miércoles, 18 de diciembre de 2024

Petición #4

 La Herencia de la Abuela 
Parte 4
FINAL


Finalmente estamos aquí, la parte 4 y final de esta historia que comenzó con una sugerencia se volvió una historia que si bien dio mucho de que hablar, tenia que ser contada y terminada, me emociona mucho compartirles el final, a continuación les comparto un link para ambientar la historia y acompañarla en su lectura, sin mas que decir, sean bienvenidos:

Mystery Piano Rain Ambience 8 Hours | Dark Academia | Nocturnes and Mysteries | Studying | Sleeping


—¡¿HAY ALGUIEN?! ¡AYÚDENME! ¡POR FAVOR, AYÚDENME!


El llanto desesperado de una anciana resonó desde la alcoba de arriba.


Kris y Gabriel intercambiaron una mirada rápida. Kris desenfundó su revólver, y con un gesto le indicó a Gabriel que permaneciera detrás de él.


—Quédate aquí —susurró.


—No. Voy contigo —respondió Gabriel, su voz temblorosa.


Ambos comenzaron a subir las escaleras lentamente, sus pasos crujían sobre la madera, amplificando la tensión. Cada paso los acercaba más al origen de los gritos, que ahora eran más débiles, entrecortados por sollozos.



Al llegar al umbral de la puerta, Kris empujó ligeramente, y esta se abrió con un chirrido.


La escena que encontraron los dejó helados.


En el suelo, en el rincón más oscuro de la habitación, estaba la abuela. Sus Ojos parecían hinchados e inyectados en sangre, su rostro estaba pálido y su apariencia era como la de un muerto. Su pierna torcida de forma grotesca, el hueso parecía estar a punto de romper la frágil y delgada piel que se tensaba como una rama rota, señales de heridas en todo su cuerpo, y su rostro desfigurado por el dolor y la desesperación.




—¡Por favor! —gritaba con voz débil y temblorosa—. Ayúdenme Kris!!... ¡soy yo! ¡Soy... SOY NATALIE !


Gabriel se quedó paralizado. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Dio un paso atrás, mirando a Kris, que parecía tan impactado como él. Jamás en su vida había visto al monstruo que le había traído a la vida de esta forma, tan suplicante, tan débil, prácticamente rogando por ayuda.


—Esto no tiene sentido... —murmuró Kris, aun apuntando con el arma pero bajando la guardia ligeramente.


—¿Tú? —Gabriel negó con la cabeza, retrocediendo otro paso—. Tú no eres mi madre.


—¡Gabriel, por favor! —Suplicó ella, sus ojos rojos llenos de lágrimas—. Es esa maldita mujer... ella tomó mi cuerpo. ¡Soy yo! ¡Soy tu madre, te lo juro!


Kris finalmente bajó el arma, arrodillándose con cautela junto a la mujer. Observó sus heridas, sus ojos, y algo en su interior comenzó a aceptarlo, aunque no quisiera.


—Explícate —dijo con voz tensa, mirando directamente a los ojos de la mujer en el suelo.


Lo que ella contó los dejó a ambos sin palabras. Mientras relataba cómo la abuela había usado el medallón para cambiar de cuerpo, Kris apretaba los puños y una lágrima rodaba por su mejilla. Recordaba cosas de su propia infancia, sombras de un pasado que había intentado enterrar.



Gabriel, por su parte, sentía que todo su mundo se desmoronaba. Su madre, su verdadera madre, estaba atrapada en el cuerpo de una anciana herida. Y esa anciana... no era más que una impostora, una bruja que había destrozado sus vidas.


—Esto no puede ser real... —susurró Gabriel, con las manos temblando.


Kris finalmente se levantó, sus ojos duros y decididos.


—Si lo que dices es verdad, entonces tenemos que arreglar esto. Pero antes de nada, necesitamos estabilizarte. No puedes quedarte así.


Le hizo un gesto a Gabriel, quien, aunque reacio, se acercó para ayudar. Levantaron a la mujer herida y comenzaron a bajar las escaleras, pero mientras lo hacían, Kris murmuró en voz baja:


—Algo me dice que esto recién empieza.

Kris bajo con la mujer en brazos colocándola cuidadosamente en el viejo sofá de la sala. El ambiente estaba impregnado de un olor a humedad y encierro, mezclado con el sudor y el sufrimiento de los días que ella había pasado abandonada en esa habitación.


Gabriel, todavía en estado de shock, observaba cómo su tío se movía con rapidez y precisión, aunque sus manos temblaban levemente. Kris inspeccionó la pierna rota, tratando de no mostrar demasiado la gravedad de la situación, pero era imposible ocultarlo del todo.


—Esto está mal... está muy mal —murmuró Kris, intentando estabilizar la pierna con un cojín desgastado que encontró cerca.


La pierna de Natalie, ahora en el cuerpo de la anciana, estaba prácticamente inutilizable. Los huesos estaban mal alineados, y la piel era apenas un delgado velo que cubría un daño profundo. Kris apretó los labios, intentando no dejarse llevar por la impotencia. Había señales de infección; el tejido comenzaba a mostrar manchas oscuras que indicaban necrosis.



—No puedo creer que haya pasado tanto tiempo así... —dijo, mientras revisaba su estado general.


Natalie, atrapada en ese cuerpo, apenas podía hablar. Su voz era apenas un susurro rasposo.


—Estuve Tirada tres días... sin agua... sin comida... ella... se llevó todo...




Gabriel tragó saliva. Cada palabra que escuchaba lo hacía sentir peor. Intentaba no mirar a su madre, pero los débiles gemidos de dolor lo mantenían atado a la escena.


—Está deshidratada, tiene fiebre... Esto no es solo la pierna, Tío Kris. Necesitamos ayuda médica.


Kris negó con la cabeza mientras se levantaba.


—No, no podemos ir a un hospital. ¿Cómo les explicamos esto? ¿Que su madre está en el cuerpo de una anciana? No, Gabriel. Esto lo resolvemos nosotros.


Gabriel miró a su tío con desesperación.


—¿Pero cómo? ¡Ni siquiera sabemos qué estamos haciendo!


Kris lo miró fijamente.


—Yo tampoco sé, pero te prometo que no voy a dejar que esto termine así. —Se volvió hacia la mujer en el sofá—. Hermana, aguanta un poco más. Vamos a arreglar esto.



Gabriel sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Sabía que su tío siempre había sido el más fuerte de la familia, el protector, pero incluso él parecía estar al borde del colapso.


Kris se puso de pie y comenzó a buscar algo en los cajones y armarios de la sala.


—Tiene que haber algo aquí que nos dé una pista... un diario, un símbolo, algo que esa bruja haya dejado.


Mientras tanto, Gabriel se quedó junto a su madre, limpiándole la frente con un trapo húmedo que había encontrado. Verla tan débil, tan vulnerable, le partía el alma.


—No te vayas... por favor... —murmuró en voz baja, sin saber si ella podía escucharlo.


Natalie giró apenas el rostro hacia él, y con esfuerzo, logró susurrar:


—... no dejes que gane... por favor, hijo.


Gabriel sintió cómo las lágrimas volvían a llenar sus ojos. No sabía cómo, pero haría lo que fuera necesario para recuperar a su madre, aunque tuviera que enfrentarse a un infierno.



Gabriel temblaba mientras rodeaba con sus brazos el frágil cuerpo de su abuela. Aunque su mente veía la figura anciana y debilitada, su corazón reconocía el calor, el afecto y la esencia de su madre. Era un abrazo que nunca había dado antes, nunca en si vida pensó en abrazar a la imagen de su abuela de esta forma, una mezcla de dolor, desesperación y amor que lo desbordaba.


—Mamá... —murmuró con la voz quebrada, apenas creyendo en sus propias palabras.


Natalie, atrapada en el cuerpo de la anciana, se aferró a su hijo con todas las fuerzas que le quedaban. Sus dedos huesudos temblaban mientras sujetaban la espalda de Gabriel, y un leve sollozo se escapó de sus labios.



—Hijo... estoy aquí... perdóname por todo...


Kris los observó por un momento desde las escaleras, su rostro endurecido por la determinación. Pero incluso él sintió un nudo en la garganta al ver a su sobrino y a su hermana en aquel estado tan vulnerable. Tragó saliva y se volvió hacia las habitaciones de arriba.


—Cuídala... tengo que ver si encuentro algo útil allá arriba —dijo con un tono firme, intentando ocultar su propia tristeza.


