeños le resultaron un desafío. La falda fue más sencilla: la deslizó por sus caderas, dejando que la tela ligera y fluida cayera hasta sus muslos. Por último, se colocó las calcetas largas y los zapatos, completando el atuendo.



 Cuando se miró en el espejo, vio reflejada una imagen que parecía salida de una película: una colegiala perfecta, aunque con el cabello algo despeinado y el rostro sin maquillar.



"Esto es surrealista," pensó mientras salía de la habitación, todavía ajustándose tímidamente la falda.




Al llegar al comedor, se dejó guiar torpemente por los pasillos de una casa que no reconocía, siguiendo el sonido de platos y voces. Bajó las escaleras y encontró a la mujer que lo había llamado antes —su "madre"— corriendo de un lado a otro mientras preparaba el desayuno.

La mujer lo miró rápidamente y frunció el ceño.

—¿Y esas greñas? ¡Ay, niña! ¿Qué hiciste con tu cabello?

Antonio dio un pequeño salto, sintiéndose atrapado. Su rostro enrojeció al darse cuenta de que había olvidado peinarse y ni hablar de maquillarse.

—Lo siento, yo...

—Ay, no. Ya siéntate a comer, anda. —La mujer suspiró y luego gritó hacia las escaleras—. ¡Brandon! ¡Baja ya!

Antonio se sentó a la mesa, sintiéndose completamente fuera de lugar. Observaba los movimientos de su "madre", tratando de imitar su postura para no levantar sospechas.

—¿Qué te pasa? —preguntó la mujer, colocando un plato frente a él—. ¿Es por los exámenes? No te sientas tan presionada, cariño. Todo estará bien.

Antes de que pudiera responder, la mujer lo envolvió en un abrazo repentino. Antonio se quedó petrificado mientras sentía el peso y la calidez de los enormes pechos de su nueva madre contra su cara. Su rostro se puso rojo como un tomate, incapaz de procesar la mezcla de incomodidad y ternura que lo invadía.

—Ven acá. Déjame peinarte, niña. —La mujer tomó un cepillo y empezó a trabajar en su cabello, tirando de él con firmeza.

—¡Auch...! —se quejaba Antonio en voz baja, soltando pequeños gemidos de dolor.

—Por eso debiste peinarte antes de que se te enredara, niña. Ay, no. Contigo siempre es lo mismo.

Un chico más joven bajó corriendo las escaleras y soltó una carcajada al ver a Antonio siendo peinado.

—¿Y esta? —se burló, señalando su cabello despeinado—. Parece que se levantó tarde otra vez.

—¡Ya siéntate a comer y no molestes a tu hermana! —respondió la madre, mientras seguía tirando del cabello de Antonio con el cepillo.

Antonio apenas probó el desayuno. La escena familiar era demasiado extraña para él. La mujer hablaba y regañaba como si todo fuera normal, ajena al hecho de que su hija ya no era quien solía ser. Antonio simplemente asintió y dejó que lo corrigieran una y otra vez: su postura, la forma en que masticaba, los bocados demasiado grandes.

Cuando el desayuno terminó, la mujer los apresuró para que no llegaran tarde.

—¡Ándele, niños! Se les va a hacer tarde.

Antonio quería quedarse en casa, explorar su nuevo cuerpo con calma, pero sabía que no podía permitírselo. A regañadientes, salió junto con su "hermano", quien caminaba unos pasos por delante de él.

—¿Y tú? ¿Por qué tan callada? —preguntó el chico, mirándolo de reojo.

—Yo... este...

Antes de que pudiera decir algo más, un claxon lo interrumpió. Un coche se detuvo frente a ellos, y unas chicas hermosas comenzaron a llamarlo desde adentro.

—¡ Leslie, nena! ¡Sube!



Antonio palideció. Miró a su "hermano" con desesperación, esperando algún tipo de ayuda, pero el chico solo se encogió de hombros.

—Bueno, tonta. Te veo luego. —Y siguió caminando hacia otra dirección.

Antonio se quedó paralizado, mirando al coche y a las chicas que reían y lo esperaban con impaciencia. Titubeó, pero finalmente, con pasos inseguros, se acercó al coche y subió, sintiendo que su nueva vida apenas comenzaba...


El viaje en auto fue una explosión de risas, música y una atmósfera cargada de energía femenina. Las chicas habían conectado el estéreo a sus teléfonos, y la música que retumbaba era de esas canciones modernas que inevitablemente hacían imaginar movimientos sensuales en una pista de baile. Antonio estaba en el asiento trasero, atrapado entre dos chicas muy distintas: a su izquierda estaba Paola, una joven de piel canela y cabello rizado, corto y perfectamente definido, que le daba un aire sofisticado; a su derecha, Isabella, una chica de cabello lacio y teñido de un rubio platinado, con gafas de marco grueso y una sonrisa astuta que delataba su ingenio.


En el asiento del copiloto estaba Gina, una afro imponente con piel de chocolate y un cuerpo escultural. Llevaba su blusa del uniforme ligeramente desabotonada, dejando ver apenas un toque de piel que llamaba la atención sin esfuerzo. Finalmente, al volante iba Valeria, quien tenía el cabello largo y negro como el azabache, sujeto en una coleta alta que dejaba al descubierto un rostro tan perfecto como seguro.



Las chicas cantaban a todo pulmón, coreando los estribillos de las canciones más populares, mientras Antonio trataba de encajar en la situación, riéndose nerviosamente. Estaba atrapado en un mundo que le resultaba tan ajeno como fascinante.
En un momento, Alexa giró la cabeza hacia él, con una mirada curiosa.


—¿ Leslie, bebé? ¿Todo bien? —preguntó con un tono de preocupación.


Antonio dio un pequeño brinco, sintiéndose expuesto bajo esa mirada. Sus ojos intentaron no bajar hacia el escote que se asomaba por la camisa desabotonada de Gina.


—Déjala, Gina. —Intervino Isabella, ajustando sus gafas con una sonrisa maliciosa—. Seguro está en sus días. ¿Quieres que te pase un tampón?


Antonio sintió cómo su rostro ardía de vergüenza. Quería desaparecer.


—Eh... solo no dormí por los exámenes... —balbuceó torpemente.


Las chicas estallaron en risas.


—¿Y tú desde cuándo te preocupas por eso? —agregó Paola desde su asiento, mirándolo con incredulidad.


—¡Si tienes al profe López comiendo de tu mano! —añadió Valeria desde el volante, haciendo un gesto con la boca y la mano.




Antonio se ruborizó aún más. Era obvio que no tenía idea de lo que hablaban, pero intentó reírse para no levantar sospechas. Por suerte, las chicas cambiaron rápidamente de tema, hablando sobre ropa, fiestas y la próxima película que querían ver juntas.

Cuando llegaron al instituto, Valeria estacionó el coche en un lugar privilegiado. Una vez que las puertas se abrieron, las chicas comenzaron a bajar una a una, dejando que el aire fresco las envolviera. Antonio se quedó unos segundos más, observándolas con asombro. Era ese momento que tantas veces había presenciado como espectador: las chicas caminaban en fila, seguras de sí mismas, mientras todos los ojos del instituto se posaban en ellas.



Antonio las siguió tímidamente, pero no pudo evitar sentir una mezcla de euforia y asombro. Ahora era parte de ese grupo. Por primera vez, entendió lo que significaba ser el centro de atención. Caminaba junto a ellas, aunque de forma torpe, sintiéndose una reina del mundo con los chicos prácticamente comiendo de la palma de sus manos.

Al entrar al edificio, el bullicio de los estudiantes se hizo más fuerte. Una de las chicas, Isabella, se separó del grupo para ir a su clase. Antes de irse, les dio un beso en la mejilla a cada una como despedida. Cuando llegó el turno de Antonio, este se quedó petrificado al sentir el roce suave y cálido de los labios de Isabella contra su piel.


—Nos vemos en el almuerzo, nena —dijo ella con una sonrisa, sin notar la confusión en los ojos de Antonio.