Gabriel asintió mientras continuaba abrazando a su madre. A medida que escuchaba los pasos de su tío alejándose, sintió que todo lo que había estado reprimiendo durante días se desbordaba.


—Mamá... no sé cómo decir esto... pero ya no puedo más...


Natalie lo miró con los ojos llenos de lágrimas.


—Hijo, dime qué pasó...



Gabriel respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras.


—Esa mujer... ella no solo nos robó a ti, mamá... me robó... a mí también.


El rostro de Natalie se tensó.


—¿Qué... qué quieres decir? —preguntó, aunque ya podía intuir que lo que venía sería devastador.


Gabriel comenzó a hablar, su voz temblorosa y llena de angustia. Le contó cada detalle de lo que había vivido la noche anterior, cómo había sentido que su mundo se desmoronaba, cómo la figura que creía que era su madre lo había traicionado de una manera que jamás podría imaginar.


—No fue un sueño, mamá... ella me tocó... ella me... —Su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a caer nuevamente—. Me quitó todo.


Natalie estaba paralizada. Su cuerpo no tenía fuerzas para moverse, pero el alma que habitaba en ese cuerpo viejo y maltrecho sentía una furia y un dolor indescriptibles.


—Hijo... no... no puede ser... ella... ¿cómo pudo...?


Gabriel asintió mientras las lágrimas continuaban fluyendo.


—No sé cómo seguir, mamá... me siento sucio, roto...


Natalie lo miró con los ojos llenos de culpa y rabia.


—No tienes la culpa de nada, Gabriel. Escúchame bien: tú no eres culpable de nada. Esa mujer nos quitó todo... a ti, a mí, a Kris. Pero no vamos a dejar que gane, ¿me oyes?


Gabriel asintió, pero sus sollozos no cesaban. Se aferró aún más al cuerpo de su madre, sintiendo que por primera vez en días encontraba algo de consuelo en su abrazo.



Kris subió las escaleras con paso decidido, revisando cada rincón, cada cajón, cada mueble. Sacaba papeles, ropas viejas, cajas llenas de polvo, pero no había rastro de algo útil. Su respiración se aceleraba mientras su mente se llenaba de imágenes de todo lo que aquella mujer había hecho. Los recuerdos de su infancia, de su hermana y ahora de su sobrino lo atormentaban.


Finalmente, dejó caer el último cajón al suelo con un estruendo. Cerró los ojos y llevó las manos a su frente, como si rezara, aunque no salía ninguna palabra de sus labios. Sus hombros temblaban con la rabia contenida, con la impotencia de no poder protegerlos como debía. Respiró hondo, ahogando sus emociones.



—Tienes que ser fuerte... por ellos —murmuró para sí mismo, obligándose a calmarse.


Bajó las escaleras con el semblante más firme que pudo reunir, pero Gabriel captó de inmediato la falta de esperanza en los ojos de su tío.


—¿Encontraste algo? —preguntó con ansiedad.


Kris negó con la cabeza mientras dejaba caer los hombros.


—Nada... ni una sola pista.


Natalie, en el cuerpo de la anciana, se removió débilmente en el sofá donde la habían acomodado.


—E-ella me robó mi cuerpo... cuando... cuando me puse un collar... —tosió, su voz apenas un susurro—. El collar que siempre llevaba cuando era niña...


Gabriel frunció el ceño, intentando recordar.


—¿El collar? —preguntó, su mirada alternando entre su madre y su tío.


Kris levantó la cabeza con un gesto pensativo.


—¿Recuerdas ese collar? —preguntó Natalie.


Kris dudó por un momento, pero luego sus ojos se posaron en una serie de retratos antiguos colgados en la pared. Se acercó y miró detenidamente una foto. Era su madre, cuando aún era joven, junto a Natalie en su juventud. Ambas sonreían, pero solo una de ellas llevaba un collar brillante alrededor del cuello.


—¿Es este? —preguntó, señalando la foto mientras se la mostraba a Natalie.


Los viejos ojos de Natalie se abrieron de golpe.



—S-sí... —murmuró débilmente—. Es ese...


Kris cruzó los brazos y miró la foto con atención.


—Pero no sabemos cómo lo activó... ni cómo funciona.


Natalie, con el rostro pálido, cerró los ojos por un momento, intentando recordar.


—Cuando tomé ese collar... lo único que quería... —su voz se quebró—. Era sentir su amor... solo quería que ella nos quisiera... aunque fuera un poco...


Un silencio pesado cayó sobre la habitación. Kris meditaba, su mirada perdida mientras intentaba armar el rompecabezas. Gabriel los miraba a ambos, sintiendo que se quedaba fuera de algo importante, sin comprender del todo lo que ocurría.


—Por ahora... —Kris rompió el silencio con voz firme—. Debemos encontrarla y traerla aquí.


Gabriel lo miró preocupado.


—¿Pero cómo? No sabemos dónde está. ¿Y si se ha ido?


—No... —Kris negó con la cabeza mientras recogía sus cosas—. No puede irse tan rápido. Ella debería volver.


—¿Por qué estás tan seguro?


—Porque así es ella...


Gabriel asintió tímidamente, aunque sus dudas seguían presentes. Kris se inclinó hacia él y lo miró directo a los ojos.



—Yo la traeré. Pero tú tienes que estar preparado. Lleva a tu madre al cuarto de visitas. Ven, te ayudo.


Gabriel tomó a su madre con cuidado, sintiendo lo frágil que se había vuelto su cuerpo. Con esfuerzo y la ayuda de su tío, la trasladaron al cuarto de visitas. Allí, Kris se aseguró de cerrar todas las cortinas y darle algo de agua a Natalie antes de volverse hacia Gabriel.


—Escucha bien, Gabriel... —dijo, mientras sacaba un pequeño taser de su cinturón y se lo entregaba—. Esto es solo... si es necesario. ¿Entendido?


Gabriel lo tomó con manos temblorosas y asintió.


—Cuida a tu madre. No dejes que nada ni nadie entre aquí hasta que yo regrese.


Kris le dio una última mirada a ambos antes de salir de la casa con pasos firmes, su silueta perdiéndose a lo lejos. Gabriel cerró la puerta detrás de él, sintiendo cómo el peso de la responsabilidad caía sobre sus hombros. Se quedó mirando el taser en sus manos, con el corazón latiendo rápidamente mientras esperaba lo que vendría.


Kris manejaba con el ceño fruncido, el volante apretado bajo sus manos mientras el motor de la Jeep rugía con fuerza. El paisaje pasaba como un borrón a los costados, pero su mente no estaba en la carretera. Una tormenta de recuerdos lo acosaba: imágenes de su infancia, de las cosas que había soportado, de las veces que había querido proteger a su hermana y no había podido. Ahora, su sobrino estaba involucrado, atrapado en la misma pesadilla que él había vivido.



"Maldita sea, Kris... ¿Por qué no hiciste algo antes?"


Estaba tan absorto que no notó al ciervo que apareció de repente frente al auto. Un destello marrón y blanco.


—¡Mierda! —gritó mientras giraba el volante y pisaba el freno con fuerza.



La Jeep se detuvo en seco con un chirrido ensordecedor. El ciervo desapareció entre los árboles, pero Kris se quedó allí, inmóvil, su respiración agitada. Sus manos temblaban en el volante, y el eco de su frenazo resonaba en sus oídos.


—¡Joder, Kris! —Se dijo, golpeando el volante con frustración—. ¡Amárrate los pantalones y sé un hombre!


Se pasó una mano por el rostro, tratando de calmarse. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones de aire frío que parecía más pesado con cada respiro. Después de un momento, arrancó el auto de nuevo, reduciendo la velocidad mientras avanzaba por el camino.


El cielo se había oscurecido. Una tormenta eléctrica se aproximaba, y el viento helado sacudía las copas de los árboles. Las hojas caían en remolinos alrededor de la carretera, como si el mismo bosque conspirara en su contra. Kris fijó su vista al frente, concentrándose en la tarea.


Al llegar a la casa, no aparcó frente a ella; sabía que debía mantener un perfil bajo. Estacionó la Jeep a un costado, oculta entre los árboles, y salió del vehículo, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido. Se ajustó la chaqueta, sintiendo el viento helado que calaba hasta los huesos.


La casa se erguía frente a él, imponente y… normal con las ventanas como ojos oscuros que parecían vigilarlo. Kris se movió hacia el patio trasero, buscando un punto de entrada. Trepó la barda con habilidad, usando su fuerza para impulsarse, y cayó al otro lado con un leve crujido de hojas secas.