Las chicas continuaron caminando hasta su salón. El lugar era un caos típico de estudiantes preparándose para la primera clase del día. Valeria se giró hacia Antonio con una ceja levantada.


—¿Y eso, hermosa? Tú siempre vienes tan arreglada.


Antonio titubeó.


—Eh... se me hizo tarde.


Valeria soltó una carcajada.


—¿Tarde? Tú siempre dices que mejor tarde que sencilla. Ven acá, no puedes andar así.



Antes de que pudiera reaccionar, Valeria sacó un pequeño kit de maquillaje de su bolso y comenzó a trabajar en el rostro de Antonio. Usaba sus manos con destreza, aplicando base, delineador y un toque de rubor mientras le contaba algún chisme sobre una chica que Antonio no conocía. Este solo asentía, incapaz de procesar lo que sucedía.

Cuando Valeria terminó, le mostró el resultado en un pequeño espejo de mano. Antonio se quedó helado. La imagen que lo devolvía el espejo era de una chica increíblemente hermosa, con un maquillaje impecable que resaltaba sus ojos y labios.



—Ay, nena, siempre te luces con el maquillaje —dijo Paola desde su asiento, admirando el trabajo de Valeria.


Antonio no pudo evitar sentirse abrumado. Ahora no solo era parte del grupo, sino que era una de las chicas más bonitas del lugar. El vértigo de su nueva realidad seguía creciendo, y apenas estaba comenzando el día.

La primera clase fue inglés, y Antonio, sentado en su nuevo cuerpo, sentía una mezcla de incredulidad y nostalgia. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo en un aula que ahora, con esta nueva perspectiva, le resultaba difícil concentrarse. Su mente divagaba entre los recuerdos del accidente, los momentos posteriores y, sobre todo, Jessica. La mujer que lo había puesto en este cuerpo, la causa de tantas emociones...

—¡Leslie! —la voz de la maestra lo sacó de su trance.

Antonio levantó la vista, aturdido, y se encontró con ella: Jessica. Allí estaba, parada a unos metros de él, con una expresión mezcla de complicidad y cinismo.



—Señorita, ¿sería tan amable de quedarse con nosotros un momento? —dijo Jessica, con un tono seco y profesional, pero sus ojos brillaban con algo más profundo.

Antonio tragó saliva y respondió torpemente.

—S-sí... perdón.

Jessica tosió ligeramente, como si recuperara su postura, y continuó con la clase. Sin embargo, antes de volver a escribir en el pizarrón, le dedicó un guiño a Antonio, uno que él no podía ignorar. Su corazón latía con fuerza. ¿Qué significaba eso? ¿Cómo era posible que estuviera aquí? ¿Era realmente ella o simplemente alguien igual?

Cuando la campana sonó, marcando el final de la clase, Jessica salió del salón con paso seguro, sus tacones resonando en el suelo, destacándose entre el bullicio de los estudiantes. Antes de desaparecer por el pasillo, miró ligeramente por encima del hombro hacia Antonio, con una sonrisa que parecía esconder un millón de secretos.

Las chicas no tardaron en molestarle.

—Cuidado, nena. Esa maestra, cuando le caes mal, le caes mal. —dijo Gina con un tono divertido.

—¿Qué se cree esa vieja? —agregó Valeria—. Con ese escote, seguro ya anda queriendo cogerse a medio instituto.

Antonio no respondió. Su mente estaba aún atrapada en la imagen de Jessica. Pero las demás clases continuaron, monótonas y aburridas, al punto de que Antonio cabeceó en más de una ocasión. Finalmente, cuando el timbre sonó anunciando la hora del almuerzo, los estudiantes celebraron con gritos.

Una de las chicas, Paola, tomó a Antonio del brazo.

—Anda, hermosa, muero de hambre.

Antonio, todavía algo aturdido, se dejó llevar. Su nuevo grupo de amigas caminaba por los pasillos con una presencia imponente. Valeria, la rica y segura de sí misma, lideraba el grupo con pasos firmes, su uniforme ajustado perfectamente planchado. Gina, la belleza afroamericana jugaba con su cabello al caminar, consciente de las miradas que atraía. Isabella, la más lista, discutía algún tema con Paola, quien siempre lucía un aire de sofisticación extranjera con su estilo europeo. Por último, Antonio, quien para todos era “Leslie, la Reina del instituto”, intentaba imitar la confianza de sus amigas, aunque sus movimientos seguían siendo torpes.

La cafetería era el lugar donde reinaban. Su mesa estaba ubicada estratégicamente en el centro, visible desde cualquier ángulo. Antonio observaba cómo todos los estudiantes les abrían paso, algunos saludando con respeto y otros simplemente desviando la mirada.



Mientras las chicas hablaban de temas variados, Antonio intentaba mantenerse al margen, riendo cuando lo hacían y asintiendo cuando alguien le dirigía la palabra. Pero todo cambió cuando un grupo de chicos irrumpió en la cafetería, haciendo escándalo y atrayendo miradas. Eran fuertes, guapos, claramente el centro de atención masculina.

—Ay, Dios, ¿vieron a Rick? —dijo Isabela, señalando al moreno del grupo.

—Qué gritones, pero qué guapos... —añadió Paola, riendo con disimulo.

Antonio trató de ignorar sus comentarios, pero su atención se centró involuntariamente en los chicos. Fue entonces cuando el grupo masculino se acercó a su mesa. El supuesto líder del equipo, un chico alto y musculoso llamado Brad, saludó con confianza antes de sentarse junto a Antonio.

—Hola, mi amor —dijo con una sonrisa segura.

Antes de que Antonio pudiera procesar lo que sucedía, Brad pasó su brazo alrededor de sus hombros, giró su rostro hacia él y le plantó un beso largo. Antonio quedó paralizado. La sensación era extraña, invasiva y profundamente incómoda. Sentía una mezcla de repulsión, vergüenza y algo más que no podía definir.

Cuando el beso terminó, Brad sonrió, sin darse cuenta del impacto que había causado.

— ¿Qué te pasa, hermosa? ¿Estás en tus días? —preguntó, inclinando la cabeza con un tono burlón. los demás chicos presente se rieron ante el comentario de su amigo.

Antonio apenas podía hablar. Sólo pequeños suspiros escapaban de sus labios, sin saber exactamente que decir, estaba rojo como un tomate.

— ¡Brad! —Exclamó Valeria, golpeándole el brazo—. ¡Deja en paz a Leslie! Está sensible, ¿no ves?

El chico captó la indirecta, levantando las manos en señal de rendición.

—Está bien, está bien. Nos vemos luego, bebé. —Brad se despidió con un beso en la mejilla antes de marcharse con sus amigos, dejando a Antonio aún más desconcertado.

Cuando las chicas también se levantaron para irse, Antonio encontró la excusa perfecta para quedarse atrás.

—Vayan yendo, chicas. Iré al baño un momento.

—¿Estás bien, nena? —preguntó Gina, con una mirada algo preocupada.

—¿Necesitas una toalla o algo? —añadió Isabella, intentando ser discreta pero logrando que Antonio se pusiera aún más rojo.

—N-no, estoy bien... —respondió, desviando la mirada.

Las chicas finalmente se marcharon, dejándolo solo. Antonio exhaló profundamente, sintiendo cómo la presión del momento lo abrumaba. Estaba viviendo una pesadilla disfrazada de cuento de hadas, y aún le quedaba mucho por descubrir sobre su nueva vida como Leslie.

Antonio necesitaba un respiro. Todo lo que estaba viviendo lo estaba llevando al límite. Empezó como un sueño hecho realidad y ahora, estaba delante de compromisos que no eran suyos. Caminó apresuradamente por los pasillos hasta encontrar el baño más cercano. Sin prestar atención, empujó la puerta y entró. Se encerró en el último cubículo, cerrando el pestillo tras él, y se dejó caer en la tapa del inodoro. Su respiración estaba agitada, su mente un caos.