El patio trasero estaba vacío, el ligero sonido metálico de un columpio se movía y mantenía en el presente al hombre, el sonido casi fantasmal lo mantenía en alerta. Kris avanzó con sigilo hasta una ventana abierta.


La ventana estaba baja, apenas accesible, pero suficiente para que pudiera entrar. Kris se apoyó en el marco, empujándolo con cuidado para no hacer ruido. Con un movimiento ágil, se deslizó al interior de la casa, cayendo en un pequeño cuarto lleno de cajas y cosas viejas.




Se levantó con cuidado, sus botas apenas haciendo ruido en el suelo. Miró alrededor, sus sentidos en alerta máxima. Sabía que estaba entrando en territorio peligroso, pero no había otra opción. Kris se ajustó la chaqueta una vez más, tensó los puños y murmuró para sí mismo:


—Aquí vamos...


Avanzó por la casa con sigilo, su corazón latiendo con fuerza mientras buscaba cualquier rastro de la mujer que había destruido su familia.


Kris apenas podía soportar el nudo que se le formó en la garganta al entrar en la casa de Natalie. Era todo lo que una familia debería ser: fotografías enmarcadas de momentos felices, pequeños detalles decorativos que reflejaban amor y cuidado, el aroma a vainilla y flores frescas que inundaba el espacio. Era un refugio, un hogar, un contraste absoluto con la fría y opresiva casa de su madre.




Tomó una de las fotografías en la repisa, una de su hermana y Gabriel, y por un instante, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. “Esto es lo que tengo que proteger,” pensó mientras apretaba la fotografía con fuerza. Pero no tuvo mucho tiempo para sentimentalismos.


Un sonido le puso en alerta: la cerradura de la puerta principal deslizándose. Kris reaccionó de inmediato, moviéndose hacia la cocina con rapidez, usando la penumbra para cubrirse. La puerta se abrió, y una figura entró.


Era Natalie… o al menos, su cuerpo.




Kris contuvo la respiración mientras la observaba. Algo estaba profundamente mal. Su hermana, siempre recatada y serena, ahora vestía un diminuto vestido ajustado, con colores chillones y un escote que apenas dejaba algo a la imaginación. Tacones altos resonaban contra el suelo de madera mientras se movía con una gracia extraña, casi vulgar. Era una caricatura grotesca de quien su hermana había sido, un disfraz que parecía diseñado para humillarla.


Kris apretó los dientes, su mandíbula tensa mientras la furia crecía dentro de él. “¿Qué está intentando hacer esta mujer? 

La mujer tarareaba una canción con una sonrisa descarada en el rostro, completamente ajena a la presencia de Kris. Caminó con soltura hasta las escaleras y comenzó a subirlas, sus tacones marcando un ritmo en el silencio. Kris la observó hasta que los pasos se desvanecieron en el piso superior.


Sabía que no tenía mucho tiempo. Con movimientos rápidos pero silenciosos, abrió su mochila y sacó un frasco pequeño con tranquilizante, uno que solía usar en sus expediciones de cacería. Lo sostuvo un momento en sus manos, sus dedos temblando ligeramente. Este no era un ciervo ni un oso; era su hermana… o lo que quedaba de ella.


Respiró hondo para calmarse, su pecho subiendo y bajando mientras se repetía que esto era necesario, que no había otra opción.


Los pasos comenzaron a regresar, los tacones descendiendo por las escaleras con un ritmo pausado pero seguro. Kris se preparó, el frasco en una mano y una jeringa en la otra, oculto en las sombras de la cocina.


“Esto es por ti, Natalie. Esto es por Gabriel. Esto es por todos nosotros,” pensó mientras apretaba los dientes y esperó el momento exacto para actuar.


La mirada de sorpresa y miedo en los ojos de su hermana lo congeló en seco. Era ella. Esa expresión, ese rostro... era Natalie. Kris sintió que las fuerzas lo abandonaban, su determinación se desmoronó como un castillo de naipes.




La mujer permaneció inmóvil por un momento, sintiendo la tensión en el aire. Luego, una sonrisa cínica se dibujó lentamente en su rostro.


"Vaya, vaya... pero si es el hermanito que abandona familias," dijo mientras se movía con una gracia provocativa, sus caderas balanceándose de manera exagerada.


Kris palideció de impotencia. "¡No te atrevas a llamarme así, vieja bruja!"


Natalie—o, al menos, su cuerpo—rió con una risa que helaba la sangre.

"Ohhh, después de casi 20 años sin vernos, ¿así es como le hablas a mami? Dime... ¿aún recuerdas esa noche?" dijo mientras apretaba su pecho con una expresión burlona.


"Porque yo no he olvidado ni un solo detalle," agregó lamiendo sus labios con una carcajada que lo desgarró por dentro.


Fue demasiado. Kris estalló en ira y, sin pensarlo, le soltó una bofetada tan fuerte que la hizo caer al suelo.


"¡CÁLLATE! ¡MONSTRUO! ¿¡CÓMO PUDISTE!?" gritó, su voz temblando de rabia y dolor.


La mujer cayó al suelo, aturdida. La sonrisa desapareció de su rostro, reemplazada por una mueca de dolor. Una lágrima rodó por su mejilla antes de que murmurara con una voz débil y burlona



"Tsk, tsk, tsk... ten cuidado, mi niño. Es el cuerpo de tu hermanita, tu preciosa Natalie."


Kris retrocedió, horrorizado. Su mirada se posó en la mejilla enrojecida de Natalie, y la culpa lo invadió.

"Y-yo no..." murmuró, las palabras atrapadas en su garganta.


La mujer se puso de pie lentamente, su expresión transformándose en una mezcla de odio y burla.

"Oh, tranquilo," dijo con frialdad. "Todos los hombres son iguales."


Sus ojos se llenaron de desprecio mientras continuaba:

"Y ahora sé que tú y ese vago bastardo de tu sobrino no son diferentes. Después de todo lo que hice por ustedes..."


"¡Cállate!" gritó Kris, lanzándose sobre ella.


La mujer rió a carcajadas mientras él la sujetaba.

"¡JAJAJA! ¿Quieres hacerme lo que yo te hice esa vez? ¡JAJAJA! Vamos, hazlo, hazlo, ¿vas a llorar?, pobrecito niño 


Kris la miró impotente, sus manos temblaban mientras la inmovilizaba en el suelo.




"¡Solo cállate!" dijo finalmente, con la voz rota, antes de clavar la aguja con el tranquilizante en su brazo.


La mujer dejó escapar una risa burlona incluso mientras sus ojos se cerraban lentamente y su cuerpo se quedaba inmóvil.


Cuando el alboroto cesó, Kris permaneció tumbado en el suelo junto a ella. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras las lágrimas finalmente lo vencían. Lloró desconsoladamente, ahogando los sollozos que había contenido durante años. La tormenta que se avecinaba afuera era un reflejo de la tormenta que llevaba dentro.


Kris revisó rápidamente el pecho de la mujer inconsciente, sus manos temblaban mientras palpaba.


"¡Bingo!" murmuró para sí mismo al encontrar los collares. Ambos estaban allí. Un suspiro de alivio escapó de sus labios, aunque su presión arterial aún seguía por las nubes. Sujetó los collares con fuerza antes de desviar su atención nuevamente a la mujer.


Sin perder más tiempo, arrastró el cuerpo inerte hacia una esquina de la sala. Encontró cinta gris en su mochila de emergencia y comenzó a amarrarla. Aseguró sus manos y pies con firmeza, luego selló su boca con un trozo de cinta.



"No puedo fallar ahora..." se dijo mientras terminaba de asegurarse de que estuviera completamente inmovilizada.




Salió al patio trasero y movió rápidamente la Jeep hacia la entrada principal de la casa, tratando de estacionarla lo más cerca posible. Sabía que el tiempo corría y que debía evitar llamar la atención.


Después de echar un vistazo rápido a la calle para asegurarse de que no pasara nadie, respiró hondo y se lanzó a la acción.


Tomó a la mujer en brazos. Su peso no era excesivo, pero la tensión de la situación hacía que cada paso pareciera más pesado. Caminaba apresurado hacia el vehículo, luchando por mantener la calma.


Sin embargo, la escena era cualquier cosa menos normal. A ojos de cualquiera, parecía exactamente lo que era: un hombre barbudo cargando a una joven mujer amarrada e inconsciente hacia un Jeep.


Y precisamente eso fue lo que vio la vecina, la señora Nani, desde su ventana.


La anciana, de cabello blanco perfectamente arreglado y con un delantal que indicaba que acababa de preparar algo, dejó caer la taza de té que tenía en la mano al presenciar el evento. Su rostro palideció mientras se cubría la boca en señal de asombro.


"¡Dios mío!" murmuró, llevándose las manos al pecho.


Kris, ajeno a que lo estaban observando, colocó rápidamente a la mujer en el asiento trasero, asegurándose de no hacer ruido, y cerró la puerta del vehículo.


La señora Nani, con las manos temblorosas, se giró hacia el teléfono que descansaba sobre su mesa.


"Sí... ¿911?" dijo con voz temblorosa, tratando de controlar el temblor en su garganta. "Creo que acabo de presenciar un secuestro... Sí, sí, en la calle Magnolia... ¡Apresúrense!"


Mientras tanto, Kris encendió el motor, completamente ajeno a la alarma que había desatado, y condujo con rapidez hacia su destino. La tormenta que se aproximaba no solo estaba en el cielo; ahora también lo seguía una sombra de peligro.


Kris conducía con las manos apretadas al volante, la mandíbula tensa y el corazón martillando en su pecho. 


"Mierda, mierda, ¡no!" murmuró entre dientes al notar las luces azul y roja de una patrulla acercándose en la distancia.




"¡No puedo detenerme ahora!" gritó, acelerando el motor mientras intentaba evadir la persecución.


La carretera desapareció bajo las ruedas del Jeep cuando giró bruscamente hacia un sendero improvisado entre los árboles. El vehículo derrapó, sacudiéndose con violencia, mientras la patrulla, incapaz de seguirle el paso, se detenía abruptamente. La adrenalina lo cegaba mientras el Jeep saltaba entre baches y raíces en el denso bosque.


"¡Tengo que llegar antes de que sea demasiado tarde!"


En el asiento trasero, el cuerpo de Natalie, que albergaba a la anciana, comenzó a moverse. La fuerte sacudida del desvío hizo que despertara lentamente. Sus ojos parpadearon confusos mientras intentaba orientarse.


Al principio, no entendía dónde estaba, pero cuando su mirada bajó a las ataduras que envolvían su cuerpo, la realidad la golpeó como un ladrillazo. Los recuerdos regresaron con furia: la confrontación con Kris, el pinchazo del tranquilizante y la traición que sentía ardiendo como fuego.


La anciana comenzó a retorcerse, moviendo sus extremidades como una serpiente intentando liberarse. Emitía sonidos guturales tras la cinta que cubría su boca, pero Kris, absorto en mantener el control del Jeep sobre el terreno irregular, no se percató de sus movimientos.


De pronto, sus ojos se posaron en algo: un cuchillo de caza que reposaba descuidadamente en la parte trasera. La anciana dejó de forcejear y respiró hondo, controlando sus impulsos. Calculó cada movimiento con precisión, girándose lentamente, estirando sus brazos atados hasta que sus dedos finalmente rozaron el mango del cuchillo.




Con un esfuerzo contorsionado, logró sujetarlo, y con movimientos torpes, lo escondió bajo su cuerpo para que Kris no lo viera.


Mientras tanto, Kris retomaba el control del volante tras los sacudones iniciales. Había salido del bosque y ahora avanzaba por un sendero que lo llevaba hacia el pequeño pueblo.


El motor del Jeep rugía mientras Kris respiraba con dificultad, tratando de calmar sus nervios. Su mente, sin embargo, seguía fija en una sola cosa: llegar al destino y acabar con todo esto.



Desde atrás, los ojos del cuerpo de Natalie brillaron con odio y como los de una víbora venenosa. La anciana en su interior no se detendría tan fácilmente. Esta batalla no había terminado.


Kris respiró hondo antes de abrir la puerta de la vieja casa de su madre. La noche había caído completamente, y destellos lejanos de una tormenta iluminaban el cielo. El olor a tierra húmeda llenaba el aire, preludio de la lluvia que pronto caería. Mientras abría la puerta, lanzó una mirada al cuerpo de Natalie, ahora habitado por la anciana. Los ojos de esta lo fulminaban con una furia asesina. Sin decir una palabra, Kris usó un costal viejo y raído para cubrirle el rostro antes de entrar.


Narra la abuela

La oscuridad me envolvía como un sudario. Apenas distinguía las sombras moviéndose alrededor mío, hasta que la bolsa fue retirada bruscamente de mi rostro. La luz me cegó por un momento, pero pronto mis ojos se acostumbraron. El hedor a humedad y madera podrida llenó mis fosas nasales, recordándome exactamente dónde estaba: en ese maldito lugar otra vez.




—Jmm… cuántas caras felices —dije con una sonrisa cargada de sarcasmo.


Mis ojos recorrieron el cuarto, encontrándome con las miradas serias y tensas de Kris y Gabriel. Sus expresiones me causaron una risa amarga, pero mi atención pronto se desvió a otra figura frente a mí: mi viejo cuerpo. Ahí estaba Natalie, atrapada en esa débil carcasa de anciana.


—Veo que mis dos amores están aquí —agregué con un tono venenoso, mirando primero a Kris y luego a Gabriel, disfrutando de su incomodidad. Finalmente, centré mi mirada en mi hija.


—Hola, hijita. —Mi voz goteaba desdén y burla—. Jajajajaja.


Observé cómo mi antigua cara se torcía, intentando contener lágrimas. Sus movimientos torpes y temblorosos mostraban la impotencia que sentía. La pobre pendeja. Siempre llorando.



La anciana en el cuerpo de Natalie soltó una carcajada estridente, llena de burla y odio.


—¿De verdad creen que pueden arreglar esto? ¿Volver a la normalidad? —pregunté, desafiándolos mientras mantenía esa sonrisa siniestra en mi rostro.


Kris y Gabriel intercambiaron miradas tensas, pero no respondieron de inmediato. Solo Kris, con los dientes apretados y el puño cerrado, dio un paso al frente.


—Te vamos a sacar de aquí. Por las buenas o por las malas. —Su voz era firme, pero había un matiz de rabia contenida que no pasó desapercibido para mí.


Natalie, en su anciano y frágil cuerpo, intentó decir algo, pero sus palabras eran apenas un murmullo entrecortado por el dolor y el cansancio.




—Awww, pobrecita. ¿Qué vas a hacer, hijita? ¿Llorar un poco más? —dije con una sonrisa amplia y venenosa.


Sabía que los estaba enloqueciendo, y eso me daba más fuerza. En esta guerra, aún tenía mi última carta bajo la manga.


Kris mantenía el arma firme, aunque sus manos temblaban ligeramente. Su mirada estaba cargada de rabia, pero también de una profunda tristeza.


—Antes de regresarle el cuerpo a mi hermana… 


—Más te vale que contestes —dijo, con la voz tensa y contenida.


La mujer en el cuerpo de Natalie soltó una risa baja, que se transformó en carcajadas ásperas y burlonas.


—¿Que te conteste Que? —Dijo entre risas—. Hazlo... ¡dispara! Y mira cómo todo se desmorona aún más. Vamos, hazlo. Sería un placer verte arruinarlo todo, como siempre, deja atrapada a tu hermanita en mi inservible cuerpo.


Kris apretó los dientes, sintiendo la impotencia crecer dentro de él. La ira hervía, pero no podía permitirse actuar sin pensar.


La anciana suspiró profundamente, desviando la mirada hacia la vela en la esquina de la habitación, junto a la fotografía de Natalie. Era su último recurso, su esperanza silenciosa. Sabía que, si esa vela se consumía por completo, el cambio sería permanente. Solo necesitaba ganar tiempo, unos minutos más.


—Todo comenzó cuando quedé embarazada de ustedes... —comenzó a decir, con un tono entre amargo y resignado—. Yo no quería tenerlos. Estaba en mi juventud, disfrutando de mi vida... pero una dia… cual volvia del trabajo, tu abuelo… ese… HOMBRE… me tomo a la fuerza, me SECUESTRO, ME VIOLO Y SE ROBO MI VIRGINIDAD MI PUREZA…



Hizo una pausa, su mirada oscurecida por el odio y los recuerdos que la consumían.


—Cuando le conté a papá… me dijo que todo lo había provocado yo… que era un puta por haber seducido a ese hombre… ¡¡SOLO ERA UNA NIÑA!!