El beso... ese maldito beso. No podía sacárselo de la cabeza. Su cuerpo, este nuevo cuerpo que no le pertenecía, era el de una colegiala, pero su mente seguía siendo la de un hombre. Sus gustos, sus pensamientos, su esencia, todo seguía intacto. Y aun así, ese contacto había sido... desconcertante.

Antonio pasó las manos por su rostro, frustrado. ¿Cómo se suponía que debía lidiar con esto? Se sentía atrapado, obligado a cumplir un papel que no entendía, rodeado de personas que lo veían como alguien que no era. Todo el mundo lo trataba como Leslie, la angelical chica que todos admiraban, pero él seguía siendo Antonio, un hombre que no sabía cómo salir de esta situación.
 "Yo solo quería ser como ellas".

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no notó el sonido de la puerta del baño abriéndose. No fue hasta que escuchó una voz familiar que su cuerpo se tensó por completo.

—Hey!!, Leslie... —dijo una voz masculina, profunda y confiada.

Antonio sintió cómo su corazón se detenía. ¿Quién...? Su mente comenzó a correr en círculos. Lentamente levantó la cabeza, conteniendo la respiración, mientras escuchaba los pasos acercándose.

—¿Te sientes bien? —continuó la voz, ahora más cerca.

Antonio tragó saliva. Esa voz pertenecía a Brad. Su "novio".

El chico se detuvo frente a la puerta del cubículo. Antonio podía ver la sombra de sus pies justo afuera.

—¿Por qué te viniste al baño de hombres? —preguntó Brad con un tono divertido—. ¿Tanto querías verme, eh?

Antonio sintió un sudor frío recorrer su espalda. Miró alrededor del pequeño espacio, buscando desesperadamente una salida, pero no había ninguna.

—Ehm... m-me equivoqué de baño... —logró balbucear, intentando sonar lo más convincente posible.

—¿Te equivocaste? —Brad soltó una carcajada—. Vamos, Leslie, no tienes que poner excusas. Si querías un momento a solas conmigo, solo tenías que decirlo.

Antonio cerró los ojos, deseando desaparecer. No podía creer lo que estaba escuchando. El chico continuó hablando, su tono cada vez más provocador.

—¿Sabes? Hoy en la cafetería... sentí que estabas diferente. ¿Me estás ocultando algo, nena?

Antonio abrió los ojos, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una respuesta. Finalmente, respiró hondo y trató de sonar firme.

—No, Brad. Solo estoy... cansada por los exámenes.

Hubo un momento de silencio, seguido por el sonido del pestillo del cubículo abriéndose y cerrándose. Antonio sintió cómo el pánico aumentaba cuando escuchó a Brad entrar al cubiculo. "Por que diablos no olvide poner el mandito seguro... mierda mierda mierda"

—Bueno, entonces relájate un poco, ¿sí? —dijo Brad, ahora con un tono más suave—. Sabes que puedes contar conmigo para cualquier cosa.

Antonio no supo qué responder. Permaneció en silencio, con las manos apretadas en su regazo. No sabía cuánto tiempo más podría soportar esta farsa.

Antonio permanecía inmóvil dentro del cubículo, con las manos temblorosas y el corazón latiendo como un tambor en su pecho. La imagen de Brad moviéndose en el cubículo lo tenía en alerta máxima. La voz del chico rompió el silencio, baja y susurrante, casi como si estuviera compartiendo un secreto.

—Sabes, Leslie... —comenzó Brad—, ahora que estamos aquí, solos... pensé que podríamos continuar donde lo dejamos anoche.

Antonio se tensó. ¿Continuar qué? No quería saberlo. No podía permitirse siquiera imaginarlo.

— ¿A qué te refieres? —preguntó, intentando sonar neutral, pero su voz traicionó su creciente pánico.

Brad soltó una risita suave, confiada.

—Vamos, nena. No te hagas la inocente. Anoche tú misma dijiste que no podías esperar más, que te morías por hacerlo.— Dijo mientras comenzaba a desabrochar sus pantalones.

Antonio sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Su mente corría tratando de descifrar qué responder. No era Leslie. No había sido él quien había dicho esas palabras, y lo último que quería era prolongar esta situación incómoda.

—No... No creo que sea buena idea, Brad —respondió, con un hilo de voz.

El chico suspiró, y aunque su tono seguía siendo juguetón, había un matiz de confusión en él.

— ¿Qué te pasa hoy, eh? Hacemos esto todo el tiempo. ¿Por qué te estás poniendo tan rara?

Antonio no pudo soportarlo más. El peso de las expectativas de Brad, el hecho de estar atrapado en un cuerpo que no era el suyo, todo lo estaba desbordando. Brad intento tomar entre sus brazos a Antonio quien Sin pensarlo dos veces, empujo a Brad con todas las fuerzas que su pequeño cuerpo pudo y salió rápidamente, evitando mirar hacia atrás.



—Leslie, espera... —alcanzó a decir Brad, pero Antonio ya estaba saliendo al pasillo.

Sus pasos eran rápidos, casi torpes, mientras intentaba escapar de esa situación. No miró a nadie, pero en su prisa tropezó con una chica que estaba justo afuera del baño.

—¡Ey! Ten más cuidado... —dijo la chica, pero Antonio no se detuvo a disculparse.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y lo único que quería era huir de todo. Cruzó el pasillo y salió corriendo hacia los campos del instituto, donde el aire fresco golpeó su rostro y lo obligó a detenerse.

Se dejó caer sobre el césped, respirando con dificultad, mientras intentaba calmarse. No podía seguir así. No podía seguir siendo Leslie. Pero, ¿cómo podía regresar a ser quién era?

De pronto una sombra se poso sobre el, Antonio levantó la mirada, sus ojos enrojecidos por el llanto, y vio frente a él a una chica que no pertenecía a su grupo de amigas. Era la misma con la que había chocado antes. Se agachó a su lado, observándolo con preocupación. Su presencia era cautivadora: tenía un aire rebelde, con su cabello oscuro y ligeramente desordenado que enmarcaba un rostro de facciones delicadas. Su chaqueta de cuero desgastada contrastaba con una falda corta que mostraba sus piernas largas y estilizadas llenas de tatuajes. Sus ojos, profundos y expresivos, lo miraban con una mezcla de curiosidad y compasión.


—¿Estás bien? —preguntó ella, sentándose a su lado sin esperar respuesta.


Antonio se quedó en silencio, incapaz de articular palabra. Apenas podía soportar el peso de sus emociones. Finalmente, se derrumbó y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Amaba la sensación de ser una colegiala, pero odiaba lo que había pasado con Brad. Se sentía débil, vulnerable, y terriblemente confundido, en otras ocasiones simplemente hubiera afrontado una situación así, pero ahora para el mundo era una mujer, una mujer pequeña y débil, sus emociones estaban a flor de piel, nunca había llorado en su vida, y ahora, no podía dejar de hacerlo.




—Si él te hizo algo, tienes que reportarlo —dijo la chica, su voz firme, pero cálida.


Antonio negó con la cabeza, su voz apenas un susurro.


—No quiero problemas…


Ella suspiró, resignada, y sin decir nada más, lo rodeó con sus brazos, atrayéndolo hacia su pecho. El gesto fue cálido y protector, pero Antonio se quedó paralizado. Podía sentir el aroma suave y dulce de su perfume, su calor reconfortante, y el roce sutil de sus curvas. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y un calor extraño se extendió por su cuerpo.



—G-gracias… —murmuró con torpeza.


—No tienes que agradecerme, Leslie —respondió ella con una sonrisa.


Antes de levantarse, se inclinó y dejó un beso en su mejilla. Antonio se puso rojo como un tomate, el rubor extendiéndose por todo su rostro mientras la veía alejarse con una gracia natural que lo dejaba absorto.


—Siempre voy a cuidar de ti… ¿lo recuerdas?


Antonio no sabía a qué se refería, pero no tuvo tiempo de preguntar. Se quedó allí sentado, su mente dando vueltas, incapaz de sacarla de su mente.


De regreso a clases, trató de centrarse en las lecciones, pero sus amigas no tardaron en notarlo.