—Me obligaron a casarme, yo solo tenía 14 años, y no suficiente con eso a tenerte…Por más que intente matarte, por más veces que intente hacer que no nacieras… 

—¡¡¡ME OBLIGARON A TENERTE…!!!— Su maquillaje escurría por las lágrimas, su cara enrojecida del odio y la tristeza por un secreto que había estado oculto por años.



—Entonces naciste tú... —continuó, dirigiendo una mirada gélida a Kris—. Un varón. Y desde ese momento supe que serías igual que tu PADRE —escupió la palabra con un veneno palpable—. Egoísta, violento, y un maldito inútil.


Las palabras pesaban en el aire como una sentencia. Kris respiraba agitado, pero no dijo nada.



—Fue entonces cuando mi abuela me habló de los collares... —prosiguió, con un destello de nostalgia maligna en su voz—. Me dijo que podía usarlos para escapar. Pero había una condición... Solo funcionaban si la otra persona deseaba un cambio en su vida, no importaba cómo o por qué. Esa persona tenía que querer el cambio... y sentir amor por quien usara el medallón.


Natalie, atrapada en el cuerpo anciano, observaba horrorizada mientras escuchaba la confesión.




—Pero en ese momento... —la voz de la anciana tembló por un instante, y una lágrima rodó por la mejilla de Natalie— yo ya había perdido el amor por todo. No me importaba nada ni nadie.


Hizo una pausa, bajando la mirada por un instante.


—Entonces naciste tú... mi pequeña hija —continuó, con un tono que por un momento pareció casi humano—. Dos años después, supe que contigo podría volver a vivir. Solo tenía que esperar el momento en que dejaras de ser una chiquilla...


Su voz cambió de repente, cargada de furia y desprecio.


—¡PERO TENÍAS QUE ARRUINARLO TODO! —Gritó, su rostro deformado por el odio—. ¡TENÍAS QUE ANDAR DE PUTA Y SALIR EMBARAZADA DE ESE BASTARDO TUYO! ¡ARRUINASTE MIS PLANES! ¡TODOS MIS SUEÑOS!


Kris y Natalie se quedaron paralizados ante la explosión de emociones. La mujer continuó, con los ojos encendidos por una rabia visceral.



—¡Toda mi vida! —Escupió, mirando a ambos con desprecio—. ¡Toda mi vida se fue a la basura, para OBLIGARME a cuidar a un par de mocosos malagradecidos!


El silencio que siguió fue ensordecedor. La tormenta rugía afuera, pero dentro de la habitación, solo se sentía el peso de años de odio acumulado.


La tensión en la habitación era sofocante. La tormenta rugía afuera, y cada palabra de la anciana resonaba como una sentencia. Mientras tanto, las manos de la abuela, ágiles y temblorosas en el cuerpo de Natalie, trabajaban con el cuchillo oculto, cortando meticulosamente las ataduras.


—¡Y UNA JODIDA VEZ MÁS ME QUIEREN ARRUINAR TODO! —gritó con furia desmedida—. ¡VÁYANSE AL DEMONIO!



Su rostro estaba rojo de ira, sus ojos encendidos con un brillo casi demencial. Mientras tanto, Kris sujetaba el segundo medallón con fuerza, su mirada firme. Al otro lado de la habitación, Natalie, atrapada en el cuerpo anciano, sostenía el otro medallón con manos temblorosas, las lágrimas corriendo libremente por sus mejillas arrugadas.


—Yo... jamás te pedí nacer... —dijo con su voz debilitada y anciana.



Las palabras golpearon a todos en la habitación, pero la abuela apenas pestañeó. Su rostro se torció en una sonrisa cruel mientras respondía con una voz cargada de desprecio




—¡Y SI HUBIERA SIDO POR MÍ, JAMÁS LO HUBIERAS HECHO!


—¡SUFICIENTE! —gritó Kris, incapaz de contener más su frustración. Levantó el medallón y se acercó decidido hacia el cuerpo de Natalie—. ¡Esto se acaba ahora!


Sin embargo, cuando estaba a solo unos centímetros de ella, la anciana, con una astucia frenética, levantó la cabeza y susurró con voz baja y maliciosa


—No... Esto no se ha terminado.



Fue entonces cuando el estruendo de un trueno sacudió la casa, y la electricidad se cortó. La habitación quedó sumida en la oscuridad, iluminada solo por los destellos de los relámpagos. Aprovechando el caos, la anciana en el cuerpo de Natalie se lanzó hacia Kris, el cuchillo en mano.


El choque fue instantáneo. En la penumbra, Gabriel apenas pudo distinguir las figuras forcejeando. Los gritos y el sonido de una lucha desesperada se mezclaban con los rugidos de la tormenta. De repente, un relámpago iluminó brevemente la escena, y Gabriel vio cómo Kris retrocedía, tambaleándose.


Un instante después, un fuerte olor a óxido llenó el aire, y el joven vio cómo el cuerpo de Kris caía al suelo, con un charco de sangre expandiéndose bajo él.


—¡No! —gritó Gabriel, su voz quebrándose.


Mientras la abuela en el cuerpo de Natalie respiraba agitadamente, con una mezcla de victoria y desesperación en el rostro, luchaba frenéticamente por cortar las ataduras de sus pies. 


La luz seguía parpadeando, dificultando la orientación, mientras el caos reinaba en la habitación.


La luz regresó por un breve instante, bañando la habitación en un tenue resplandor que resaltaba el caos del momento. La lluvia golpeaba las ventanas con furia, y al fondo de la calle las luces azules y rojas de una patrulla parpadeaban, acompañadas por el eco lejano de sirenas.


—Oh... parece que vienen a salvarme —dijo la falsa Natalie con una voz melosa y una mirada fingida de damisela en apuros. Su sonrisa era tan venenosa como triunfante.




—con este cuerpo será tan fácil… hacer que los encarcelen a todos…


Sin perder tiempo, la mujer se dispuso a salir, tambaleándose un poco debido al reciente forcejeo. Pero antes de que pudiera cruzar la puerta, Gabriel, movido por la desesperación y el instinto, corrió hacia ella y la embistió con todas sus fuerzas.


El impacto la hizo tambalearse y casi caer. Aprovechando ese momento de desequilibrio, el chico sacó el táser que había recibido de Kris y lo activó sin pensarlo dos veces. Una descarga eléctrica atravesó el cuerpo de la mujer, arrancándole un grito de agonía que resonó en todo el salón, solo interrumpido por el rugido de un trueno.


Gabriel retrocedió instintivamente, horrorizado al ver el cuerpo de su madre desplomarse y retorcerse debido a la electricidad. Su respiración era agitada, su mente nublada por la culpa y el miedo.


—Mamá... —murmuró, pero no podía hacer nada más.


Desde el suelo, Kris levantó débilmente la cabeza, sus ojos apenas abiertos, luchando contra el dolor y la pérdida de sangre.


—Ga...briel... toma... —logró decir, y con un esfuerzo titánico lanzó el medallón hacia su sobrino.


El objeto voló por el aire, girando lentamente bajo el parpadeo de la luz, antes de caer en las manos temblorosas de Gabriel. El joven lo miró, sintiendo el peso no solo del medallón, sino de toda la responsabilidad que ahora recaía sobre sus hombros.


Gabriel se acercó tembloroso al cuerpo de su madre, dispuesto a usar el medallón, pero antes de que pudiera reaccionar, la mujer se movió con una velocidad aterradora. Sus ojos brillaban con pura rabia y su fuerza, impulsada por la desesperación, era monstruosa.


Las luces parpadeaban frenéticamente, sumiendo la habitación en un ciclo constante de luz y sombras. Antes de que Gabriel pudiera reaccionar, sintió las manos de la mujer rodeando su cuello con una fuerza que parecía imposible para su madre.


Lo levantó del suelo, apretando con una intensidad brutal mientras sus labios se curvaban en una sonrisa macabra.


—Eres tan débil como tu madre y tu maldito tío... —gruñó entre dientes, su voz cargada de desprecio.



Gabriel se retorció, sus manos intentando inútilmente aflojar el agarre mientras el aire abandonaba sus pulmones. Su visión comenzaba a nublarse, el sonido de su propia respiración sofocada llenando sus oídos.


De repente, una voz resonó con desesperación y amor puro


—¡DEJA A MI BEBÉ!


Natalie se lanzó con toda la fuerza que su envejecido cuerpo podía reunir. Sus manos temblorosas se aferraron a la espalda de la mujer, jalándola con toda su voluntad. Aunque débil, su ataque fue suficiente para que la falsa Natalie soltara a Gabriel, quien cayó al suelo, jadeando y tosiendo.