—Miren nada más —dijo una de ellas con una sonrisa traviesa—, otro momentito con Brad, ¿eh?


Antonio sintió que su estómago se revolvía, y apenas pudo articular una respuesta.


—Y-ya saben cómo soy…


Las chicas rieron, aparentemente satisfechas con la respuesta.


Antonio no pudo evitar sentirse más tranquilo tras el cálido abrazo de aquella chica, pero también estaba confundido, su mente seguía revolviendo las palabras que ella había dicho: "Siempre voy a cuidar de ti... ¿Lo recuerdas?". Por más que intentaba, no encontraba nada en los recuerdos de Leslie dentro de él que explicara esa conexión.

Cuando las clases terminaron y se dirigieron al coche, Antonio, tímidamente y sin querer parecer sospechoso, se inclinó hacia Isabella mientras las demás seguían charlando animadamente.



—Oye, ¿quién es ella? —preguntó, señalando sutilmente con la cabeza hacia la chica que lo había ayudado.

Su amiga lo miró como si acabara de decir algo completamente absurdo.

— ¿Qué? ¿Esa? ¿Estás hablando en serio, Leslie?

Antonio asintió, fingiendo indiferencia, pero por dentro se estaba retorciendo. La chica ajustó sus gafas y, con un tono de burla mezclado con incredulidad, respondió:

— ¡Es Camila, la lencha! ¿No te acuerdas? Es la que se te confesó hace unas semanas. Dijo que le gustabas y que quería contigo, la de la Funa, bb, la tipa esa.

Antonio parpadeó, desconcertado.



— ¿Q-qué?

La chica puso los ojos en blanco, claramente molesta por lo que ella percibía como un acto de falsa inocencia.

—¡No te hagas! ¡Claro que te acuerdas! Tú misma dijiste que te daba asco, que nunca en la vida andarías con alguien como ella. Hasta nos hiciste reír un montón con lo dramática que te pusiste al contar cómo te lo dijo, que tu en la vida comerías papaya, pura verga dijiste. 

 La chica se llamaba Camila Velasco, aunque en el instituto todos la conocían simplemente como Cami. Su reputación era tan particular como su presencia: una chica rebelde, con cabello castaño y largo, siempre desordenado, como si hubiera pasado horas en la playa. Sus ojos tenían un brillo penetrante, y solía vestir con una mezcla de ropa informal y accesorios que le daban un aire único, entre bohemio y punk.

A pesar de su imagen desafiante, había algo delicado en su forma de comportarse, un contraste que confundía a todos. Aunque muchos la tachaban como "la rara, la lesbiana, la lencha", Cami siempre se mostraba segura, como si nada de eso le importara. Pero Antonio podía ver ahora que había algo más en ella, algo que no encajaba con las etiquetas que los demás le ponían.

Antonio sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría. El recuerdo de la chica abrazándolo calurosamente hacía unos momentos ahora estaba teñido de culpa y desconcierto. ¿Cómo podía alguien como Leslie haber hecho algo tan cruel?

—No… no sé qué estaba pensando —intentó justificarse, sabiendo que estaba caminando sobre una cuerda floja—. Tal vez... me sentía presionada o algo así.

Su amiga se cruzó de brazos, observándolo —

Nms Leslie si hasta la funaste por chanca con toda la escuela— Dijo Gina quien estaba oyendo todo.

—Pues más te vale que no estés intentando algo raro ahora, ¿eh? Porque te recuerdo que nosotras te apoyamos con Brad. La última cosa que necesitamos es que la gente empiece a decir que ahora te gusta la lencha esa.

Antonio sintió como si le apretaran el pecho. Entre las expectativas de sus amigas y la confusión que sentía por su propia identidad, la situación era un caos. Solo pudo asentir y murmurar:

—Claro, no es nada.

La chica lo observó un momento más antes de encogerse de hombros y seguir charlando con las demás. Sin embargo, Antonio no podía sacarse de la cabeza a esa chica. Su mirada intensa, la calidez de su abrazo, la forma en que había dicho "siempre voy a cuidar de ti". ¿Realmente era alguien que Leslie había lastimado? ¿No podía creer que Leslie se había encargado de funar a una chica solo por una confesión?, esto lo dejo pensando, quizás Leslie no era tan buena como el pensaba.

De regreso a casa, mientras el auto avanzaba entre las calles iluminadas por el sol que comenzaba a ponerse, Antonio se quedó en silencio, mirando por la ventana. No sabía si era el instinto de Leslie dentro de él o algo completamente nuevo que estaba creciendo en su corazón, pero esa chica —la "lencha", como la llamaban— se había quedado grabada en su mente.

Antonio sabía una cosa: aunque él no era culpable de haberla herido, ahora tenía el deseo incontrolable de arreglar las cosas, incluso si eso significaba enfrentarse a un lado de Leslie que él apenas estaba comenzando a descubrir.

De regreso en casa, Antonio comenzó a sentirse algo más cómodo en su nueva piel. Notó cómo su andar tenía un ligero contoneo, algo natural, como si sus caderas se balancearan con cada paso, y, por un momento, se preguntó si ya estaba acostumbrándose a su cuerpo, a esta nueva vida.

Al llegar a la casa, encontró una nota de su madre: "Salí con tu padre, dale de comer a tu hermano, volvemos a las 6". Estas palabras encendieron una chispa en Antonio. Había esperado todo el día para estar a solas, para tener su propio momento.



Subió corriendo hasta su habitación, sin fijarse en cerrar la puerta con seguro, entro a su habitación y se permitió respirar profundamente, como si todo fuera un respiro cargado de significado. Caminó lentamente hacia el espejo, donde la figura reflejada era la de Leslie. Con el maquillaje perfecto y el cabello peinado, se veía más hermosa que nunca. Antonio no pudo evitar sonreír ante el reflejo. Su cuerpo era diferente, pero la mirada que se encontraba en el espejo, esa sonrisa que le devolvía, era algo que no podía ignorar.



Se abrazó a sí misma, al cuerpo que ahora le pertenecía, como si estuviera buscando consuelo, un entendimiento que aún no lograba alcanzar completamente. Aunque había tantas dudas, tantas emociones en su interior, también había algo de satisfacción en ese instante de paz. Sin embargo, algo más se encendió en su pecho, como una mezcla de ansiedad y deseo por entender completamente quién era ahora.

Estaba empezando a aceptar que todo esto era real, que la vida que estaba construyendo, esa persona que se encontraba en el espejo, era la nueva realidad a la que tenía que ajustarse, paso a paso. Pero aún había mucho por descubrir y entender.

"Veo que no me equivoqué al darte a la chica", dijo una voz femenina.
Jessica, su voz llena de una calma inquietante mientras emergía de la oscuridad del closet, caminaba alrededor de Antonio, observándolo de cerca. El aire a su alrededor parecía cargado de una energía extraña y oscura. "En fin, el momento de tu primer pago será pronto, cariño", añadió, con una sonrisa sutil que no dejaba claro si estaba siendo amable o amenazante.



Antonio se quedó helado, el corazón latiendo con fuerza mientras sus ojos seguían a Jessica, quien caminaba alrededor suyo. La figura de la mujer era imponente, su mirada intensa y sus movimientos calculados, como los de un depredador que observa a su presa.

Antonio tragó con dificultad, sin saber cómo reaccionar. "¿Pago?" susurró, con la voz temblorosa, sin saber si se refería a algo literal o si había algo más oscuro en sus palabras.

"Sí", respondió Jessica, como si leyera su mente, "pero por ahora, disfruta de tu nuevo cuerpo con libertad. No te preocupes, cariño, no harás nada que no te guste"

Antonio intentó procesar las palabras de Jessica, el peso de la realidad aplastando sus pensamientos. Sabía que lo que vivía era algo mucho más grande y complejo de lo que había imaginado, y aunque su cuerpo parecía ser el de Leslie, su mente, sus sentimientos, seguían siendo los mismos. ¿Qué quería decir con "el momento de tu primer pago"? ¿Qué debía hacer él? ¿Cómo se liberaría de todo esto?