La mujer, furiosa, se giró hacia su anciano cuerpo, su rostro distorsionado por la ira.


—¡TODOS USTEDES YA ME TIENEN HARTA!




Con un grito salvaje, la abuela tomó al cuerpo de Natalie, que apenas podía mantenerse en pie, y lo levantó como si no pesara nada. Con un movimiento brutal, lo lanzó hacia las escaleras como si fuera un saco vacío.


El cuerpo anciano golpeó el filo de los escalones con un crujido desgarrador. Natalie quedó inmóvil en el suelo, su cabeza sangrando lentamente mientras la vida parecía escaparse de ella.


En el aire pesado y opresivo del salón, el tiempo pareció detenerse. Solo los destellos de los relámpagos iluminaban la escena, mientras Gabriel observaba con horror la sangre que comenzaba a formar un charco bajo el cuerpo de su madre en su forma anciana.


La abuela, en el cuerpo de Natalie, se detuvo un momento, respirando profundamente, mirando su obra con una mezcla de satisfacción y desdén.




—Esto... es lo que merecen... todos ustedes... —murmuró con frialdad.


Cualquier intento de revertir el cambio estaba a punto de ser imposible la vela casi se consumía, y Gabriel sabía que tenía que hacer algo ya. En sus manos, el medallón brillaba tenuemente, como un recordatorio de que aún tenía una oportunidad, aunque el tiempo se agotaba rápidamente.


La tensión en la habitación alcanzó su punto máximo. El cuerpo de Natalie, usurpado por la anciana, ya no podía sostenerse. La fuerza descomunal que había utilizado para sus últimas acciones estaba pasando factura. Jadeando, tambaleándose, se giró para enfrentar a Gabriel, pero este no esperó ni un segundo más.


Con todo el coraje que pudo reunir, el chico se lanzó hacia ella. Ambos cuerpos chocaron con fuerza, cayendo al suelo enredados como dos bestias salvajes. Forcejeaban, arañándose y golpeándose mientras Gabriel intentaba desesperadamente acercar el medallón a su madre.


El contacto sucedió en un instante, pero lo cambió todo. Un destello brillante surgió entre ellos, cegador y potente, confundido fácilmente con el resplandor de un relámpago en la tormenta. En ese mismo instante, las últimas partículas de cera de la vela se consumieron, dejando una columna de humo que se alzó hacia el techo como un espíritu liberado.


El aire pareció detenerse. La habitación se llenó de un silencio pesado, roto solo por el sonido de la lluvia y los pasos apurados que venían del exterior. Fue entonces cuando, con un estruendo ensordecedor, la puerta principal fue derribada.


—¡POLICÍA! ¡MANOS ARRIBA!


Las luces de las linternas iluminaron la escena surrealista. Gabriel, jadeando  sobre el cuerpo de su madre que yacía inmóvil, mientras el anciano cuerpo de Natalie permanecía desparramado cerca de las escaleras con un charco de sangre bajo su cabeza.




Los agentes se quedaron petrificados por un momento, intentando procesar el caos frente a ellos, una mujer joven, aparentemente inconsciente; una  anciana ensangrentada; y un joven con una expresión de desesperación absoluta, sosteniendo un medallón que brillaba tenuemente.


Como si la maldad hubiera sido arrancada del lugar, las luces de la casa parpadearon una última vez antes de volver a la normalidad. La tormenta afuera comenzó a menguar lentamente, dejando que la lluvia acompañara la calma tensa que había quedado.


Gabriel, aún sobre el cuerpo de su madre, cerró los ojos, incapaz de saber si habían llegado a tiempo. El destino de su familia, de sus cuerpos y almas, dependía ahora de un pequeño instante que nadie más podría entender.


El cuerpo de Natalie tosió ligeramente, un sonido débil pero suficiente para que Gabriel se congelara. Sus ojos se abrieron lentamente, enfocándose en el rostro de su hijo.


—Mi niño... —susurró con una voz quebrada, pero inconfundiblemente cálida—. Me salvaste.




Sin esperar más, rodeó a Gabriel con sus brazos temblorosos. El chico no dijo nada, simplemente cerró los ojos y correspondió al abrazo. 

En ese momento, los policías avanzaron con cautela hacia ellos. Uno de los agentes señaló al cuerpo de Natalie con determinación.


—¡Esa es la mujer! —gritó, atrayendo la atención de su compañero.


Otro oficial, más corpulento y con aire de autoridad, dio un paso adelante.


—Soy el sargento Martínez. —Su voz era firme, pero no carente de humanidad—. ¿Es usted Natalie?


—Sí... —respondió débilmente la mujer, apenas pudiendo mantenerse sentada mientras sostenía a Gabriel.


El sargento asintió, inclinándose hacia ella.


—Tenemos algunas preguntas para usted, señora. Es importante que nos explique...


El sargento lo miró detenidamente, evaluando la situación. Notó las marcas en el cuello del chico, las manchas de sangre en ambos, y el cuerpo anciano inerte cerca de las escaleras. 


El sonido de las sirenas y el murmullo de los agentes llenaron el aire, pero en ese momento, lo único que importaba para ambos era que, al menos por ahora, estaban juntos y a salvo.


Los policías comenzaron a revisar la escena con más detalle, mientras el compañero del sargento Martínez señalaba al cuerpo del hombre tendido en el suelo, todavía respirando débilmente.


—Este hombre aún está respirando. Tiene varias heridas de apuñalamiento, —dijo el oficial, agachándose para inspeccionar el estado del individuo.


El sargento frunció el ceño al examinar al hombre.


—Espera, —dijo el compañero, levantando la vista,— ¡es el tipo de la denuncia!


Gabriel se tensó al escuchar esas palabras, dando un paso adelante, se interpuso rápidamente, levantándose y colocándose entre su madre y el oficial.


— ¡Es mi tío!


Natalie miró a su hijo, sorprendida por su declaración. El chico continuó rápidamente:


—La abuela... tiene problemas. Mamá decía que ella necesitaba ayuda médica. Me quedé en su casa porque quería visitarla... pero de repente tuvo un ataque. Entonces llamé a mi tío para que fuera por mi madre y vinieran por mi, pero creo que fue demasiado para mi madre, y... tuvo que sacarla desmayada de la casa.


Los policías intercambiaron miradas, procesando la historia que Gabriel había contado. El sargento frunció el ceño, pero finalmente asintió.


—¿Así que su madre estaba tratando de ayudarla? —preguntó el oficial, claramente dispuesto a seguir la línea de la narrativa de Gabriel.


—Sí... —respondió Gabriel, con los ojos brillando de angustia, pero siguiendo el guion que rápidamente se le ocurrió—. No pude hacer nada. Fue cuando llegó mi tío que todo se descontroló. La abuela... la atacó. Es como si no la reconociera.


Natalie observó a su hijo, sorprendida por la rápida invención de una excusa que parecía encajar con todo lo que los oficiales querían escuchar.



Tras unas horas, con las ambulancias ya en el lugar y la policía tomando notas, todo parecía concordar con la historia que Gabriel había planteado. El informe final reflejaba una versión plausible de los eventos:


"Una anciana con demencia y paranoia atacó a su nieto. Este, asustado, llamó a su madre y a su tío para que lo rescataran. Cuando ambos llegaron, la anciana, al no reconocerlos, atacó tanto a su hijo como a su hija. Después de un forcejeo, la anciana sufrió un colapso y cayó en coma. El caso está siendo tratado como un incidente familiar, con implicaciones de salud mental."



La escena fue finalmente cerrada con ese informe, dejando a todos con la sensación de que algo oscuro aún se escondía bajo la superficie. Sin embargo, por el momento, la historia contada por Gabriel y Natalie era suficiente para mantener la situación bajo control.


Los días pasaron. Gabriel no fue el mismo desde aquella noche, apenas comía y no se comportaba como el chico alegre y travieso que una vez fue, pero Natalie se esforzaba todos los días por ser la madre que nunca tuvo, la madre que su hijo necesitaba y merecía. Gabriel, aunque todavía llevaba consigo las cicatrices del pasado, parecía poco a poco recuperar algo del brillo en su mirada, aunque Natalie sabía que llevaría tiempo. Era paciente, porque, para ella, no había misión más importante.


Kris, por su parte, se recuperaba lentamente. Había sufrido una pérdida significativa de sangre, pero, como el mismo solía bromear, había sido apuñalado en los lugares "correctos" para sobrevivir. Sin embargo, las cicatrices en su cuerpo eran un recordatorio de lo cerca que estuvo del final.