Antes de que pudiera formular una respuesta, Jessica se acercó aún más, sus tacones resonaban imponente en el suelo, dejándole claro que, aunque ahora se encontraba en el cuerpo de una mujer, su alma, todo lo que era el, le pertenecían.

—No temas cariño, solo pasaba a ver si te estabas divirtiendo, en fin, tengo que ver a tu otras hermanas, nos vemos pronto.

Antonio se quedó parado frente al espejo, todavía sintiendo el peso de la presencia de Jessica quien retrocedía lentamente hacia la oscuridad del armario. lo ultimo que pudo ver,  fueron sus hermosos y amenazantes ojos. Cuando pudo reunir fuerzas para moverse, la puerta del armario ya estaba cerrada y la oscuridad dentro de él era la única compañía. Un suspiro escapó de sus labios mientras sus pensamientos daban vueltas, procesando todo lo que acababa de ocurrir. La palabra "pago" seguía resonando en su mente como un eco distante, pero aterrador.

De repente, una notificación en su teléfono, que ni siquiera sabia que tenia y mucho menos había llevado a la escuela por todo el ajetreo del día lo sacó de su trance. Era un mensaje de Brad, lleno de emoticonos y textos rápidos, casi como si estuviera tratando de buscar una respuesta. Antonio no pudo evitar girar los ojos. ¿Brad? No quería saber nada de él ni de sus avances, mucho menos después de lo ocurrido ese día. Decidió ignorar los mensajes y desvió su atención hacia algo que parecía más urgente, más enigmático: Leslie.

Sobre el escritorio, encontró una nota que parecía casi dejarle un mensaje directo. "Puede que necesites esto, con amor, Jessica ; )" decía la nota, acompañada de una contraseña escrita. Antonio miró la hoja, suspiró, y la introdujo en el ordenador. Para su sorpresa, la contraseña funcionó sin problemas.

La pantalla se iluminó y el navegador se abrió, mostrándole una cuenta de Facebook ya iniciada. Antonio se quedó mirando la pantalla por un momento, sin saber exactamente por dónde comenzar, pero pronto se dio cuenta de que esta ventana digital le ofrecía una oportunidad única para descubrir más sobre la vida de Leslie. ¿Quién era ella realmente? ¿Qué más había detrás de este cuerpo que ahora ocupaba?

Comenzó a navegar entre las publicaciones, fotos y conversaciones. Cada mensaje le daba una nueva pista, una pieza más del rompecabezas que era la vida de Leslie. Descubrió fotos de ella con amigos, de fiestas a las que había asistido, y las conversaciones que mantenía con sus compañeros de clase. El teléfono de Antonio vibraba de vez en cuando con las respuestas de Brad, pero él las ignoró sin remordimientos, completamente absorbido por lo que estaba aprendiendo.

A medida que pasaba la tarde, Antonio comenzaba a entender más sobre Leslie: sus gustos, sus pasiones, sus miedos y sueños, pero también notaba algo extraño. Había interacciones con personas que no conocía, amigos y conocidos que parecían tener una relación más cercana de lo que él podría haber esperado. La vida de Leslie era más compleja y llena de secretos e infidelidades, Leslie no era la niña buena que el creía. 

Al final del día, Antonio se encontraba en un punto de no retorno. Sabía que, al igual que la información que estaba descubriendo sobre Leslie, había algo mucho más grande ocurriendo. Estaba atrapado entre dos mundos: el suyo, que ya no existía, y el de Leslie, un mundo en el que ahora debía navegar. ¿Qué debía hacer con todo esto?

Antonio dejó el ordenador sobre el escritorio, su mente llena de caos. Sentía el peso de todo lo que había descubierto sobre Leslie, pero también el peso de su propia identidad, que parecía desvanecerse lentamente mientras se sumergía más en el papel de la joven que ahora habitaba. Se dejó caer sobre la cama, agotado, sin fuerzas para continuar pensando o procesando más información.

Soy una colegiala... o sigo siendo Antonio? La pregunta flotaba en su mente, repitiéndose como un eco que no encontraba respuesta. Podía sentir su cuerpo, el contoneo de sus caderas al caminar, los movimientos suaves y femeninos que ahora hacían parte de su rutina diaria. Miró sus manos, delicadas, con las uñas perfectamente pintadas, y sintió el contraste con la memoria de su vida anterior, la vida que ya parecía tan lejana.


El reflejo en el espejo, el maquillaje, el cabello perfectamente peinado... todo eso era Leslie. Y sin embargo, aquí estaba él, pensando en el chico que había sido. En los días en los que era Antonio, un nombre, una vida, una identidad que ahora parecía irreal. La vida de Leslie lo envolvía, como si fuera un disfraz que no podía quitarse.



¿Quién era él ahora? ¿Podía ser ambos a la vez? La confusión lo invadió aún más, el pensamiento de que las expectativas que otros tenían sobre él, como Leslie, le forzaban a ser alguien que no quería ser, pero al mismo tiempo, no podía evitar encontrar cierta fascinación en cómo lo veían los demás, cómo se sentía siendo admirado y deseado, "pero definitivamente no con hombres, no de esa forma", dijo.

El suspiro que escapó de sus labios fue un suspiro de agotamiento, de miedo. Sentía que todo lo que había conocido y entendido de sí mismo se desmoronaba. La realidad de ser Antonio se desvanecía con cada paso que daba como Leslie, pero dentro de él, algo seguía resistiéndose, algo que no quería desaparecer por completo.

Las horas pasaron, y aunque se sintió tentado a sumergirse en más de esa vida ajena, algo dentro de él le decía que debía detenerse, que debía enfrentarse a la decisión más grande de todas: ¿Seguiría siendo la colegiala que todos esperaban, o seguía siendo Antonio, el hombre que una vez fue?, esta era una nueva oportunidad, después de todo.. el había muerto..., no había a donde volver.

Con todos estos pensamientos en mente Antonio suspiraba, la calidad y suavidad de su cama era realmente tranquilizadora, no recordaba haber estado nunca en un lugar así, cuando recordó…


Soy una mujer ahora…


con timidez bajo la mirada, descansando se encontró la vista con dos pequeños montículos cubiertos por su uniforme de colegiala, Antonio trago saliva, los masajeo suavemente, se sentía... Tan bien, continuo su exploración, lentamente el masaje se volvió más intenso, tanto, que no supo en que momento su respiración se fue haciendo más pesada, más intensa, como un suspiro fuerte, con su nueva voz de mujer, Antonio se estaba poniendo caliente.



 Su hambre por descubrir quién era Leslie lo hizo olvidarse de su deseo original, inquieto y sediento por descubrirse, en busca de ese momento de soledad que tanto ansiaba. El fino tacto de sus delicadas manos sobre su  cuerpo, envolviéndolo, relajándolo, y entonces, sin pensarlo, sus manos comenzaron a deslizarse sobre su vientre, bajando hasta llegar a su entre pierna, se sentía cálida, un aroma a chica inundo sus sentidos, Antonio había puesto húmedo el cuerpo de Leslie. Se había masturbado otras veces, Pero esa tarde fue diferente. Jamás en su vida imagino que estaría dentro del cuerpo de una colegiala,  sus manos trazaban un camino directo hacia su entrepierna. Y al tocarse allí, en ese punto preciso, una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Su respiración se detuvo por un segundo. 

—Ahhh…— Antonio soltó un pequeño jadeo, apenas audible.



Todo su ser despertó de golpe, un despertar que no esperaba, pero que su cuerpo había anhelado en silencio. Sus dedos, tímidos al principio, comenzaron a moverse con suavidad sobre la humedad tela áspera, la sensación le rosaba, pero era una incomodidad deliciosa.  El ruido del mundo exterior se desvanecía, y lo único que existía en ese momento era la sensación que crecía en su vientre.

 —Mmmmmmm… sí…—, Antonio gemía suavemente, sintiendo cómo su nuevo cuerpo respondía.