En cuanto a la abuela, su destino fue más oscuro. Los médicos concluyeron que lo mejor sería ingresarla en una clínica psiquiátrica de máxima seguridad. Aunque permanecía en un profundo coma, los testimonios de lo ocurrido aquella noche dejaron claro que era demasiado peligrosa para estar en un hospital común o un asilo. Su existencia quedó atrapada en una encrucijada entre la vida y la muerte, un reflejo del odio y la oscuridad que la habían consumido.


La vida en la familia de Natalie había pasado por uno de sus momentos más oscuros. Sin embargo, ella sabía que, aunque no podía borrar lo que su madre había intentado hacer, sí podía construir algo nuevo. Por Gabriel, por su futuro, y por ella misma, estaba decidida a empezar de nuevo, día a día, paso a paso.


Porque, al final, eso es lo que hace una madre: convertir el dolor en fuerza y el miedo en esperanza, sin importar cuánto tiempo tome.

...












































































Todo pasó tan rápido. Recuerdo la noche en que todo cambió. El tío Kris muriendo, la abuela en el cuerpo de mamá lanzando su viejo cuerpo como si no valiera nada, golpeándose la cabeza contra el filo de las escaleras. Fue como ver a una marioneta rota, cayendo en cámara lenta. Luego, yo... simplemente me lancé. No recuerdo más. Solo oscuridad.


Hasta que desperté.



Una luz blanca me cegó. La claridad de un cuarto estéril, las paredes blancas y el penetrante olor a cloro invadieron mis sentidos. Todo parecía irreal. Traté de entender dónde estaba, pero mi cuerpo entero dolía como si hubiera pasado por una trituradora.


"Mamá... mamá," murmuré, confundido, mientras intentaba levantarme.



Un médico apareció de inmediato.

"Shh, tranquila. Vamos despacio. No entre en pánico. Ya vuelvo," dijo con voz calmada.


¿Pánico? ¿Por qué iba a entrar en pánico? Quise preguntarle, pero mi garganta estaba seca, y mi mente no podía hilar ideas claras.


Intenté moverme, pero algo estaba mal. Me sentía pesado, extraño, como si mi cuerpo no respondiera como debía. Traté de ponerme de pie, pero mis piernas... no respondían.


Me tambaleé, y el suelo me recibió de golpe. Un dolor agudo recorrió mi costado, pero eso no importaba. Miré hacia donde debía estar mi pierna, y entonces lo entendí


Me faltaba una pierna.




El impacto de la realidad me golpeó como una avalancha. No tenía nada más allá de mi rodilla. No podía respirar, las lágrimas caían solas mientras un grito desgarrador brotaba de mi pecho.

"¡AHHH! ¡NO! ¡NO, NO, NO! ¡AYUDA! ¡MAMÁ! ¡AYÚDAME!"


El personal médico llegó corriendo. Me levantaron con cuidado, intentando calmarme, pero sus voces eran un eco distante.

"Tranquila. Todo estará bien. Respire."


Pero no. Nada estaba bien. Podían intentar consolarme, podían decirme que era el shock de haber perdido mi pierna. Pero eso no era lo que realmente me aterraba.


Lo supe en ese momento.


Mi peor miedo no era la pierna perdida. Era la verdad que se alzaba como un muro inquebrantable ante mí, cuando mire en el espejo a la débil y pequeña anciana que gritaba frenéticamente, lo entendí todo.


Había terminado en el cuerpo de mi abuela.

Los primeros días fueron los más difíciles, no quería comer, el simple hecho de ir al baño me había traumatizado, evitaba en lo mayor posible ver este... Horrible cuerpo que ahora era mi prisión, ni siquiera podía ir a ningún lugar por mi mismo, estaba todo el tiempo dependiendo de una silla de Ruedas o del personal médico para moverme, el cuerpo... De la abuela era muy débil para hacer cualquier cosa, y luego estaba esa sensación fantasma.. y el traumatizante hecho de no tener una pierna... Mi vida había acabado a mi corta edad...

¡NO SOY YO! ¡TIENEN QUE CREERME! ¡ESTE NO ES MI CUERPO!




Un Doctor calmado, anotando en su libreta

—Tranquilícese, señora. Está confundida.


—¡NO ME DIGAN SEÑORA! Soy Gabriel... Gabriel Flores. Nací el 14 de abril, tengo 13 años, ¡este no es mi cuerpo!


Se lanza fuera de la cama, tambaleándose, y trata de aferrarse al brazo de un médico, pero las enfermeras lo sostienen con firmeza.




—¡Por favor, escúchenme! ¡No estoy loco, por favor! — Dijo el pobre niño con su vieja voz sin dejar de llorar y forcejear


La Enfermera con una voz fría y una actitud deshumanizada

— Doctor, se está poniendo agresiva.



El médico asiente y da la orden de sedarlo. Gabriel forcejea, pero siente la aguja en su brazo. Sus gritos se apagan mientras el sedante hace efecto, sus ojos se cierran lentamente, y su mente comienza a apagarse.


—Por favor... ayúdenme...susurrando —antes de perder la conciencia


Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Gabriel, el niño valiente que una vez enfrentó lo impensable para salvar a su madre, se desvanecía poco a poco, sofocado por un torrente de terapias y medicamentos destinados a domesticar a una anciana peligrosa. Para el mundo exterior, no era más que una mujer mayor con esquizofrenia severa, alguien incapaz de discernir entre la realidad y las sombras en su mente.


Gabriel, visiblemente demacrado y más débil, está sentado frente a una psicóloga. Sus ojos están hinchados de tanto llorar.


Gabriel intentando mantener la calma, contestaba las preguntas entre sollozos y lamentos




—Me llamo Gabriel Flores. Nací el 14 de abril de 2010. Mi color favorito es el azul. Me encanta correr y jugar fútbol con mis amigos. Mi mamá me hace pastel de chocolate en mi cumpleaños…


La psicóloga asiente con paciencia, tomando notas.


—Es comprensible, señora. Muchas veces, los traumas infantiles severos pueden crear este tipo de fantasías elaboradas. Es un mecanismo de defensa.


—NO SON FANTASÍAS! Soy yo, soy Gabriel, no soy la abuela... ¡no soy la abuela!



La psicóloga levanta la mano para calmarlo.


—Señora, vamos a aumentar su medicación. Esto ayudará a calmar estos episodios. Se le recetarán 500 unidades de Haloperidol.


Gabriel se quedó helado mirando a la enfermera, como un balde de agua helada por la noticia le suplico, le rogo desesperadamente

—No... por favor, ¡no! Tiene que creerme.




La enfermera lo toma del brazo y lo guía hacia una silla de ruedas.


—Vamos, tranquila. Todo estará bien.


Gabriel intenta resistirse, pero está demasiado débil para luchar.


—No… no soy yo…— en un débil murmullo


La psicóloga observa cómo se lo llevan mientras escribe en su libreta: "Paciente sigue mostrando delirios severos".


Pero Gabriel lo sabía. Sabía quién era, o al menos lo había sabido. Con cada dosis, con cada sesión, sentía cómo su propio ser se hundía en un océano de confusión y letargo. Su mente, joven y fuerte, luchaba desesperadamente contra los químicos que la suministraban, pero la batalla era desigual. No sabía si era Gabriel, atrapado en una pesadilla interminable, o si en verdad se estaba convirtiendo en lo que todos decían que era: la anciana que lo había condenado.


En sus momentos de lucidez, que eran tan fugaces como un parpadeo, Gabriel recordaba. Recordaba su risa, sus juegos, la calidez del sol en su rostro y la voz de su madre cuando lo llamaba a cenar. Ahora, esos recuerdos eran un lastre que lo hundía aún más, porque sabía que nunca volvería a ser ese niño.

Gabriel, sentado en una silla de ruedas, ha perdido todo rastro de energía. Su rostro es inexpresivo, sus ojos vacíos. Está en otra sesión con un médico.


—¿Cómo se siente hoy, señora?




—Bien, doctor. No hay voces. Me siento tranquila. — aunque por fuera su mirada era triste y apagada.


—Eso es excelente. Veo un gran avance en usted. Este es el camino a la recuperación. — dijo efusivamente con una alegre sonrisa.


Gabriel asiente lentamente. Ya no intenta explicar quién es. Ha aprendido a decir lo que quieren escuchar.


Al salir de la consulta, mira por la ventana del hospital, hacia el cielo gris. Una lágrima solitaria recorre su mejilla.