Sus piernas temblaban ligeramente, su corazón latía con fuerza, y su mente se llenaba de imágenes, de fantasías, con Leslie, de el como hombre haciéndola gemir y luego... el como una mujer, con.. Camila.

Narra Antonio



Todo me arrastraba hacia un lugar que no podía controlar, pero al que no quería renunciar. La presión de mis dedos sobre ese puntito que supuse era el clítoris de Leslie… perdón, mi nuevo clítoris, aumentaba, y mi cuerpo empezó a reaccionar de formas que nunca había experimentado. "¡Oh… sí… más…me encanta este cuerpo!", jadeé, cada vez más profundamente, el cuerpo de una colegiala era cosa de otro mundo.


Mis pechos subían y bajaban, jadeos cortos escapaban de mis labios, escuchar la voz dulce de Leslie haciendo unos sonidos tan sucios me calentaba mucho y una necesidad urgente de seguir, de no detenerme hasta que esa sensación me consumiera por completo, dominaba mi mente. Mis gemidos, que al principio eran apenas audibles, se hicieron más fuertes, más intensos, mientras mis dedos seguían explorando ese punto exacto que parecía controlar cada fibra de mi ser. "Sí... más... ahhh...", exclamé, mi respiración entrecortada.


Y entonces sucedió. Mi primer orgasmo. ¡MI PRIMER MALDITO ORGASMO COMO MUJER! Mi cuerpo entero se arqueó, un calor profundo me envolvió, y una ola de placer me atravesó, llevándose todo a su paso. "¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! Dios… sí…", grité enloquecido, mi espalda se curvó mientras un grito ahogado escapó de mi garganta, mezclándose con el sonido del agua. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si el universo entero hubiera desaparecido y solo quedara yo, flotando en ese mar infinito de placer. 



—Ahhh… sí… soy una pequeña putita…—

Gemí, cada vez más suavemente mientras la ola de placer se desvanecía poco a poco, era tan divertido decir esas cosas con la voz de una niña, no se sentía a nada que hubiera experimentado antes, era como ser dos personas, mi mente pensaba una cosa, mi cuerpo lo hacía, y tanto el cuerpo de Leslie como yo lo sentíamos.

Cuando finalmente me relajé, mis piernas seguían temblando. Sentía mojada mi falda, acaso yo… ¿me había orinado?, lleve una de mis manos a mi nariz, olía a toda una mujercita, entonces recordé uno de esos videos, Una sonrisa se marcó en mi nuevo hermoso rostro, había tenido un squirt. Mi mente estaba atrapada en ese instante, repasando cada detalle, cada sensación, preguntándome si todo había sido real.



¿Esto se puede repetir?", pensé mientras intentaba recuperar el aliento. Un impulso me invadió, mi cuerpo se movía solo, comencé a quitar mis prendas, el aroma de mi sudor femenino, era tan delicioso, olía ligeramente amargo y dulce, ese aroma a mujercita que tanto volvía locos a los hombres, y ahora, solo tenía que oler mi axila cuantas veces quisiera.



—Tan dulce…—

Esa tarde en mi nuevo hogar, en ese cuarto, entendí que el placer no era solo físico. Era una forma de conectarme conmigo mismo, de entender mi nuevo cuerpo, de explorar su poder. Mi primer orgasmo fue más que un descubrimiento sexual; fue un despertar. Supe en ese momento que no sería la última vez, que seguiría explorando, conociendo cada rincón de mi ser, buscando esa sensación que me había hecho sentir tan vivo o… viva 



—Ahhh… sí…—gemí, recordando la intensidad del momento

—¡Ahora soy una hermosa colegiala, Soy Leslie!—

Y así, con las piernas temblorosas y el corazón aun latiendo descontrolado, estaba completamente desnuda, el fuego dentro de mí seguía ardiendo. Había sido un orgasmo clitoriano, lo sabía por las descripciones que había leído y escuchado. Sentí cómo mis músculos se contraían y liberaban rítmicamente, como un pulso que resonaba en cada parte de mi ser.

—¡Ahhh… sí… Dios, toma eso pequeña zorra infiel nghh!—

 Exclamé mientras mis dedos aún acariciaban torpemente mi entrepierna, tan sensible que cada roce parecía despertar una nueva chispa de electricidad. Sentía una carga eléctrica que recorría mi espalda, pero dentro de mí, todo era calor, ardor, ¡esto era ser mujer!

 —Mmmm… más…quiero hacerte sentir como una mujer de verdad Leslie—

Murmuré para mí mismo, necesitada de seguir, de continuar explorando ese abismo recién descubierto.

—Por favor… más, más, no te detengas…Leslie—



Gemía en mi mente, queriendo romper cada barrera de placer, deseando explorar cada rincón de mi deseo. Convertirme en ella, ser una hermosa colegiala por dentro y por fuera. Las palabras resonaban en mi cabeza, un eco de las fantasías que tanto había reprimido y por fin podía hacerlas realidad.

Mis dedos, ligeramente más confiados ahora, se movieron nuevamente hacia mi clítoris. La sensación era tan intensa que arqueé mi espalda involuntariamente. 

—Ahhh… sí… más fuerte pequeña putita… más…—



Gemí en voz alta, dejando que el sonido de  Leslie se mezclara con el sonido húmedo que brotaba de mi nuevo sexo. La mezcla de la humedad y calor interno me llevaba al borde de la locura. Era como si mi cuerpo entero estuviera a punto de explotar en mil pedazos, un torbellino de emociones, de placer, de pura necesidad. Mis gemidos rebotaban contra las paredes del cuarto, ahogando cualquier otro sonido que pudiera haber en la casa.

—Mmmm… Dios… así… así… ¿te gusta así pequeña puta?—

Jadeé, mientras mis piernas comenzaban a temblar de nuevo. El segundo orgasmo estaba tan cerca, tan profundo, tan devastador que todo mi cuerpo se tensaba, cada músculo, cada fibra.



—Ahhhh… Dios… ¡sí!, me encanta engañar a mi novio nghhh!!—

Grité, incapaz de contenerme mientras la segunda ola de placer se apoderaba de mí. Mis piernas temblaban incontrolablemente, y mi mano, aún húmeda, seguía frotando mi clítoris con insistencia. Cada movimiento de mis dedos era una nueva descarga eléctrica, recorriendo cada rincón de mi ser.

Con mis pies, tome la braga que había tirado por allí, estaba húmeda, olía a vagina a una dulce vagina, la olfateaba, las restregaba en mi rostro, quería empaparme de todo su aromar. El tercer orgasmo no tardó en llegar. Fue como una explosión salvaje, una liberación tan brutal que mi espalda se arqueó con violencia, y mi respiración se cortó por completo. 



—Ahhhhhhhhhhhhhhhh! ¡Más pequeña putita pervertida!—

 Gemí mientras las contracciones recorrían mi clítoris, mi vientre, mi pecho, todo mi cuerpo sacudido por el placer que parecía no tener fin.

—¡Sí, más, por favor… cójanme duro, cojan a esta putita nghhh!—

Jadeé suplicándome, mientras la oleada de placer me arrastraba una vez más hacia el abismo. No había límites, no había control. Solo estaba yo, mi  nuevo cuerpo, y el placer que lo consumía, deje mis bragas húmedas, mi rostro olía como si le hubiera comido el coño a una chica, mordía mis labios intentando ahogar los gemidos de Leslie, entonces apreté sus pechos, sus pechos pero desarrollados pechos, se movían con cada movimiento de mis caderas, el placer solo aumento, tenían el tamaño perfecto yo era perfecta, Leslie lo era y yo ahora era Leslie.



Sentí que mi clítoris palpitaba con una intensidad insoportable, cada pequeña caricia lo hacía vibrar como si controlara todo mi ser.

 —¡Ahhh… Dios… más Leslie no te detengas así bebe así ahhh…!—

Gemí, mientras las contracciones seguían recorriendo mi vientre, mis muslos, mis pechos. Todo era calor, todo era placer. Era difícil saber dónde empezaba yo y donde terminaba Leslie, su placer era mi placer, ¿seguía siendo Antonio? O ¿era la experiencia de ser una mujercita? Sentí como si mi cuerpo estuviera al borde de la destrucción, pero era una destrucción deliciosa, una devastación que me consumía.




—Ahhh sí… no pares bebe, esto te encanta verdad, sucia perra con carita de ángel, eres una puta, una zorra una fácil!!!…—

 Imploraba mientras el calor se expandía desde lo más profundo de mí, mientras mis dedos se deslizaban frenéticamente sobre mi clítoris hinchado, como si lo exprimieran todo. Cada pequeño roce era como un látigo que sacudía mis entrañas, provocando más jadeos, más gemidos, y yo no quería que se detuviera. 

—Sí, más, más…ahhh ahhhhhh!!!!—, gritaba sin vergüenza, perdida en el torbellino de sensaciones.

Dentro de mí el fuego seguía ardiendo. Mis muslos temblaban, incontrolables, mientras mis manos presionaban con más fuerza mi entrepierna. “¡Uuuuuuhhh sí! ¡Más fuerte!", grité. El placer era incontenible, violento, y me arrastraba hacia ese abismo donde ya no existía el tiempo ni el espacio, solo el deseo, estaba pellizcando mis pechos, mis pezones, dolía, pero era un dolor tan rico, sentía que mi piel ardía, me encantaba, mi cuerpo de mujer, Leslie era tan sensible y ahora su sensibilidad era la mía.

Cada fibra de mi ser vibraba con una fuerza tan violenta que me sentía al borde del colapso, pero no podía detenerme. Mis dedos seguían insistentes, frotando con furia mi clítoris hinchado, más sensible que nunca. "¡Ohhh, sí! ¡Ahhh, por favor!", jadeaba sin aliento, mi espalda arqueada, temblando con cada onda de placer que me atravesaba. Era como si mi cuerpo no pudiera soportar más, pero al mismo tiempo, exigía seguir. El fuego interno, ese fuego insaciable, me consumía.



—¡Dios, sí! ¡Más! ¡Ahhhh!— grité, mi voz desgarrada por el éxtasis, mientras el orgasmo seguía sacudiendo cada músculo, cada nervio. Mi vulva palpitaba, hinchada y pulsante, mientras las contracciones me llevaban aún más lejos, estaba mojadisima, ese orgasmo fue increíble, no sabia que las chicas podían hacer eso, y ahora yo era una!!

—¡Ahhh, sí… más… más fuerte, cójanme por dinero, me encanta ahhhh— 

Gemí con un grito desgarrador, mientras mi cuerpo entero se rendía al placer más brutal, una destrucción que solo quería prolongar.

Yo era puro fuego, puro deseo. Mis piernas temblaban incontrolables, mis tetas erguidas, duras, blanquecinas, tiernas, vibraban con cada espasmo de placer que recorría mi cuerpo. 



—¡Ahhhh… Dios, sí, más, estoy tan buena, esto se siente increíble!—

Jadeé, mientras la ola interminable del orgasmo me arrastraba de nuevo. Mi mente se desvanecía no podía pensar con claridad, sentí que Leslie y yo nos volvíamos uno, en la intensidad, mis gemidos llenaban el aire, cada respiración era un grito en busca de más. Estaba llena del pálido aroma de mis nuevos jugos. Embriagadores.

Sentía mientras caía una lágrima que mi clítoris, hinchado y expuesto, era el centro de todo mi universo. 

—¡Ohhh, por favor, no pares… más… más!—

 Grité mientras mi cuerpo entero explotaba en otro espasmo brutal, dejando que cada parte de mí se desmoronara en esa infinita e insaciable necesidad de más placer irradiando calor por todo mi cuerpo, Al tiempo que mi vagina se contrajo rítmicamente, enviando pulsaciones de placer que recorrían cada músculo, cada nervio. 



—Ahhh… sí…así, rico, rico, ¡más, cógeme fuerte Antonio— , gemí mientras mis pechos se movían al ritmo de las contracciones, cada ola de placer me hacía estremecer, vibrar con cada fibra de mí ser.

—Ohhh… sí… no pares…"— supliqué en un susurro desesperado, perdida en la intensidad sublime del orgasmo.

Mis manos temblaban mientras intentaba sostenerme, pero el placer me arrastraba una y otra vez a las profundidades, llevándome al borde de la locura. 



—Uuuuuuhhhh…qué delicia, Leslie, estas tan apretadita más, más!— gritaba sin poder contenerme, mientras mi mano entera se metía en mi concha, cada caricia me llevaba más lejos, más profundo. Era demasiado, era sublime, un calor abrumador que me quemaba desde adentro. 

—¡Dios! ¡Sí! ¡Ahhh!— exclamé mientras mi cuerpo respondía sin control, un espasmo tras otro, mientras el fuego se propagaba más allá de lo que creí posible.

Y en ese momento, sentí que había llegado a un lugar más allá del placer físico, más allá de lo que alguna vez imaginé. 




—Ohhh… sí… sí…soy una puta pervertida, estoy en el cuerpo de una zorra— Susurré, mientras mi cuerpo seguía contrayéndose, cada latido de mi corazón se sentía como una explosión en mi pecho. Era como si el orgasmo me hubiera abierto las puertas a un nuevo entendimiento de mí misma, de mi cuerpo. Era poderosa, invencible, era una mujer, Era Leslie una hermosa colegiala. El éxtasis no solo estaba en mi piel, estaba en mi mente, en mi alma. Y sabía que podía seguir, que mi cuerpo era capaz de más, mucho más.

. —Ahhh… sí… más, por favor…Te lo suplico Antonio conviérteme en tu puta—, jadeé suplicándome a mí misma, queriendo continuar, deseando esa sensación interminable.

Pero por ahora, dejé que la calma se asentara sobre mí, que el placer se desvaneciera lentamente, como un fuego que arde hasta consumirse por completo.


 —Mmmm… ahhh…que rico se sintió eso— suspiré con satisfacción. Mis piernas seguían temblando, débiles, y reconfortantes, como si el mundo hubiera vuelto a la normalidad después de haber sido destrozado por completo. Me quedé allí, jadeando, exhausta, satisfecha, pero aun deseando más. "Sí… esto.. se sintió tan rico—  murmuré para mí misma, me sentía una diosa, me sentía increíble, no era la típica sensación triste, esto era una euforia, esto era ser mujer, sabiendo que esto no sería el final, solo el principio de mi nueva vida como una colegiala.





Mientras tanto El hermano menor de Leslie, un adolescente de alrededor de 14 años, subía las escaleras mientras mordía distraídamente su sándwich. Había tenido un día agotador en la escuela, y lo único que quería era perderse en su consola, jugando a su shooter favorito o viendo las nuevas series de anime que había descargado esa semana.

Sin embargo, al llegar al pasillo que llevaba a las habitaciones, detuvo su marcha al escuchar unos sonidos agudos provenientes del cuarto de su hermana mayor. Era extraño, ya que ella normalmente era muy reservada, sobre todo cuando sus padres no estaban. Frunció el ceño, inclinando ligeramente la cabeza para escuchar mejor.

Los ruidos eran suaves pero persistentes, casi como susurros o gemidos ahogados. Su rostro enrojeció de inmediato, y un cúmulo de pensamientos vergonzosos le inundó la mente. No podía creer lo que estaba escuchando, o más bien lo que creía que estaba escuchando.

Su mirada se oscureció y sintió una mezcla de confusión, incomodidad y... algo más, algo que prefería no reconocer. Algo en el fondo de él estaba despertando, Su respiración se volvió irregular mientras intentaba decidir qué hacer. 

¿Debía tocar la puerta? ¿Ignorar todo y seguir su camino?

Finalmente, tomó una bocanada de aire, apretó los puños y se acercó al cuarto de su hermana, sus pasos apenas resonando en el suelo de madera. Su mano tembló mientras tocaba la puerta ligeramente.