—Por favor... déjenme ir.

Cuando su madre lo visitaba, esas visitas eran breves y dolorosas. Natalie miraba al cuerpo frágil y ajado frente a ella y veía a su madre, no a su hijo. Gabriel quería gritarle, llamarla, suplicarle que lo mirara bien, que lo reconociera, que lo rescatara de aquella prisión viviente. Pero no podía. Su lengua, pesada y torpe por los sedantes, solo lograba emitir sonidos inconexos y balbuceos que ella interpretaba como delirios de una mente quebrada.


Natalie, con una sonrisa forzada y ojos cansados, le tomaba la mano de vez en cuando.

“Todo estará bien, mamá. Descansa” 




—Mamá… hoy me tengo que ir temprano, vendré a visitarte pronto lo prometo.

Decía antes de marcharse, dejando tras de sí el eco de sus pasos y un silencio que lo consumía. 

Gabriel la veía alejarse, con lágrimas que apenas lograban brotar en sus ojos cansados. Quería correr tras ella, pero su cuerpo roto y ajeno era una jaula que lo mantenía inmóvil. En esos momentos, su desesperación se convertía en una marea que amenazaba con ahogarlo por completo. Sabía que ella estaba bien, que su sacrificio no había sido en vano, pero eso no era consuelo. No cuando su mundo era una sombra de lo que alguna vez fue.


Mientras tanto en casa, Natalie está  decorando con globos y colocando un pastel sobre la mesa. Hay una sonrisa tenue en su rostro mientras prepara el cumpleaños de su “hijo”.



—Este año será especial. Voy a hacer que Gabriel sea feliz, como siempre debí hacerlo.


En el hospital, Gabriel está sentado en una silla de ruedas, mirando por la ventana hacia el cielo azul. A pesar de la medicación, en algún rincón profundo de su ser, sabe qué día es.



—Hoy es mi cumpleaños.


Pero nadie lo celebra. Nadie lo recuerda. Su madre, la única que alguna vez lo sostuvo entre sus brazos, cree que la anciana que ahora es, estaba loca, esquizofrénica y dañada. 


Gabriel, atrapado en el cuerpo de su abuela, cierra los ojos.


Por favor... que alguien termine con esto.


Las luces del hospital parpadean por un instante. Gabriel sigue mirando al cielo, esperando que llegue el final que lo libere 



Cada noche, solo en su cama fría y con la luz mortecina del pasillo filtrándose por debajo de la puerta, Gabriel lloraba en silencio. Lloraba por su vida perdida, por su infancia arrancada, por los sueños que nunca cumpliría. Lloraba porque sabía que no habría escapatoria, que no habría redención. Estaba condenado a vivir el resto de sus días en ese cuerpo marchito y odiado, hasta que el tiempo, o tal vez la misericordia de la muerte, finalmente lo alcanzaran.


Había perdido todo por salvar a su madre: su vida, su inocencia, su futuro. Y así pasaría los días que le quedaban, añorando el final que, por fin, lo liberara de la herencia de su abuela.


22 comentarios:

  1. Cielos...estaba convencido en que la madre moriria en el cuerpo de la abuela y la aburla iria presa en el del tio dejandolo a el en el de la madre pero igual terminando siendo felices como madre e hijo, es una opciom para un minifinal alterno pero quedo brutal eh. De calidad tu contenido.

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    1. Yo opino lo mismo podría haber un breve final alterno, por lo menos uno donde el pobre de Gabriel no sea el que se lleve la pero parte

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  2. Pd: crees llegar a hacer una continuacion o historia similar a "la nueva reina del colegio"? Es la que mas me ha gustado hasta ahora.

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  3. Nooooo!!! Gabriel el no merecía ese final pobre chico fue mi personaje favorito tan inocente, bueno y valiente, lo dio todo para salvar a su madre, por un momento pensé que seria un final feliz pero de golpe sentí la puñalada cuando continué leyendo hasta el final, me sorprende como Natalie después de todo lo que paso aun visita a su madre en el hospital sin saber que en realidad es su hijo eso me rompe el corazón, que bueno que el tío kris se salvo no solo de sus heridas sino e ir a la cárcel por un momento pense que su final seria o muerto o ir preso, lo unico que suponemos de la abuela es que esta en el cuerpo de Gabriel le diste el final mas tragico a quien no lo merecia quien sabe que planes malvados tenga ahora la abuela sieno ahora Gabriel, esta fue una de las mejores historias que e leido aunque el final fue muy doloroso, eres una gran escritira Jessica gracias por tus historias

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  4. Me a encantado de principio a fin esta gran historia, fue mus oscura y terrorífica todo estuvo increíble los personajes, las situaciones que pasaron, la ambientación, todo, eres increíble haciendo historias felicidades Jessica erres una lindura corazón

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  5. Increíble capitulo final para terminar esta gran historia, que final mas trágico para el pobre niño no me lo esperaba pensé que por lo menos después de todo lo que paso el tendría un buen desenlace el no merecía ese final tan horrible, pensé que el tío o la madre se llevarían la pero parte, primero pensé que el tío moriría o iría a prisión y que la abuela en realidad nunca abandono el cuerpo de la hija y solo estaba fingiendo que en reilada era la hija frente al hijo y los policías y la verdadera madre moriría en el cuerpo de la abuela y por ultimo pensé que la abuela en el cuerpo del tio muerto la madre en el cuerpo de la abuela muerta y el tío en el cuerpo de la madre junto con el sobrino ahora hijo, fueron muchas posibilidades de finales pero nos diste uno que nunca espere ni pensé, esa no me la esperaba un gran plot twist fue genial

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  6. entonces la abuela termino en el cuerpo de nieto? pobre Gabriel, nunca pensé que así terminaría esta historia me sorprendiste con ese final muy buena historia

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  7. Jesica de verdad que te la rifaste con esta historia me cautivo por su narrativa y la forma en que escribiente a los personajes fue genial me hizo sentir empatía por la madre y el hijo y odio por la malvada abuela, muchas gracias por compartir tu talento con tus fascinantes historias

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  8. Estuvo increíble esta historia me encanto con un final tan impredecible muy bueno

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  9. Te animarías a hacer una historia basada en Naruto?

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  10. Wow amiga Increíble final. Una historia digna de transformarse en una gran película. De verdad gracias por compartir con nosotros. Estoy seguro de que le daras un rumbo totalmente espectacular a la petición que te hice. Y por supuesto que esperare todo el tiempo que sea necesario, se nota muchísimo que dedicas mucho tiempo y cariño a cada una de tus historias, por eso lo comprendo y te agradezco muchísimo. Gracias amiga!!!😊

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  11. Excelente y magistral conclusión, me han encantado todas tus historias, en verdad le das ese toque muy erótico y oscuro, no puedo esperar para leer mi petición, creo que es
    una de las ultimas para cerrar con broche de oro, considero que es una donde le puedes sacar muchísimo potencial erótico, oscuro y perverso dónde un criminal termine en el cuerpo de una hermosa e inocente esposa y madre, dónde su desafortunada familia de alguna manera tendrá que lidiar con todo el drama y la nueva normalidad de la "nueva ama de casa"

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  12. Que gran final para concluir esta gran historia, con ese nivel de dramatismo y terror que me encanto, opino lo mismo que los demás el final fue demasiado oscuro pero es de esperar en este tipo de historia

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  13. Excelente historia al final la malvada anciana se salio con la suya volviendo a ser joven pero no como ella lo planeaba, su error fue ser demasiado obvia si se hubiera comportado fingiendo ser su hija no seria descubierta por el hijo pero viendo el nivel de maldad que tenia era imposible que se comportara, a mi me encanta cuando un personaje malvado tenga que fingir ser bueno para no ser descubierto es muy excitante, pero cuando ya son descubiertos también me encanta ya que revelan y alardean sinicamente quienes son frente a sus victimas, me encantan las historias de robos de cuerpo a madres, por eso en el futuro podrías hacer una segunda parte de la historia de Esa no es mi madre o hacer una nueva versión, pero que el hijo no descubra el robo de cuerpos de su madre tan rápido que primero sospeche hasta descubrir la verdad

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    1. Si después haces una continuación de esa historia, una nueva versión o cualquier historia similar que involucre cambios con una milf o madre madura aquí esta esta modelo si te sirve https://x.com/thehottiegoddes

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    2. te mamste que buen link que buena esta la milf como dice deadpool esta noche voy a manosrme XD

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