—¿Leslie...? ¿Estás bien? —preguntó con voz vacilante, intentando sonar casual, aunque la vergüenza lo quemaba por dentro.


Dentro del cuarto, Antonio se sobresaltó al escuchar la voz del chico al otro lado de la puerta. Rápidamente intentó recomponerse, arreglándose la ropa y despejándose las ideas mientras su corazón martilleaba con fuerza. ¡¿En qué momento había regresado?! Pensó que estaba solo, que tendría tiempo para procesar todo sin interrupciones, pero ahora tenía que enfrentarse a este nuevo obstáculo, rápidamente se vistió a toda prisa, no quería levantar ninguna sospecha.

—¡E-estoy bien! —Respondió, intentando mantener la calma y sonar natural, aunque su voz traicionaba un leve nerviosismo—. ¿Qué quieres?



El hermano, aún desconcertado, intentó no sonar demasiado intrusivo.

—Nada... Solo... Escuché algo raro. Pensé que te habías caído o algo.

Antonio soltó una risa nerviosa, intentando despejar las dudas del chico.

—No, no. Estoy... Estoy practicando un... video para TikTok. Ya sabes, bailes y esas cosas. —Le respondió rápidamente, buscando cualquier excusa para salir de la situación.

El hermano frunció el ceño, pero decidió no insistir más.

—Bueno... Solo no hagas mucho ruido. —Respondió finalmente antes de girarse y volver a su cuarto, aunque en su mente seguía reproduciendo aquellos sonidos de su hermana, sonidos que conocía bien, esos fueron gemidos.

Antonio, por su parte, dejó escapar un largo suspiro cuando escuchó los pasos alejarse. 

—Definitivamente, vivir esta nueva vida iba a ser más complicado de lo que pensaba. —





EPILOGO


La oscuridad se desvanecía lentamente mientras un frío húmedo la rodeaba. Abrió los ojos con esfuerzo, pero la luz que se filtraba desde la entrada del callejón le lastimaba. El suelo bajo ella era áspero, húmedo y olía a orina y basura. Se sentó con dificultad, sintiendo una punzada de dolor en la espalda y un extraño peso en las extremidades.

Miró a su alrededor, confundida. Esta no era su cómoda cama, el lugar donde estaba era estrecho, con paredes cubiertas de graffiti y una capa de mugre que se veía antigua. Restos de cartón y bolsas de plástico formaban improvisadas camas en las esquinas. Una ráfaga de aire frío le erizó la piel, y al bajar la mirada vio las manos que sostenían su propio peso. Pero esas no eran sus manos. Eran grandes, toscas, llenas de cicatrices y con uñas sucias.

— ¿Qué demonios...? —murmuró, pero se detuvo al escuchar su propia voz. Profunda, ronca y ajena.

Con el corazón acelerado, se levantó tambaleándose. A un costado, cerca de unos cubos de basura, un pedazo de vidrio roto descansaba entre los desechos. Al pasar giro su cabeza como si le llamaran, miró su reflejo: el rostro que le devolvió la mirada no era el suyo. Era el rostro de un hombre de unos 40 años, con barba descuidada y ojos hundidos por el cansancio.

—No, no, no... —balbuceó, llevándose las manos al rostro ajeno.

Todo esto tenía que ser un mal sueño, una broma cruel de la realidad. Hace unas horas, estaba en su propia cama, en su hogar, segura de haber sido ella misma. Leslie, la reina del instituto, la chica que todos admiraban y envidiaban. Pero ahora... Ahora estaba atrapada en el cuerpo de un vagabundo.

Miró a su alrededor, tratando de encontrar alguna respuesta, pero todo lo que veía era desolación. Al salir tambaleándose del callejón, el bullicio de una ciudad desconocida la golpeó como una ola. Autos rugían por la calle, la gente pasaba apresurada sin siquiera mirarla. Sentía las miradas de asco y lástima de quienes notaban su aspecto, y su corazón se encogía cada vez más.

— ¿Qué está pasando? —susurró al borde del llanto. La pequeña chica, ahora atrapada, en el cuerpo de un vagabundo, sin saber, que su cuerpo tenia los días contados.


En lo alto, donde las sombras de la realidad se entrelazan con los hilos del destino, Jessica observaba la escena con una sonrisa. Siempre era fascinante ver cómo reaccionaban los humanos al despertar en nuevas vidas. Leslie había sido una pieza interesante, pero como en todo juego, alguien tenía que perder.

Mover un alma de un cuerpo a otro no era una tarea sencilla. El equilibrio debía mantenerse, y siempre que un alma ocupaba un nuevo recipiente, la restante debía habitar otro cuerpo. Leslie había tenido todo: belleza, poder, admiración... pero esta vez, no fue su día.

Jessica chasqueó los dedos, apagando las luces de su club. Tal vez, con el tiempo, Leslie aprendería algo de humildad. O tal vez no. Después de todo, los caprichos de Jessica eran inconstantes.

—Quizás, algún día, me apiade de ti —susurró al viento antes de desaparecer en las sombras. Después de todo así son las cosas en el Club de Jessica.





8 comentarios:

  1. Muchas gracias me encantó la historia es increíble todas las cosas que le pasan a Lesly me gusto

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  2. Que peculiar y excitante historia me encanto como de forma natural la nueva Leslie se va adaptando a su nuevo cuerpo, ademas las interacciones con su nueva madre y hermano menor y con las amigas son muy graciosas al principio. Podría sugerirte si no te molesta que ampliaras un poco lo estrecho del blog donde van las historias para que quepa mas texto de las historias y no sean tan comprimidas y extensas de leer

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  3. Disculpa humildemente podría pedirte una petición si es posible hacerla esta es en resumen: Daniel y Mirna y su hijo Mateo de 4 años, se mudan a un nuevo apartamento, el precio es barato por los rumores de que esta maldito, pero ellos no creen en fantasmas. Pasado unos días todo marcha con normalidad, Mirna con tiempo libre explora el apartamento encontrando un espejo antiguo pero su reflejo se comienza a distorsionar siendo su alma succionada en el espejo quedando atrapada en el, mientras su cuerpo es poseído por Fernando un fantasma que estaba atrapado en el espejo. Daniel llega del trabajo escucha música en la sala encontrando a su esposa semi desnuda manoseándose y descuidando a Mateo que estaba llorando, Mirna apaga la música y trata de justificarse, Daniel nota el comportamiento raro de Mirna. Fernando trata de actuar lo mas femenino posible para evitar sospechas tomando a Mateo tratando de que deje de llorar, Daniel noto eso, viendo que en lugar de ser dulce y maternal es juguetona y sinica con su hijo. Fernando trata de comportarse siendo cariñosa y complaciente con Daniel, ordenan pizza ya que se justifica de que no tubo tiempo para hacer la cena levantando mas sospechas pero Fernando decide tener relaciones con el para que se olvide de toda sospecha, mientras la verdadera Mirna esta atrapada en el espejo viendo todo sin poder hacer nada.

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    1. Si la aceptas podrías usar estas imágenes de esta chica para la historia, una disculpa si fui muy brusco pidiendo esta petición, I'm sorry chica
      https://i.ibb.co/2vScjpk/428608812-3653801464872999-766947105667232100-n.jpg
      https://i.ibb.co/R4MHgKw/355636113-3498376793748801-4321732652260810603-n.jpg
      https://i.ibb.co/CMFh65k/309749094-3302286690024480-2249620393337129206-n.jpg
      https://i.ibb.co/7Xz3YwV/338406416-601665178549504-7704561818894860512-n.jpg

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    2. Nena, el mundo no entiende que las chicas también fantaseamos, que tan bien nos prende estas cosas, si tienes una fantasía no te sientas culpable y en el club de Jessica hacemos realidad hasta la fantasía mas perversa <3

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    3. Ok muchas gracias por la comprensión nena, estaré esperando la historia porfa puedes desatarte con tu creatividad si la quieres hacer muy explicita mejor, pero si porfa usa las fotos esa chica me gusta para representar la historia Tankiu beibi

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